Capítulo 3

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Templo de Havik, Reino del Caos

"Maravilloso" fue el primer pensamiento que cruzó la mente de Havik. Había abandonado su estudio personal, oculto en las catacumbas del templo y se había dirigido hacia la capilla. En el altar, alumbrado por una antorcha como única fuente de luz se encontraba una estatua del Dios del Caos, aquel ser que tras desatar la Tempestad se había encargado de fragmentar su reino, desafiando las leyes de la física. Como ofrenda al dios, Havik colocó una cuenco con agua y al lado del mismo el kamidogu de su Reino.
Sonrió satisfecho, clavando los ojos en la estatua, observando los contornos de aquel rostro de labios rígidos y fríos, negros como las noches sin estrellas. En el hueco de aquellos ojos tallados en piedra reinaba una oscuridad aún mayor, aquella que pronto emergería por todos los reinos.
Se arrodilló ante la estatua y como si iniciase un ritual comenzó a orar formulando frases al revés, tal como hablaban los chaosrealmers.

Atravesando el portal de Outworld a Chaosrealm, situado detrás de la cascada negra que los guerreros buscaron sin descanso el día anterior.

Kabal hizo una mueca de asco y terror al pasar por aquel portal tras la "cascada negra" que les dirigió al reino desconocido. Lo primero que sus ojos observaron fueron algunos cadáveres que se encontraban tirados en el suelo rocoso de la cuidad, ensangrentados y con las vísceras fuera gracias a las pisadas que habían recibido de parte de los habitantes al andar sin dirección hacia la nada o al jugar a su típico "correr sin rumbo", otros eran arrojados al eterno vacío que envolvía el Reino, en una espiral de caos y oscuridad.

-Por los dioses... - susurró Skarlet. La noche anterior Erron les había hablado de aquel Reino, pero sus primeras impresiones la hizo suponer que su aliado y amante se había quedado corto al describirlo y aquel pensamiento que podría tener se había convertio en el instante mismo que pasaron el portal a una realidad espantosa.

-No hay que perder el tiempo - dijo Frost decidida - Busquemos el templo de ese tal Havik.

-Estos no parecen muy amigables - contestó Kabal observando a los habitantes, que se desplazaban como zombies por las calles de aquella ciudad, que por un momento le pareció un laberinto sin salida, ardiente como las llamas del infierno.

Erron sacó su mapa y comenzó a observarlo mientras los demás seguían al vaquero hacia una de las esquinas de una calle, intentando no llamar la atención en exceso.

-No está lejos, a unos diez minutos de aquí - Erron estiró el brazo y señaló hacia una de las calles poco concurridas - Iremos por ahí, es un atajo.

En el rostro del vaquero apareció una sonrisa que rápidamente se transformó en una mueca de alarma al escuchar aquellos cantos y pisadas dirigiéndose hacia ellos. Giró su rostro por completo.

-¡Maldita sea! - exclamó, un terror profundo le congeló el alma - ¡Son los Yageses!

-¿Los qué...? - preguntó Kabal confundido.

-¡Corred y seguidme ! - gritó Erron Black, su cuerpo tembló de fuerza y comenzó a correr, comprobando que sus alidos le seguían.

Se precipitaron a paso firme por una calle lateral semi destruida, avanzando considerablemente hasta detenerse junto a un muro en ruinas pero lo suficientemente alto para ocultarles de aquella tribu de caníbales.

Al cabo de unos segundos vieron pasar a varios de ellos, los tatuajes marcado a fuego en las pieles pálidas no engañaban, eran Yageses.
Aguardaron por unos instantes hasta escuchar como el sonido de aquellos fantasmales cantos desaparecía poco a poco.

-¿Que mierda acaba de pasar...? - suspiró Frost pero fue interrumpida por el vaquero.

-Sigamos - indicó Erron Black con una voz baja.

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