EL PESCADOR FLAUTISTA (II)

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La mañana inició con rutinaria normalidad. Se despertó bien temprano, se vistió, bajó, evitando hacer el menor ruido para no despertar al resto, y salió a la calle. El cielo todavía continuaba algo cubierto por unas nubes gris pálido, que en un par de horas desaparecerían, y un ligero viento hacía ondularse el agua. Frente a la puerta, su barca lo esperaba, sin embargo, antes de adentrarse en la mar, debía realizar con urgencia una parada.

Anduvo varios minutos río arriba y no tardó en vislumbrar su objetivo. Se trataba de un edificio de buen tamaño, con una base rectangular y asentado en el suelo. El lateral que daba al curso de agua era un peristilo, en el que los fustes de las columnas eran atlantes marineros pintados con vivos colores. El tejado era plano, sin adornos, como tampoco el resto de paredes estaban decoradas; solo una capa de yeso blanco cubría el edificio. Además de la puerta del pórtico, que era la principal, el edificio contaba con otras dos puertas, más pequeñas y sencillas, en sus laterales.

Dries se aproximó a la que le quedaba enfrente y, a pocos pasos de llegar, esta se abrió y un hombre, junto a un par de jóvenes, salió. Se sostuvieron la mirada un segundo y luego el otro se le acercó con una forzada sonrisa. Se trataban del padre y los hermanos de Filandros.

-Buenos días, Dries -lo saludó el hombre.

-Buenos días, Zorba. Espero tengáis una buena pesca.

-Oh, sin duda así será. -Fue bastante evidente el "a diferencia de tí", que no llegó a pronunciar-. ¿Cómo se encuentra tu madre?

-Perfectamente.

-Me alegra oírlo. Tal vez hoy os haga una visita.

Decidió no decir nada, aunque el rostro que debía tener sería un claro indicativo de lo que opinaba al respecto. Zorba solo lo miró sonriente durante un par de segundos antes de despedirse.

-Bueno. Ya te dejo. Mi hijo aún sigue dentro.

Con esas palabras prosiguieron su camino y Dries entró a los baños. Contaban con varias dependencias, separadas por rango social y sexos. Desde el pasillo accedió a la primera puerta a la izquierda que se encontró, donde se ubicaban las letrinas, mientras que a la derecha estaban los baños. Y tal y como le había indicado Zorba, Filandros estaba sentado en la zona de la izquierda, en el centro, con su espalda apoyada contra la pared y los ojos cerrados. No había que ser una pitonisa para darse cuenta de que sufría los efectos de haber bebido la noche anterior y, por ello, no detectó su llegada. Decidió sentarse frente a él y su cabeza rememoró el momento del beso y aquellas palabras tan cargadas de significado.

Había tanto silencio, que solo rompía el agua que caía de la pequeña fuente a su derecha y el rumor de la misma al circular por los canalillos a sus pies, que percibía la respiración del otro. Eran amigos desde niños y, aunque siempre le había llamado la atención su pelo y ojos rojos, lo que, sumado a sus rasgos, lo hacían bastante atractivo, nunca había sentido por él nada más que una sincera amistad.

Mientras lo miraba, Filandros abrió los ojos y se sobresaltó al verlo de repente.

-¡Dries! No te he oído llegar.

-Ya. Me he dado cuenta. ¿Aún con la cabeza embotada?

-No te puede hacer una idea -respondió con una media sonrisa-. Oye -dijo luego, llevándose una mano a la cabeza para rascarse detrás de la oreja con nerviosismo-. ¿Hice o dije algo anoche por lo que tenga que pedirte disculpas?

-No -fue la seca respuesta que salió de sus labios-. A no ser que cuentes el que casi me vomitaste los pies.

-Ou. Entiendo. Bueno. Pues entonces te pido perdón por el mal rato que te hubiera hecho pasar.

MAR DE HÉROESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora