Cuando el señor Sherman fue a su cocina a beber agua, le pareció escuchar un llanto de bebé proveniente de la casa de al lado. Se quedó parado en seco, analizando el ruido de su alrededor y pensó que debía de estar volviéndose loco, porque en todo el lugar no se escuchaba ni el aire soplar. Muchas veces Abigail, su esposa, le decía que eso eran cavilaciones de la vejez, y es que ya eran setenta y dos años, ya el horno no daba más.
Agarró la jarra de agua fría de la nevera y se sirvió un vaso. Lo bebió a pulso, estaba sediento. Volvió a guardar la jarra en su lugar y caminó de vuelta hacia la habitación donde lo esperaba su amada Abigail. Cuando entró le pareció volver a escuchar el llanto del bebé, y ahora si no eran ideas suyas, porque su esposa enseguida se levantó de la cama para pegar el oído en la pared de la habitación.
—Patrick, ¿escuchaste eso? —le preguntó ella, mirándolo fijamente.
Patrick se acercó a ella, y también pegó el oído en la pared. Definitivamente en la casa de al lado lloraba un bebé desconsoladamente. Y no solo eso, después se escucharon gritos, pero esta vez de personas adultas, y uno era de una mujer. Ambos viejitos se miraron sin poder descifrar qué hacer.
—Abby, están gritando —balbució Patrick con voz dramática.
—Deberíamos llamar a la policía. No sabía que el señor Pierce tuviera hijos —comentó la señora.
El llanto del bebé se escuchaba cada vez más fuerte, hasta que llegó el punto que ya no se escuchaba, hubo unos segundos de silencio para luego sonar un grito desgarrador. Abigail se sobresaltó asustada y corrió lo más rápido que pudo hacia la sala para buscar el teléfono inalámbrico. Patrick la miraba de lejos con cara angustiada, lo que sea que estuviera pasando en la propiedad de al lado parecía ser bastante grave. Abigail trató de llamar a la policía, pero le fue imposible, había olvidado por completo que allí no había línea telefónica fija desde hacía dos semanas. Desesperada, alcanzó el teléfono móvil que le había regalado su nieto para comunicarse con ellos, marcó al 911 y esperó a que alguien la atendiera.
—911, buenas noches, ¿Cuál es su emergencia? —enunció una mujer del otro lado del teléfono.
—Eh, hay una fuerte pelea en la propiedad de al lado, hay un bebé llorando y muchos gritos. Y lo peor es que ahí no viven niños. Ayuda por favor, mi esposo y yo somos dos ancianos —pidió Abigail casi sollozando.
—No se preocupe, la policía va de camino. Mantengan la calma y no salgan de la propiedad.
Justo en ese momento se escuchó un disparo en seco, retumbó entre las paredes de la casa de tal manera que la operadora del otro lado lo escuchó.
—Acabo de oír un disparo. Manténganse juntos enseguida llega la policía. ¿Podrían decirme exactamente dónde están? —indagó la operadora.
—Vivimos en el Black Rock Forest, cerca de la presa del Monte Chiliad. Son las únicas dos mansiones que hay en la zona. De prisa por favor.
Abigail puso fin a la llamada y la cara de Patrick parecía la de un pálido fantasma. Se había quedado en shock al escuchar el disparo. En todos sus años viviendo allí, jamás había pasado aquello.
El teniente Zavala miraba las noticias en la delegación cuando recibió una llamada proveniente del 911, al parecer había una emergencia en Black Rock Forest. Ese lugar nunca le ha gustado del todo. Es frío, oscuro y perfecto para desaparecer un cadáver y jamás encontrarlo. Se levantó del sofá de la delegación y apagó la televisión. Iba caminando con suma calma hasta que uno de sus sargentos dijo algo que lo hizo retroceder.
—Repita eso, sargento Moran —ordenó él.
El sargento Moran se puso firme enseguida ante la presencia de su teniente.
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Mi Pequeña Pelirroja © (En edición)
RomansaA veces la felicidad también viene en rojo. COMPLETA Serena odia los pelirrojos, tanto, que acaba borracha y desproticando contra ellos en un bar de Nueva York. El dueño del bar, Alan Cook la escucha y decide bajarle los humos, porque claro, su cab...