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Fruncí el ceño recordando que había visto dos edificios en lugar de uno, estaba ese y otro un poco más atrás. No sabía por qué había dos y mi curiosidad me pedía que investigara, afortunadamente, Duncan parecía un loro que no se callaba.

—¿Vienes del edificio vecino?— preguntó interesado.

—No, ¿por qué?

—Aquí tenemos de todo, delincuentes juveniles, traumados, psicópatas, locos, de todo, no miento —dijo con bastante simpleza—. En el edificio de al lado están los peores, escorias que no merecen salir de este lugar. Locos sin salvación. Quería verificar que no vinieras de allí.

—No querrás toparte con uno del edificio negro— añadió Kenan.

Miré hacia la ventana nerviosa, si antes no llegaba a sentirme segura del todo, desde allí me sentía peor. En todos lados había locos, quería salir de allí lo más rápido que me fuese posible.

—¿Qué posibilidad hay de que aquí envíen gente hacia allá?— pregunté curiosa, tenía que saber todo lo que estuviera a mi alcance.

—Si eres enviado al ala negra más de diez veces, creo que puede ser posible. Esa es el área de los rebeldes. Pero esta difícil que te envíen al otro edificio así por así, allí hay incluso agresores sexuales. Se toman un riguroso trabajo de meses para enviarte allí, y una vez que entres es casi imposible que salgas.

Esa explicación solo logró ponerme nerviosa, ese maldito lugar era el infierno en la tierra.

La mesa se sumió en un pulcro silencio, luego de eso, pensaba en lo terrorífico que debía ser ese edificio. Rogaba por no pisar ni siquiera sus alrededores.

Volteé la cabeza y miré hacia la mesa continua cuando una silla chirrío. Allí estaba el pelinegro recogiendo algunas bandejas. Se dispuso a recoger todas las bandejas en las mesas vacías, en más de una ocasión esbozó múltiples muecas de disgusto mientras murmuraba cosas.

Su uniforme resaltaba, porque en lugar de gris, era color marrón.

Lo observé hasta que cuando terminó, se perdió por detrás de donde estaban las empleadas.

—Yo que tú ni lo miraría —dijo Carla llamando mi atención—. Es alguien peligroso, que por alguna extraña razón tiene fascinado a medio laboral y por los rumores, a todos los pacientes del edificio negro.

No entendía, si era así, entonces debía estar apartado o que sabía yo.

—Viene del otro edificio, tiene tantos privilegios que se pasea por aquí como si fuera su casa, todos los empleados parecen amarlo. Además, nos mira como si supiera hasta el color de nuestras pobres almas.

Podría parecer estúpido, pero me di cuenta de que si él resultaba saber casi todo debía acercarme. No estaba mal ser cercana a una persona que tenía a todo el mundo comiendo de su palma.

Pronto llegué a la conclusión de que si quería tener la más remota posibilidad de salir de allí, debía volverme cercana a él.

—¿Y a quién fuiste a visitar?— preguntó Carla repentinamente.

Me confundió su cambio tan repentino de tema, pero no dije nada ante aquello, en cambio, la miré confundida mostrando que no sabía de que hablaba.

—Es por tu vestimenta.

Solo tenía un abrigo blanco, unos tenis bajos y unos pantalones largos holgados, nada del otro mundo.

—Cada tres meses los pacientes que no han causado problemas, o han progresado, se les da permiso para visitar a sus familiares un día. Por eso hay muchas personas sin este espantoso uniforme, y tú eres una de ellas.

Paxton con P de psicópata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora