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No podía recordar mucho de mi vida, en especial de mi infancia, solía vivir con mi abuela antes de cumplir los cinco años, ella nunca me quiso y no es que intentara ocultarlo. 

Sabía que tenía un hermano, de hecho, sabía que tenía dos. Ella se encargaba de restregarme en la cara lo maravillosos que eran esos dos. Muy inteligentes y lindos, contrario a mí, que tras un trauma del cual no tenía ni idea mi cerebro había bloqueado la mayoría de mis recuerdos.

Esa era la razón por la cual no recordaba casi nada de mi infancia.

Esa pérdida de memoria no era nada, lo había superado, de hecho, nunca me importó mucho. Pero había sucedido de nuevo, y aún peor.

Los médicos no podían explicar lo que ocurría con mi cerebro. Se habían excusado diciendo que solo era mi subconsciente bloqueando recuerdos dolorosos que pudieron causar un shock intenso en el momento. Que esos recuerdos estaban ocultos en mi mente para protegerme.

O eso dijeron luego de haberme despertado en un hospital, donde lo primero que vi al abrir los ojos fueron a dos policías. Estos no tardaron en bombardearme con preguntas referentes a mi madre. Hicieron muchas preguntas de las cuales desconocía sus respuestas. Pero todas relacionaban a mi madre, Helen, con su asesinato.

En mis pocos recuerdos era una mujer estricta, nada fuera de lo normal.

Debido a los pocos recuerdos que aún tenía de ella no pude empatizar mucho con su muerte, no me importaba mucho porque prácticamente era una desconocida. Pero para los oficiales era inusual mi poca empatía, así que me tomaron como la única sospechosa del asesinato. Pues cuando murió solo estábamos ella y yo solas en la casa.

El problema recaía en mi edad, estaba agradecida de ser menor de edad, porque no podían arrestarme. Así que sin más opción volví a quedar bajo la custodia de mi abuela.

Pero esta que era más desgraciada que los desgraciados no tardó ni medio día en llevarme con un cura, alegando que era hija del diablo y necesitaba ser exorcizada. Claro que el joven cura de turno no lo permitió y por esa razón me internó en el psiquiátrico mientras decía alterada:

—¡Hija del demonio, vas a pudrirte en ese maldito loquero!

No sabía por qué tenía tanto odio hacia mí, nunca le había hecho nada para generar su odio, pero esa era la razón por la que estaba allí, encerrada en esa pequeña habitación y encadenada al suelo como si fuera un perro.

Suspiré viendo el techo blanco de la habitación, estaba aburrida, solo me hacían compañía los recuerdos. Solo miraba la cámara de vez en cuando.

Estaba segura de no haber matado a mi madre, no recordaba nada que me hiciera comprobarlo, pero sabía que no lo había hecho. Lo iba a comprobar de alguna forma u otra.

Un estruendo me sacó de la concentración, a la habitación habían entrado dos guardias y un enfermero con el uniforme del lugar. Un guardia se acercó para quitarme las esposas que iban unidas a la cadena.

—Levántate— fue lo que dijo luego de lograr su cometido.

Empecé a hacerlo despacio, mis piernas estaban entumecidas y no tenía ganas de ver al psicólogo que me habían asignado.

—Hazlo con prisa, no tenemos todo el día.

—Lo que digas.

Alargué y encogí mis piernas empezando a caminar hacia la puerta abierta.

Salí de la habitación a un pasillo lleno de puertas negras con paredes blancas, ya ese color me molestaba, lo veía en todos lados.

En ese piso se escuchaban gritos constantes, era un ala para los más dementes, no sabía que hacía allí. Aunque sospechaba que tenía que ver con mi abuela, pues había hecho un escándalo diciendo que estaba loca, que había matado a su hija y que debía estar aislada.

Paxton con P de psicópata ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora