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Eileen se despertó en mitad de la noche y se incorporó sobre la cama, sobresaltada, tosiendo con violencia.

Sentía que le faltaba el aire.

Había tenido problemas respiratorios prácticamente desde que era una niña y entonces no le había afectado demasiado, pero a medida que creció, la gravedad del problema comenzó a aumentar a pasos agigantados, y ahora que tenía quince años, sus crisis asmáticas habían estado a punto de acabar con su vida en varias ocasiones a lo largo del último mes.

Por suerte, Eileen ya sabía lo que tenía que hacer en esos momentos.

Abrió la ventana y cogió aire.

Eso siempre había funcionado, pero por algún motivo, esa vez no fue así.

Sentía que se asfixiaba y no tenía voz para pedir auxilio a sus padres que dormían en la habitación de al lado.

Trató de caminar hacia allí sujetándose el cuello con las manos, pero comenzó a marearse y en poco tiempo no pudo sostenerse en pie.

Cayó sobre la cama, se le nubló la vista y acto seguido perdió el sentido.

Los siguientes instantes fueron confusos. Eileen sintió que todo giraba a su alrededor y bajo sus pies se abrió un abismo.

Gritó, tratando de aferrarse a algo, pero se encontraba en lo que parecía un sueño por lo que terminó precipitándose en su interior.

Eileen gritó aterrada. No comprendía lo que estaba sucediendo, pero estaba completamente aterrorizada.

De pronto, abrió los ojos.

Había oscuridad, a excepción de la luz de la luna que se colaba por la ventana y unas estrellas fluorescentes que colgaban de su techo.

Estaba en su habitación.

Dejó escapar un suspiro de alivio y poco a poco fue recuperando el ritmo cardiaco.

Cuando logró tranquilizarse un poco, se incorporó en la cama y para su sorpresa se sintió más ligera que nunca.

Se sentía maravillosamente bien.

Eileen dejó escapar un suspiro y paseó un poco por la habitación

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Eileen dejó escapar un suspiro y paseó un poco por la habitación.

De pronto nada le dolía, todas sus preocupaciones se habían esfumado como si nunca antes hubieran estado ahí o como si ya no fuera necesario preocuparse por ellas y además podía respirar perfectamente, de hecho, mejor que nunca.

«¿Qué me ha pasado?» se preguntó Eileen sacudiendo la cabeza. Pero finalmente decidió regresar a la cama, era muy tarde y posiblemente sería el cansancio lo que le estaba jugado una mala pasada.

Pero al girarse hacia la cama dejó escapar una exclamación de horror.

En la cama había una muchacha.

Estaba aparentemente dormida, pero Eileen no podía estar segura pues no podía ver si sus ojos estaban cerrados, la chica estaba girada, de espaldas a ella.

Sus cabellos cortos y pelirrojos estaban desparramados por la almohada y ella estaba encogida sobre sí misma.

Vestía un camisón azul que le resultó extrañamente familiar.

Aunque su instinto le gritaba que corriera a llamar a sus padres, la curiosidad fue más fuerte como de costumbre y Eileen se acercó lentamente a la muchacha.

Posó sus dedos sobre el hombro desnudo de ella y lo sintió frio, helado.

Eileen retiró la mano de golpe invadida de pronto por un terror irracional.

Al fin, reunió el valor suficiente para volver a acercarse a la muchacha y esta vez trató de darle la vuelta, pero por más que lo intentó, parecía estar clavada a la cama.

Además, ella, seguía sintiéndose muy ligera y notaba que le faltaban las fuerzas.

De pronto, sintió pasos en la habitación de sus padres y acto seguido la puerta se abrió y su madre salió de la habitación.

Parecía nerviosa y asustada.

―Mabel— escuchó la voz de su padre desde dentro—¿A dónde vas? ¿Pasa algo?

―Ah, no, nada...—murmuró— Voy a cerrar la ventana de Eileen, está abierta...

Su madre entró en la habitación.

«¡Mamá! » dijo Eileen corriendo hacia ella y su voz le sonó extraña «¡Hay una chica en la cama! ¡Mamá! ¿Me oyes?»

Pero la mujer no parecía escucharla, ni siquiera parecía verla y fue entonces cuando vio que se acercaba a la cama donde yacía la muchacha.

―Eileen, cariño—le susurró su madre a la misteriosa chica y a Eileen se le heló la sangre— ¿Estas bien? Me pareció escucharte gritar... Eileen, cariño, ¿me oyes?

―Mabel, ¿Qué ocurre? — dijo de pronto su padre apoyado en la puerta de la habitación de su hija.

«¡Papá! » gritó Eileen corriendo hacia él «¿Puedes oirme?»

Pero su padre tampoco contestó, y fue entonces cuando comenzó a caminar hacia ella, pero tampoco parecía verla.

«¡Papá! » gritó Eileen de nuevo y trató de cogerle por el brazo pero su mano atravesó la piel del hombre como si de una ilusión se tratase.

Eileen dejo escapar una exclamación de horror. Sin embargo, este no parecía haberse percatado de nada, se agachó junto a su mujer que le paso la mano por la frente de su hija, preocupada.

―Está muy fría, Ander—contestó la mujer.

―No me extraña—contestó él— La ventana está abierta.

―No, no, Ander—contestó su madre— A la niña le pasa algo.

La mujer le dio la vuelta a la muchacha y fue entonces cuando la verdad y la respuesta a todas sus preguntas golpeó a Eileen con dureza.

Era de rostro pecoso y nariz respingona, dos ojos azules abiertos como platos...

Un escalofrió le recorrió por completo.

Era ella misma.

Y entonces lo comprendió todo.

La muchacha era ella, era su cuerpo.

Ella estaba muerta, lo único que quedaba era su espíritu.

Eileen apenas fue capaz de escuchar los gritos y llantos de sus padres impregnados en un dolor inhumano.

Sus padres se abrazaron llorando desconsoladamente y Eileen, conmovida saltó sobre su cuerpo tratando de regresar a él pero fue inútil.

«¡No, no, no! » gritó desesperada «¡Yo no tendría que estar muerta, maldita sea, solo tengo quince años, yo no tendría que estar muerta!»

Se abrazó a sus padres y les suplicó que la ayudaran pero ellos no la vieron, no la oyeron, no la sintieron... No podían sentirla, Eileen ya no pertenecía a ese mundo.

«Ayudadme por favor» le suplicó entre sollozos a sus padres, aun consciente de que no podrían escucharla «Yo no tendría que estar muerta, yo no tendría que estar muerta...»

-𝐄𝐢𝐥𝐞𝐞𝐧- 𝐄𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 𝐲 𝐥𝐚 𝐦𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora