Prologo.
Su vida siempre estuvo planeada, desde el momento en que nació, Damiano Torine había pasado cada día se su vida siendo preparado para reinar.
Nacer en la familia mas importante de toda Bonaire tenía más peso del que cualquiera podía pensar. No era solo tener dinero, oro, hombres, poder... era mucho más que eso.
La vida no se la había puesto fácil a Damiano, siempre había estado planeando ese día, siempre había sido consciente de que llegaría y que, cuando llegara, estaría listo.
Que cruzaría las enormes puertas de la iglesia y caminaría entre toda la gente, sus súbditos, que llegaría al altar en donde sus padres lo esperaban sentados con las más elegantes prendas jamás confeccionadas. Que el obispo estaría esperando a un lado, con la enorme biblia en las manos y los juramentos en ella.
Que el pueblo entero estaría ahí, viéndolo.
Que se convertiría en rey.
Que su padre, el rey Carlo, le pondría la enorme corona sobre la cabeza.
Que respetaría todas y cada una de sus costumbres, sus leyendas y sus ideales.
Que juraría honrar su legado, a su pueblo y a su gente.
Que ocuparía la silla de su padre.
Que era su destino.
Pero, a pesar de haber nacido con el propósito tatuado en la sangre y de pasar cada día preparándose para ello, jamás se sintió listo.
Jamás sintió que ser rey era lo que iba a llenar su alma, ese vacío que andaba con él de día y de noche.
Las noches de Damiano eran solitarias, oscuras y vagas. El príncipe había pasado su vida entrenando para algo que no quería ser, algo que no era, pero que todos le exigían.
«Serás el rey más guapo que haya reinado.»
«Tienes que aprender, hijo mío, mi reino será tuyo y será tu responsabilidad si algo malo sucede.»
«La gente del reino entero dependerá de ti.»
«Tienes que ser el mejor rey».
«Toda nuestra familia ha reinado, desde mí, tu padre, hasta mi padre, su padre y el padre de su padre. Es tu destino ser el siguiente.»
«No es tarea fácil, pero tienes que cumplirla.»
Esas palabras las había escuchado infinidad de veces de boca de sus padres.
Había aprendido todo lo necesario; desde la geografía exacta del reino de Bonaire, hasta el nombre de cada uno de los soldados.
Había entrenado con ellos, peleado con ellos.
Había cabalgado en Heros, su caballo de pelaje blanco, dentro del bosque que rodeaba el reino.
Había aprendido a disparar flechas desde los cuatro años y lo había perfeccionado hasta lograr dar en el blanco aún con los ojos vendados o en movimiento.
Había estudiado todas las mitologías conocidas.
Había leído casi cada libro que había en la enorme biblioteca del palacio.
Había practicado esgrima, convirtiéndose en el mejor del reino.
Había aprendido a bailar en brazos de su madre y luego, con los mejores profesores que existían.
Había adiestrado canes como si no fuera problema.
Había acompañado acuerdos de paz, tierras y sociedades junto a su padre, aprendiendo de él.
En fin, había demostrado que era la persona perfecta para convertirse en el mejor rey que la tierra de Bonaire conseguiría jamás.
Su madre, Amelie, lo consentía.
Su padre, Carlo, le exigía.
Su hermana, Karina, lo acompañaba y apoyaba.
Su consejero, Sartelo, lo direccionaba.
Sus súbditos, lo ovacionaban.
Sus soldados, lo protegían.
Pero a él no le bastaba, algo le hacía falta.
No fue hasta esa noche, en el bosque mientras cabalgaba lanzando flechas a los blancos que había preparado años atrás, cuando comprendió qué era eso que añoraba.
En ese momento, cuando Emily Rose se cruzó en el camino de una de sus flechas, comprendió que lo que siempre había buscado, era la adrenalina de hacer lo incorrecto.
Justo lo que jamás se había permitido experimentar.
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El Rey [Infierno parte 1]
Historical Fiction《Tener lingotes de oro y una habitación del tamaño de este bosque no es lo que llena a alguien, al menos no es lo que me llena a mí 》 _______ Advertencia: Contenido violento explicito y lenguaje fuerte.