Día 5

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DIA 5.

MISTERIOS.

DAMIANO.

—Hay un mal muy grande y poderoso que debemos eliminar, hijo —dijo mi padre, mirándome con entereza.

—Háblame sobre eso, padre.

Estábamos en la biblioteca del palacio, mi tutor, el señor Bungalosh, estaba de pie con los brazos cruzados por detrás de su espalda y la mirada fija en la ventana, pero atento a la conversación.

Un libro cayó justo frente a mí. El lomo color marfil algo gastado y viejo apareció frente a mis ojos, solamente había en él una inscripción: "Misterios inconclusos de la historia".

—Debes leer este libro —indicó mi padre—. Ahí encontrarás muchas de los mayores enigmas que ha habido en la historia, la mayoría de ellas están resueltas al día de hoy, Damiano, pero hay algunas que no. Tu tarea por ahora es descubrir a partir de ello, cuáles son las que falta por erradicar o solucionar.

Asentí con la cabeza, tomando el libro entre mis manos y soplando un poco del polvo que había en la cubierta.

—Cualquier duda que tengas respecto a la veracidad de las historias puedes consultarla con el señor Bungalosh —el aludido hizo un movimiento ligero con la cabeza, dándole la razón a mi padre— o en alguno de los libros que hay aquí. No esperes hallar mucho respecto a algunos, porque siguen siendo un misterio.

No dijo más. Lanzó una mirada hacia mi tutor antes de desaparecer por la puerta y un minuto más tarde, el hombre hizo lo mismo.

Empecé a ojear el enorme libro que mi padre había puesto a mi disposición. Era increíblemente grueso y tenía algunas ilustraciones de lo que supuse que serían los misterios que mi padre había mencionado antes.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que unos pasos resonaron detrás de mí y unas manos se posaron suavemente sobre mis hombros.

—Que apuesto te ves —dijo la voz de mi madre, dándome un ligero apretón—. Serás un gran rey si consigues acabar con esos misterios del libro.

Lo dejé caer sobre la mesa, cerrando los ojos con fuerza. Pasé el dorso de mi mano por uno de ellos, apenas despertándome lo suficiente para continuar con la tarea.

—Tómate un descanso, cariño —sugirió mi madre.

Se apartó de mí y caminó hasta la silla contigua para dejarse caer lenta y suavemente sobre ella. Sus ojos escarlatas me observaban en silencio. Estiró una mano para tomar la mía.

—No importa que pase, cariño, serás un rey increíble cuando llegue tu momento —susurró—. Te veré ese día mientras te ponen la corona de tu padre y no podré estar más orgullosa del hijo que tengo.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas y no tardó mucho en contagiármelas a pesar de hacer grandes esfuerzos para evitar que cayeran.

—¡Maldita sea, Damiano, despierta! —el chillido me devolvió a la realidad junto a una fuerte sacudida.

Abrí los ojos de par en par, tenía la respiración agitada y el cuerpo lleno de sudor. Las manos me temblaban y apenas podía mantenerme quieto.

¿Qué me había pasado?

—Oye, principito, deja de llorar ¿quieres? Te ves ridículo.

Arrugué el entrecejo, pasando la mano por debajo de mis ojos y, efectivamente, estaba llorando. Mis mejillas estaban empapadas por las lágrimas que no sabía que había derramado.

El Rey  [Infierno parte 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora