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Zeus

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Zeus

Hacia tanto que no estaba junto a mi bella Hera, descansando en nuestra habitación. Si bien han existido momentos en los que le he fallado, ella aún sigue aquí y es porque me ama. Así como yo sigo a su lado, porque la amo completamente. Muchas veces uno no puede eludir las tentaciones que se presentan en su destino, yo he tenido varias. Sin embargo, seguimos juntos a pesar de ellas.

Creo que este sería el momento más calmado y apacible por el cual estaría pasando el Olimpo, mis hijos ya son totalmente capaces de manejarse solos sin que su madre o yo les estemos diciendo que hacer.

—¿En qué piensas, querido? —susurró a mi oído con voz dulce y melodiosa.

—En que te amo —respondí antes de besarla castamente.

—Pues yo...

Cubrí con mi dedo índice sus labios, había sentido una esencia particular en mis dominios, e imagino que ella también la ha percibido. Ha pasado tiempo que no sentía esta particular presencia, si bien quiero a mis hijos, ella en particular es mi predilecta, a quien elegiría por encima de los demás. Creo que ese sería el motivo principal por el cual sus hermanos la detestan y aunque sea así, ella siempre tendrá mi amparo.

—¿Esa presencia es de...?

—No tengo ninguna duda —respondí moviéndome en dirección al balcón de la habitación.

—Sé que es tu hija, pero ¿qué crees que haga aquí? ¿Acaso no estaba en la Tierra?

—Así es, querida. Yo también tengo la misma incertidumbre.

—Pues, podremos averiguarlo. Delfos —llamó Hera y rápidamente apareció un joven de estatura mediana y melena castaña—, muéstrale a Zeus el speculum de los Dioses.

—Como diga, mi señora —

respondió el chiquillo antes de hacer algunos movimientos con sus manos y aparecer ante mis ojos una especie de espejo.

—¿Un espejo, querida?

—Casi, señor. Vera, este espejo le permite ver lo que usted desee, solo piense en que es lo que quiere ver y el espejo lo reflejara.

Los observé atentamente y ante la mirada insistente de mi esposa accedí a hacer lo que me dijo Delfos. Me acerqué al espejo y pensé en mi hija Athena, instantáneamente el espejo empezó a brillar y repentinamente mostró la entrada del Olimpo, ahí se encontraba mi hija, junto con Afrodita.

—No recuerdo que Athena se viera así —habló Hera quien estaba a mi lado en este momento.

—Ese es el cuerpo humano que utilizó para reencarnar —hice una pausa—. Lo que no me explico es como logró llegar aquí.

—Y no solo ella, también hay otra jovencita —dijo señalando la imagen.

Me fijé detenidamente en lo que mostraba el espejo, mi hija Athena se veía distinta a como la recordaba, el cuerpo humano en el que habitaba sin duda alguna era bello. Efectivamente había una joven junto a ella, al juzgar su apariencia, no se veía muy bien.

Saint Seiya: El Olimpo de los Dioses (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora