Nueva York, Octubre de 2020
El día estaba nublado, parecía que en cualquier momento caería una ventisca de las gordas. Serena discutía con alguien en la barra del Tonic Bar, aparentando tener la razón en el conflicto.
—No sabes lo que hablas, tío. —Espetaba con sorna mientras el hipo comenzaba a introducirse en ella —. ¡Los pelirrojos no son sexis, son aburridos! —vociferaba.
El barman la miraba con tristeza, pensando lo vacía que debía ser su vida para soltar semejantes barbaridades por esa boquita tan tierna.
—¿Cuándo has visto un pelirrojo en las novelas? ¡Nunca, no existen! ¡Y si existen siempre mueren al final! Todos son unos idiotas —continuaba ella.
Las demás personas presentes en el lugar sonrieron al escucharla; estar borracha un jueves por la noche era digno de diversión. Seguro era una loca sin trabajo ni estudios. Los buscavidas abundaban en Nueva York.
—Señorita, baje la voz por favor, el dueño podría escucharla —le dijo un camarero que se le acercó.
—¡No me importa! ¡Los pelirrojos son idiotas! —volvió a insistir, dándose otro trago de Vodka.
Esa era su segunda botella, y el trago número treinta y siete. Ya no podía ni sostenerse en sus propios pies. Cuando intentó levantarse del taburete, el estómago se le revolvió y acabó vomitando sobre unos lindos zapatos negros de diseñador.
—¡Dios, que asco! —se quejó alguien.
Serena levantó su mirada, aún con el cabello negro revuelto y el rostro desencajado.
—Acaba de estropear miles de dólares —le dijo el hombre más sexy, musculoso y pelirrojo que había visto en su vida.
—Lo siento... o no, no lo siento. ¡Todos los pelirrojos son iguales! —gritó, escupiéndole saliva en la cara.
El pelirrojo sacudió su cabeza y con un simple gesto de su mano limpió la saliva de su rostro; en su mirada se notaba que estaba perdiendo la paciencia.
—Austin ¿qué esperas para sacar a patadas a esta insolente? —indagó el sujeto mirando al susodicho a los ojos.
Austin, que hasta ese momento se divertía a costa de Serena, cambió su rostro alegre por uno serio.
—¡¿Tú quién eres para echarme?! —preguntó Serena a gritos mientras se tambaleaba.
—El dueño del bar. —Sentenció Alan —. Soy Alan Cook y voy a pedirle que se retire de "mi" local —la tomó del brazo, pero ella volvió a soltarse.
¡Dios! ¿Quién iba a imaginarse que el dueño del Tonic Bar era pelirrojo? Debería empezar a tomar menos, pensó Serena.
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Mi Pequeña Pelirroja © (En edición)
Lãng mạnA veces la felicidad también viene en rojo. COMPLETA Serena odia los pelirrojos, tanto, que acaba borracha y desproticando contra ellos en un bar de Nueva York. El dueño del bar, Alan Cook la escucha y decide bajarle los humos, porque claro, su cab...