Capítulo 1

150 6 0
                                    

Conoces esa sensación de vacío que anestesia el corazón? Ese momento en el que no sientes ni tu propia alma?
Pues eso era lo que sentía aquel día, nada. Apenas soledad acompañada.
Ni un mensaje, ni una llamada... ni una mísera invitación para salir a dar aunque sea un puto paseo. Mierda de vida.

Esperé a que mi padre saliera a trabajar y cuando la casa quedó inundada de silenciosa monotonía, saqué papel de liar y me hice un cigarrillo.
Seguramente, él ya sabía que fumaba y la verdad es que no me preocupaba mucho dejar rastros y cenizas en el saliente de la ventana. Pero por obvio que fuese lo mantenía como un ritual clandestino.

Mientras exhalaba la primera calada pensaba en la indiferencia de mis sentimientos, en la crudeza de mis pensamientos...
Observé los dibujos vivos del humo hasta que se disolvian en el aire.
Fue entonces cuando ocurrió. En aquel mismo instante. Aquel mismo día.

Menar era un viejo pueblo perdido en la nada y rebosante de tanto tedio como mi propia vida, tenía apenas unos miles de habitantes y un par de parques en los que jóvenes inmaduros hacían botellón el sábado por la noche.

Yo, si salía, subía al mirador de Menar y me tomaba un par de birras contemplando el humo contaminante que las fábricas de las afueras emanaban. Después, me liaba un cigarrillo para evadirme y sumergirme en pensamientos filosóficos, y en algunas ocasiones me comunicaba con las chimeneas mugrientas y poluidas por señales de humo. Luego, si la casa estaba libre, llamaba a Joe y saciaba un poco mi sed de sexo. Pero, Joe no era demasiado bueno y yo era insaciable, asi que fingía algunos orgasmos, le lamía el sexo y cuando terminábamos, fumabamos un poco de maría.

Por aquel entonces, tuve la suerte de encontrar una nueva ocupación, leer unos libros espirituales que hallé en el desván. Trataban sobre ángeles, demonios, espíritus... y ese tipo de cosas esotéricas.
Uno en especial llamó mi atención, hablaba sobre ángeles de la guarda. Fui a mi cuarto para echarle una ojeada.
A cada palabra que leía me surgía una duda. De verdad existirían seres de apariencia humana con alas y túnica blanca que te acompañan a todas horas? Había que ser imbécil para creerse eso. Quién coño se inventaría aquella gilipollez? Pero, en fín, como no tenía nada más que hacer, continué leyendo.

Dos minutos después estaba harta de aquella mierda y por instinto o locura empecé a destrozar el libro y a arrancar las páginas violentamente, como una psicópata.
Cuando solo quedaron hojas mutiladas y arrugadas esparcidas por el cuarto, cogí el móvil para comprobar si alguien había extrañado mi presencia.

"Ni un mensaje, ni una llamada... ni una mísera invitación para salir a dar aunque sea un puto paseo".

Cada quincena publicaré un nuevo capítulo. Espero que os este gustando mi obra :) Saludos! Y preparaos para lo que viene...

Secretos de familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora