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Anahí se despertó cuando su teléfono empezó a vibrar por cuarta vez. Era fin de semana y, en los que no tenía ningún evento aprovechaba para dormir hasta tarde y no hacer nada. Miró su reloj, bostezando y con los ojos entornados, y se dio cuenta de que era verdaderamente tarde. Normalmente se levantaba sobre las nueve si no tenía mucho que hacer, pero eran pasadas las once y, si de ella dependiese, seguiría durmiendo mucho más.

El teléfono volvió a vibrar con insistencia y Anahí descolgó sin fijarse en quien llamaba.

— ¿Si?

Sabía que su voz ronca y adormilada la había delatado, pero no le importaba.

— ¿Te he despertado?
— ¿Es la segunda vez que llamas?
— La quinta en realidad —rió Lexi del otro lado.
— ¿Pasa algo?
— ¿No te quitaban hoy los puntos?
— ¡Los puntos! —abrió los ojos de golpe— se me había olvidado por completo.
— ¿No has ido?
— Tengo la cita por la tarde.
— Oh, bien. Te llamaba por otra cosa también.

Anahí frunció el ceño.

— Va a ser navidad... Y nos gustaría que vinieses a casa a cenar.
— Oh, no. No podría.
— ¿Por qué no?
— Tengo mucho trabajo... Y sabes que las navidades no me gustan.

En realidad le encantaban, pero no quería ser la acoplada en su cena ni la invitada por pena. Dio alguna excusa más a Lexi, que llegado un punto desistió y suspiró, y colgó para meterse en la ducha.

Alfonso la pasó a recoger por la tarde, como le había prometido, y la llevó al hospital para que le mirasen los puntos. No habían vuelto a hacer el amor y Anahí estaba cada vez más ansiosa por sentirlo de nuevo en su interior, pero sí que la había besado y acariciado, y eso le daba a entender que él también quería estar con ella. Al menos que quería acostarse con ella de nuevo.

— ¿Quieres que entre contigo? —le preguntó mientras esperaban.
— Está bien.

El doctor le había informado que todo estaba perfectamente y que podía volver a sus rutinas al cien por cien. Anahí le sonrió en respuesta, bajándose de la camilla, y salió con Alfonso siguiéndola por el pasillo.

No podía dejar de pensar en todo lo que quería hacerle. Iba detrás de ella intentando no babear con los movimientos de su trasero, o no caerse por no mirar bien donde iba. La seguiría al fin del mundo y, sin siquiera darse cuenta, extendió los brazos hacia delante y la abrazó con cariño, dejando un beso en su sien. Anahí notó como su erección golpeaba contra su trasero y sintió como se mojaba en el acto. Contuvo un gemido, pero cerró los ojos complacida.

— ¿Vamos a mi casa?

La voz sonó extraña y a Alfonso le costó reconocerla como suya, pero Anahí asintió y se apoyó un poco más sobre él, haciendo que su erección creciese más.

La casa de Alfonso era todo lo contrario a lo que Anahí se esperaba. Claro que ella esperaba una casa decorada como la habría decorado el Alfonso de hace diez años, con colores chillones, muebles baratos y decoración de skate. El Alfonso de ahora era mucho más sofisticado. Las paredes eran de un gris claro que hacía que la estancia resultase mucho más amplia de lo que ya era. En las paredes colgaban algunos cuadros que le daban algo de color al lugar y los muebles que había eran de un material metálico con madera que lo hacía parecer muy industrial pero acogedor. No había fotos familiares, por lo menos que ella viese, ni cosas personales. Era como si Alfonso no viviese allí, solo durmiese.

— Es muy bonito.
— Lo decoró mi asistente —se encogió de hombros— pero supongo que no está mal.

¿No está mal? Ella vivía en un pequeño apartamento en un décimo piso que le encantaba a pesar del tamaño. Lo había decorado con gusto y hasta el último detalle y era su hogar. Aunque no estaba segura de si ese lugar era el hogar de Alfonso, o simplemente una vivienda más.

— ¿Una copa?
— Mmm, está bien —asintió.

Alfonso colocó un vaso con líquido ámbar en su mano derecha, rozando sus dedos a conciencia, acelerando más el latido de su corazón.

— Debería tener una de estas en el despacho —dijo, saboreando el líquido que había bebido— para cuando el día se complique más.
— Es un whisky de malta de veinticinco años, un Glenrothes especial con un toque de caramelo salado, mango y semillas de cilantro.
— Está muy bueno —asintió, dando otro sorbo para poder apreciar los nuevos ingredientes.
— Es de mis favoritos —asintió él.

Alfonso se había acercado a ella lentamente mientras hablaba y Anahí se dio cuenta al sentirlo por completo tras su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y Alfonso comenzó a besar su cuello tras quitarle el vaso y dejarlo en un lugar seguro. Todavía sentía el agradable saber del whisky en su boca, pero al sentirlo en la boca de Alfonso sintió como las piernas le temblaban. Y dio gracias a estar agarrada a él, porque de otra manera no sabría si habría conseguido mantenerse en pie. Alfonso metió una mano bajo su camiseta y acarició su vientre con las yemas de sus dedos hasta subir a sus pechos y atrapar uno de ellos con la mano. Anahí emitió un gemido que animó a Alfonso a hacer lo mismo con el otro pecho.

Anahí se sentía en el cielo. Las manos de Alfonso masajeaban sus pechos con firmeza mientras que el leve movimiento de caderas la hacía estremecerse cada vez que su erección golpeaba contra su trasero.

— Alfonso... —suplicó.

Él, en respuesta, volvió a su cuello, dejando un húmedo rastro de besos hasta su clavícula. La camiseta había desaparecido y, sin saber cómo, ella estaba bajando su mano hasta el botón de su pantalón.

— Hazlo —le ordenó Alfonso al verla dudar— tócate mientras te acaricio.

Anahí tragó saliva pero con un leve movimiento afirmativo con la cabeza terminó de desabrochar sus pantalones e introdujo una mano en su ropa interior, presionando con cuidado su zona más íntima.

— Muévelo —escuchó decir a Alfonso.

Anahí ahogó un grito cuando a sus movimientos se unieron las caricias de Alfonso, que habían parado mientras le ordenaba lo que tenía que hacer. Se sentía en el paraíso.

— Poncho...

Alfonso sintió como su corazón le daba un vuelco. Era la primera vez que le llamaba Poncho desde hacía diez años y estaba maravillado por cómo sonaba en sus labios. Cesó sus caricias, haciendo a Anahí protestar, hasta que la dio la vuelta y chocó sus labios contra los de ella en un beso arrollador que le hizo dar vueltas la cabeza. La llevó al dormitorio lo más rápido que pudo y la dejó caer sobre su colchón.

Anahí le sonrió. Sus pantalones estaban a medio abrir, le quito los zapatos y la ayudo a quitárselos del todo, seguido de su ropa interior. Cundo la tuvo desnuda en su cama, sintió una profunda alegría que no pudo explicar. Se apresuró para desnudarse el también y se unió a ella segundos después, haciéndola reír. La primera vez que entró en ella no pudo describir las sensaciones que le embriagaron, y creía que se le pasaría con el tiempo. Pero cuando volvió a entrar en ella se sintió incluso mareado. Anahí lo recibía cálida y perfecta, lo apretaba y lo volvía loco cada vez que se movía en su interior y cuando le rodeó la cintura con sus piernas se sintió perdido.

— Annie... —suspiró contra su oído— me vuelves loco, Annie.
— Tú también a mi, Poncho.

Dios. Era gloria bendita escucharla decir Poncho otra vez. Con una sonrisa satisfecha profundizó sus embistes y vio a Anahí echar la cabeza hacia atrás, conteniendo un grito.

— Quiero escucharte, cariño. Vamos, déjate llegar.

Anahí pareció escucharle, porque la oyó gritar y gemir bajo su cuerpo mientras la llevaba a la cima. El orgasmo le pillo por sorpresa, pero no por ello fue menos arrollador. Giró sobre su cuerpo, arrastrándola con él, y la dejó sobre su pecho aún unido a ella. Anahí sonrió, acomodándose a la nueva posición y ahogó un gemido de sorpresa cuando lo sintió crecer de nuevo en su interior.

— ¿Segunda ronda? —preguntó con voz ronca y seductora antes de alzar las caderas para hacerla temblar.

El padrinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora