Epílogo

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Alfonso dejó a Anahí dormir mientras él se duchaba y preparaba un rico desayuno. Desde que se habían reconciliado en casa de su hermana, Anahí se había ido a vivir con él a su apartamento porque era más grande y estaba mejor ubicado, y porque no querían separarse más que lo necesario. Y Alfonso estaba encantado, porque nunca había sido tan feliz como hasta ahora. Cada mañana se levantaba y despertaba a Anahí con besos para terminar haciendo el amor. Después se duchaban, muchas veces juntos, y volvían a hacer el amor, para después despedirse e irse a trabajar. Pero esa mañana era diferente. Alfonso hizo tortitas y exprimió algo de zumo mientras el café se hacía. Preparo todo en una gran bandeja y colocó una pequeña caja de terciopelo en el medio. Cuando entró en la habitación Anahí seguía dormida, así que dejó la bandeja sobre la mesita de noche y colocándose sobre ella sin aplastarla, fue dejando un reguero de besos para despertarla.

— Hola —saludó Anahí con voz ronca antes de que la besase en los labios— mmm huele delicioso.
— He preparado algo para desayunar.
— Bien, porque me muero de hambre.

Alfonso colocó la bandeja sobre la cama y Anahí elogió todo, hasta que reparó en una caja de terciopelo que no solía estar nunca ahí.

— ¿Poncho...?
— Annie —dijo, agarrando la caja— ¿quieres casarte conmigo y hacerme el hombre más feliz del mundo?

Anahí había llorado mientras le daba el sí quiero y lo había besado hasta que su estómago gruñó pidiendo comida y haciéndoles reír a los dos. Miró maravillada el anillo que ahora lucia en su dedo y volvió a besarle con los labios con sabor a sirope.

— No sabes lo feliz que me haces —suspiró, recostándose sobre él para abrazarle.
—Tú a mi también.

Se casaron meses después, a finales de verano. Sophia y Matt fueron a la boda con el pequeño Marcus, el cual apenas tenía un mes pero era el bebé más precioso que Anahí había visto. Izzy y Caleb anunciaron orgullosos que en unos pocos meses tendrían gemelos y Lexi y Sloan les dijeron que antes de tener hijos irían a África durante un año para ayudar a los médicos de allí. Además, Tessa le mostró, entusiasmada, cómo iban las obras de su futura casa. Y Victoria les había dicho que estaba esperando a una niña hermosa.

Fue una boda llena de sorpresas y la mayor se la llevó Alfonso cuando, al estar solos en la habitación, Anahí le entregó un sobre blanco en el que había una fotografía con una ecografía y un mensaje que ponía «hola papá».

— ¿Es de verdad?

Dijo, comprobando que el nombre de Anahí aparecía por algún lado. Anahí asintió, con lágrimas en los ojos, y Alfonso la abrazó con fuerza.

— ¡No sabes lo feliz que me haces!
— ¿Te gusta la idea? Se que ha llegado muy pronto y que apenas nos acabamos de casar... pero yo estoy muy ilusionada.
— ¡Llevo pensando en tener hijos contigo desde que nos conocimos! Será precioso ya verás, a su lado el hijo de Matt y Sophie será horrible.

Anahí golpeó a Alfonso en el hombro riendo.

— No digas eso, Marcus es hermoso y los gemelos de Izzy también lo serán. Pero nuestro bebé será el más guapo de todos.
— Y no me extrañaría, con tremenda madre... —dijo, atrayéndola hasta su cuerpo.
— Y tremendo padre —ronroneó ella, mordiendo su hombro.
— Te necesito.
— Soy toda tuya.
— Y yo todo tuyo.

Cuando su primer hijo nació, Anahí lloró por horas de lo hermoso que le parecía. Tenía el pelo oscuro y los ojos de un verde tan intenso como su padre, y cada pequeño movimiento era como ver a Alfonso en miniatura hacer cualquier cosa.

Alfonso lo había alzado orgulloso, mostrando lo parecidos que eran a todos los que entraban en la habitación en la que se encontraba su mujer tumbada, descansando después de haber estado horas de parto. La había visto amamantarlo a su hijo con una fascinación única y también se había dado cuenta que tenía que empezar a compartir a Anahí con él. Pero no le importo, porque su familia era perfecta.

— Os amo —susurró Alfonso cuando vio que ambos se habían quedado dormidos— gracias por esto.

Besó la cabeza de Anahí y alzó a su hijo para colocarlo en la cuna y que pudiese dormir a gusto. Anahí lo llamó en ese momento, en un pequeño susurro, y lo invito a dormir con ella en la estrecha cama de hospital. Él rió por lo bajo y, después de unos cuantos movimientos, consiguió acomodarlos a los dos de tal manera que Anahí prácticamente descansaba sobre su cuerpo, cosa que no le importó porque le encantaba sentir el calor del cuerpo de su mujer sobre el suyo.

— Te amo, Poncho —susurró ella segundos después— gracias por este hermoso regalo.
— Cariño, gracias a ti por hacerme el hombre más feliz del mundo.

FIN

ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO.
NOS VEMOS PRONTO.
💙

El padrinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora