Alan dejó caer el teléfono al suelo. Justo cuando todo estaba marchando bien, aparecía esto. No podía ser cierto, su pequeña se iba a recuperar. Lo difícil iba ser darle la noticia a Serena, pero tenía que hacerlo.
—Alan, ¿quién era? —preguntó esta.
—Del hospital, tenemos que ir urgentemente.
Fue lo único que le dijo, porque si le decía la verdad, podía acabar por bajarle la tensión y eso no era bueno para el bebé ni para ella.
Apenas un par de minutos más tarde, Alan aparcó el coche frente a la puerta de urgencias del Children Center. Dentro del ala de urgencias, ambos se acercaron al mostrador de recepción con la respiración agitada y los nervios de punta.
—Buenas noches, somos los padres de Hazel Rice —saludó Serena a la chica de recepción que hablaba animada por teléfono.
Serena sentía como le hervía la sangre ante la indiferencia de la chica, y como no estaba dispuesta a aguantar semejante trato, ni corta ni perezosa, arrancó el cable del teléfono del enchufe de la pared. Aquello sí hizo que la chica se girara enojada hacia ella.
— ¿Qué hizo? —le preguntó la recepcionista sorprendida.
—Está usted aquí para atenderme, no para contarle a su amiga su última cita sexual —comentó Serena en tono furioso, lo que consiguió que la joven guardara silencio al instante —. Necesito saber de mi hija ¡Ya!
—Enseguida.
La chica de recepción salió corriendo a buscar a la doctora que atendía el caso de Hazel. En aquel momento, la puerta donde estaba Hazel se abrió y apareció la doctora Porter.
— ¡Señores! Pase por aquí —le indicó la doctora.
Ambos padres entraron en la habitación donde se encontraba Hazel. La pequeña estaba tumbada en la camilla, rodeada de otros médicos y una enfermera. Al acercarse a la camilla, los ojos de Serena se llenaron de lágrimas.
— ¿Cómo está mi pequeña? —preguntó Alan.
— ¿Qué pasó, doctora? —esta vez fue Serena la que formuló la pregunta.
—La niña ha sufrido varias convulsiones y ha tenido fiebre muy alta, creemos que se trata de una meningitis infecciosa.
— ¿Cómo? —preguntó Serena asustada.
—Presenta todos los síntomas, pero para estar más seguros, tendremos que realizarle una prueba.
— ¿Qué clase de prueba? —preguntó Alan.
—Una punción lumbar, para extraerle liquido de la medula espinal y analizarlo. Ese análisis nos dirá si la niña tiene esa enfermedad. Ahora mismo tiene más de cuarenta y un grados de temperatura.
— ¡Dios mío, es altísima! —exclamo Serena tocándole la manita a su hija.
—Pero necesitamos su consentimiento, es una prueba arriesgada que podría dejar a la pequeña en una silla de ruedas debido a sus antecedentes con la Aplasia Medular.
Serena lloró más fuerte y Alan la abrazaba. Eso no podía estarle pasando a su niñita, ¡Dios!, si de verdad existieras, ayúdanos a salir bien de esta, ayuda a nuestra hija, pensó Alan. Por supuesto que aceptaron, y justo en el momento en que ambos padres acompañados de la doctora Porter iban a salir de la habitación, el cardiomonitor al que la niña estaba conectada comenzó a pitar en señal de alarma. La doctora se giró y enseguida comenzó a gritar mientras sacaba a los temerosos padres de la sala.
—¡¡Código azul!! ¡¡Código azul!!
Alan y Serena salieron de la sala dejando su corazón en aquella habitación de hospital. Sus esperanzas habían sido aplastadas por el sonido estridente de un cardiomonitor, por el piiiiiii que dividía la línea entre la vida y la muerte. Solo les quedaba rezar y que sus plegarias fueran escuchadas.
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Mi Pequeña Pelirroja © (En edición)
RomansA veces la felicidad también viene en rojo. COMPLETA Serena odia los pelirrojos, tanto, que acaba borracha y desproticando contra ellos en un bar de Nueva York. El dueño del bar, Alan Cook la escucha y decide bajarle los humos, porque claro, su cab...