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Anahí había pasado las mejores vacaciones de su vida. Desde que volvieron de la cena de Sloan y Lexi no se habían separado, y casi no habían salido de la cama. Pero pasadas las fiestas, tenía que volver en serio al trabajo, y además tenía que viajar para ver a una pareja que se quería casa cuanto antes.

Siempre le gustaba enseñar los catálogos en papel, era más fácil seleccionar y que no se le olvidase ningún detalle, pero cuando viajaba fuera no podía llevarse todos los catálogos con ella, así que preparó la tablet con ellos y metió la ropa en la maleta. Se iría una semana, lo justo para poder ver con los novios todo, y luego tendría que viajar alguna vez más para ver cómo iba todo, además del día de la boda, claro.

Alfonso estaba a su lado, desnudo de cintura para arriba y con el pelo aún mojado por la ducha.

— De verdad tienes que irte ya —susurró en su oído, abrazándola por detrás.

Anahí sintió su erección crecer contra su trasero, y se giró entre sus brazos para quedar cara a cara.

— Perderé el vuelo si no lo hago. Pero volveré el viernes.
— ¿Te recojo?

Anahí alzó una ceja.

— Está bien pero, ¿vendrás a mi apartamento? Directamente.
— Está bien —rió antes de darle un casto beso en los labios— y ahora déjame terminar, me distraes con tu...
— Con qué —sonrió, moviendo las caderas hacia delante.

Anahí gimió y, a pesar de que tenía muchas ganas de quitarse la ropa y volver a unirse a él, lo separó con delicadeza y continuó haciendo la maleta.

Cuando llegó a su destino tuvo que ponerse las gafas de sol y el calor hizo que se tuviese que quitar la chaqueta de traje que llevaba y desabrocharse los primeros dos botones de la camisa. Salió del aeropuerto y se montó en un taxi que la llevó directamente a su hotel. Su habitación no era gran cosa, pero tampoco le gustaba tirar el dinero en lujos de los que podía prescindir. Se sentó en la cama y se quitó los zapatos de tacón. Su reunión era a las cinco, así que todavía tenía varias horas para descansar y darse una buena ducha.

Alfonso miró el teléfono por quinta vez. ¿No había llegado ya Anahí?¿Por qué no le llamaba? Volvió la vista de nuevo al ordenador y buscó el vuelo en el que le había dicho que volaría. Había aterrizado hacía más de tres horas, y Anahí no había dado señales de vida.

— ¿Si?

Su voz sonaba ronca y adormilada, y Alfonso maldijo para sus adentros.

— Te he despertado.
— Si, pero tendría que despertarme ya. Aún me quiero duchar y deshacer la maleta.
— ¿Tan cansada estabas?

Anahí se ruborizó. Habían pasado la noche haciendo el amor, así que había subido al avión muerta de sueño y al llegar al hotel lo único que había conseguido hacer había sido dormir.

— No me quejo —contesto— pero ahora tengo que dejarte. Tengo el tiempo justo para hacer todo lo que quiero antes de reunirme con la pareja.
— Está bien, ¿ha sido un buen vuelo?
— Si, muy tranquilo.

Se sentó en la mesa y esperó a que su pareja de novios llegase, cuando lo hizo, sintió como toda su sangre se evaporaba. Roger estaba frente a ella, con el mismo corte de pelo que hace diez años pero con un traje gris en vez de su típica chaqueta de cuero y sus pantalones desgastados. Sus ojos se clavaron en ella cuando su prometida dijo:

— ¿Anahí Puente?
— Si —susurró antes de carraspear y levantarse para estrechar sus manos— encantada de conoceros.
— Gracias —sonrió la morena— bueno, está claro que soy Esmeralda Rodríguez, la novia —rió— y él mi prometido, Roger William. Hace tiempo estuve en una boda organizada por ti y, en cuanto me lo pidió, no dude en contratarte.

El padrinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora