EL PESCADOR FLAUTISTA (III)

2 0 0
                                    

En los siete días que siguieron a ese increíble suceso, se operó un gran cambio en la vida de la familia de Dries. La sorpresa de la familia solo fue comparable a la de los emisarios del gobernador, que les obsequiaron con un cuantioso pecunio. Por la mañana, no le faltaron las felicitaciones, sobre todo por parte de sus tres queridos amigos, entre los que destacó Filandros, a cuyo padre no le quedó más remedio que sumarse. La opinión general fue que había tenido un merecido golpe de suerte por todo el trabajo que llevaba realizando en solitario; que siendo tan joven sustentara sin descanso a toda su familia era digno de admiración por el resto de hombres de Xios. Él mismo achacaba a la fortuna esa pesca, aunque acudió al mismo lugar.

Imaginaos lo que debió sentir al ver suceder el mismo fenómeno por segunda vez. ¿Acaso algún dios había finalmente oído los ruegos de su madre? ¿Habría enviado a una criatura en su ayuda? Por más que miraba hacia el mar nada percibía, si bien su vista apenas penetraba unos centímetros por debajo de la superficie y era muy fácil que, si lo había, el ser estuviera escondido. Incluso podría estar ante sus narices. Fuera como fuese, la pesca estuvo asegurada y su llegada a Xios estuvo rodeada por la sorpresa y el jolgorio.

Al día siguiente, otro tanto de lo mismo, sin embargo, al tercero el cielo se nubló y, aunque no llegó a convertirse en tormenta, fue suficiente para impedir la salida de los pescadores con embarcaciones más débiles. No por ello se mantuvo encerrado en casa. Aconsejado por Mérope, a la que escuchó atento, a pesar de que quería emplear lo ganado en sus hermanos, acudió al taller del muelle para mejorar la embarcación. Fue muy temprano por la mañana y los trabajos duraron casi todo el día. Las mejoras se limitaron a un aumento de su capacidad, la madera se reforzó, para hacerla más resistente al oleaje, y adquirió un mejor equipo de pesca.

En el cuarto día, cuando partió del muelle, un pequeño número de barcas lo acompañaron a cierta distancia. Al llegar a su destino, lanzó la nueva red para probar su eficacia y se vio recompensado al sacarla junto a un par de buenos peces y otros tantos de menor calidad. Ningún pez emergió repentinamente de las profundidades. Si la criatura estaba debajo, era muy probable que no actuase mientras hubiera más presencia en la superficie. Miró a sus vecinos asqueado. Ellos casi nunca tenían problemas para pescar, ¿por qué venían a invadir su zona? ¿Es que no les importaba dejarle de nuevo sin capturas?

En un primer momento la pesca fue rentable para todos, empero, luego los peces dejaron de caer. Fue como si hubieran desaparecido del lugar y las embarcaciones se disgregaron. No era nada raro que durante un par de días los bancos se reunieran en un mismo lugar antes de disolverse. Solía suceder con bastante frecuencia. La diferencia era que, por una vez, Dries había sido el beneficiado.

Viéndolos alejarse, él mismo tomó la decisión de dejar la zona. Ese día había estado pensando. Si siempre acudía al mismo lugar, el resto de pescadores no tardarían en sospechar que sucedía algo raro y eso no le convenía, además que no quería que el resto le escuchara tocar. Por otro lado, si en verdad contaba con la ayuda de un dios, su enviado lo seguiría allá donde fuese. Con eso en mente puso rumbo más al oeste, más allá de la playa de Dioniso, desde donde se discernía el conjunto rocoso que se encontraba unas millas mar adentro. Buscó un sitio resguardado e hizo sonar los aulos; al finalizar, el suelo de la barca estaba cubierto por peces y el nuevo tamaño permitió una mayor captura, que se tradujo en más dinero para su familia.

En el quinto día, mientras salía, su madre también lo hizo. Mérope se acercó a una de las casas del centro de la villa, en la que estuvo varios minutos hablando con un hombre. Se trataba de uno de los maestros de la villa, en concreto el más barato, al que pagó cierta cantidad acordada para que, ese mismo día, Dennys comenzara su educación. El efebo recibió la noticia con gran entusiasmo y, al mismo tiempo que su hermano mayor bailaba en medio de una lluvia de peces, asistía a su primera clase junto a sus nuevos compañeros. También ese día, la siempre preocupada Mérope, pensando en lo que pudiera suceder en el futuro, acudió acompañada por Aria al mercado. Los recipientes de la casa terminaron llenos a rebosar y la pequeña recibió sus primeras clases de cocina. Esa noche, Dries escuchó resplandeciente todo lo que sus hermanos le contaron entusiasmados.

MAR DE HÉROESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora