Cinco años después…
Era la mañana del cumpleaños de Hazel, y unos gritos entusiasmados hicieron a Serena y Alan abrir los ojos lentamente.
—Pero, ¿qué hora es? —preguntó, dando un leve empujón a Alan en el hombro. Este se despertó y la abrazó por la cintura, atrayéndola contra su cuerpo.
— ¿A quién le importa la hora cuando se está tan bien aquí? —preguntó Alan con voz somnolienta.
—Eso pregúntaselo a tus hijos —respondió Serena, refunfuñando.
Estiró su mano para alcanzar el móvil que descansaba sobre la mesita de noche, y cuando miró la hora se incorporó de golpe en la cama.
— ¡Pero si son las siete de la mañana! —protestó Alan, dejándose caer de nuevo en la cama.
—Hoy estamos de cumpleaños —le dijo Serena a Alan.
— ¡Creo que es hora de levantarse! —gritó Alan con alegría —. ¿Cómo pueden tener tanta energía?
Serena salió de la cama de un salto seguida por Alan.
Unos entusiastas Hazel y Jasper observan, con los ojos como platos, la decoración para el cumpleaños de la pequeña pelirroja. Giraban y giraban alrededor de la mesa del pastel, dando saltitos y aplaudiendo emocionados. Hazel miró sus regalos con ojitos exultantes de emoción, y en cuanto Alan le habló la niña vino corriendo y se paró delante de la mesa de cumpleaños. La ilusión de sus hijos era contagiosa, ya que todos los presentes comienzaron a aplaudir en nombre de la niña.
—Happy Birthday to you, happy birthday to you, happy birthday Hazel, happy birthday to you.
Gritaban los presentes en la celebración.
—Apaga las velitas, mi princesa —le dijo Alan a su hija.
Hazel cumplió el pedido de su padre y apagó las seis velas que contenía el pastel encima. Seis años ya, Serena no lo podía creer. El tiempo pasaba deprisa, ya pronto su pequeño Jasper también cumpliría sus cinco añitos. El pequeño había llegado a este mundo berreando como un poseso, a Serena se le ilumino el rostro la primera vez que lo vio y Alan, bueno, Alan se había desmayado. Fue todo un show en la sala de partos.
Alan se acercó hasta su mujer y la abrazó por detrás. Lentamente ella se giró y él hincó su rodilla en el pasto verde recién cortado. Serena se llevó la mano a la boca porque sabía lo que venía a continuación. Alan le había pedido matrimonio en todos esos años, pero ella se había negado en rotundo alegando que no se sentía preparada aun. Pero ahora era distinto.
Alan abrió la cajita a presión. El anillo de su interior era delicado y plateado, sus diamantes brillaban bajo la luz del lugar. Era hermoso.
—Serena Rice —dice Alan —. ¿Te casarías conmigo?
Ella solo pudo dar una respuesta.
—Sí —dijo, y las lágrimas se derramaban por sus mejillas —. ¡Sí, por supuesto!
Se lanzó hacia él pasándole los brazos alrededor de los hombros, y lo besó profundamente. Todos los presentes estallaron en aplausos.
—Te quiero —dijo Alan, sacando el anillo de la caja —. Me moría se me volvías a rechazar.
Serena le extendió su mano y él deslizo el anillo en su dedo.
—Imbécil —dijo —. ¡Por eso me mediste todos los dedos de la mano hace cuatro meses!
—Bueno, soy un hombre inteligente. Si te media solo el anular sospecharías —se ríe.
Los dos se rieron de nuevo. Serena estaba mareada de tanta felicidad. Tenía la mejor familia del mundo, sus hijos y Alan. ¿Qué más podía pedir?
En ese momento alguien entró por la reja que dejó a Serena pasmada, alguien que hizo que se pusiera seria y su felicidad pasara a segundo plano.— ¿Qué hace él aquí? —gritó ella.
—Serena —Alan le enmarcó el rostro para que lo mirara —, has crecido con muchas ausencias. ¿Eso es lo que quieres para nuestros hijos? Tu padre me llamó para preguntar por los niños y lo invité a venir al cumpleaños.
—Seguramente quiere algo, solo me busca para eso.
—No es así, llama cada semana preguntando por sus nietos, recuerda que te lo he dicho.
—Hola, hija; Alan, esto es para Hazel.
—Gracias, Bill.
El hombre le entregó un paquete grande que ya luego ella se encargaría de desenvolver.
—Quiero formar parte de sus vidas, Serena; me equivoqué mucho contigo, pero no quiero hacer lo mismo con Hazel y Jasper.
Marla se acercó en ese momento con Jasper y el pequeño pelirrojo estiró los brazos en dirección a Bill y Serena se quedó mirando la escena.
—Hola, ¿me has extrañado pequeño? —le preguntó Bill al niño, y este le sonrió y le habló con incoherencias.
—Buba quero jugar futbol —soltó Jasper emocionado porque su otro abuelo estuviera allí.
En ese momento Hazel divisó a su abuelo Bill y se lanzó a correr hacia él.
— ¡Buba! —gritó la niña con emoción lanzándose a los brazos de su abuelo que ya sostenía al pequeño.
Serena no entendía demasiado lo que estaba pasando, así que Alan la cogió de la mano y la apartó de allí.
—Espero que no te enojes, pero…
— ¿Bill ha estado viniendo a mis espaldas? —preguntó ella.
—Lo siento; sé que tú y tu padre no se llevan bien y que él te abandonó cuando eras una niña, pero, como te he dicho, no quiero que mis hijos crezcan con ausencias, así que, bueno, trata de solucionar las cosas con él, porque, como verás, los niños adoran a su abuelo y yo no voy a impedir que lo vean —dijo Alan —. Si perdonaste a este pelirrojo, también puedes perdonar al que te dio la vida.
— ¿Qué has hecho conmigo, Alan Cook?
Alan se encogió de hombros.
—Lo siento, tendría que habértelo comentado, pero es que eres terca como una mula… sabes que lo intenté, pero cuando te cierras…
No lo dejó terminar la frase porque lo besó, un beso interminable y lleno de sentimientos. Sus besos siempre tenían ese poder en Alan, lo hacían olvidarse de todo, incluso de su propio nombre.
Fin.
“A veces tienes que olvidar lo que sientes y recordar lo que tienes enfrente de ti, tal vez sea la única oportunidad que tengas de conseguir la felicidad que anhelas. Olvida el odio, céntrate en el amor”.
Laura Ávila.
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Mi Pequeña Pelirroja © (En edición)
RomanceA veces la felicidad también viene en rojo. COMPLETA Serena odia los pelirrojos, tanto, que acaba borracha y desproticando contra ellos en un bar de Nueva York. El dueño del bar, Alan Cook la escucha y decide bajarle los humos, porque claro, su cab...