EL PESCADOR FLUTISTA (VI)

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El acuático no hizo nada hasta asegurarse de que obedecía y cerraba los ojos, momento en el que percibió como este se acercaba al bode y se lanzaba al agua, provocando, a causa del consiguiente balanceo de la embarcación, que estuviera a punto de incumplir su parte. Después lo oyó chapotear hasta situarse tras él y notó el desplazamiento por la superficie marina.

¿Qué sorpresa le tendría preparada su curioso benefactor? Esa pregunta le llevó a plantearse otra aún más importante: ¿Hasta qué punto podía fiarse de Libis? ¿Y si su simpatía tal vez se debía a una estratagema?¿Habría incurrido en un exceso de confianza hacia ese extraño ser? Seguramente ya era muy tarde para analizar con mayor claridad la situación. Ahora ya se encontraba en mitad del mar, cerca de la costa, sí, y un chico normal de su edad podría llegar a la orilla sin ningún problema, sin embargo... ¿Podría él? Había demostrado una gran habilidad innata en la natación, así que, ¿qué diferencia podría haber entre nadar en una calmada piscina y hacerlo en pleno mar? Las dudas acerca de lograr esa gesta personal lo refrenaron a la hora de poner en práctica tal idea, por lo que se limitó a dejarse llevar y ver hacia dónde le conducían las cosas.

Al cabo de unos minutos, que no sabría precisar con exactitud, su barca golpeó con suavidad contra unas rocas y supuso que se trataba de una de las lenguas que formaban su bahía. Escuchó las maniobras de Libis al nadar alrededor y su posterior salida del agua. Las ganas de abrir los ojos eran enormes, pero supo contenerse y aguardar a que el otro le diera alguna indicación.

-Ya puedes abrir los ojos -le informó el semi delfín con un tono de voz emocionado. Estaba claro que estaba ansioso por ver su reacción.

Tuvo que parpadear varias veces, hasta que su visión se acostumbró a la poca luz que provenía del firmamento, para poder ver. Como se había imaginado, la quilla de su barca rozaba las rocas de la lengua derecha de la bahía y, justo en la punta, distinguió que un conjunto de algas habían sido colocadas sobre la fría piedra y encima de dichos vegetales había una enorme vasija y varios recipientes, dispuestos para una comida con diferentes tipos de pescado y otros productos provenientes del fondo oceánico. El mar, por tanto también la bahía, estaba en total calma, tanto que las estrellas se reflejaban con claridad en su superficie, como si fuera una prolongación del cielo, y la luna, que además rielaba en el centro, bañaba con su luz las copas del bosque al otro lado.

-Espero que te guste.

Al sonido de su voz, Dries lo miró y se quedó sin respiración. Libis mantenía medio cuerpo fuera, con sus manos apoyadas en la madera y su cabeza sobre ellas, aunque con el rostro volteado hacia él, por lo que Selene le daba de lleno y sus ojos, que ya de por sí tenían una intensa tonalidad azul, brillaban semejando zafiros.

-Eres hermoso -dijo absorto en su contemplación. La sonrisa del marino se tornó en una tímida y su azoramiento fue más que evidente-. Quiero decir. Sí. Me gusta.

-Vamos, entonces. Si me das un momento te ayudaré a ir a tierra.

Nada más terminar esa frase, se separó de la embarcación y, posando sus manos en la roca, lo que le permitió fijarse en el orificio que poseía a la altura de la nuca, mediante un solo impulso, se elevó emergiendo en su completa plenitud. En esta ocasión, la boca de Dries se abrió para emitir un boqueo. Al abandonar el agua de esa manera, Libis provocó que el agua le cayera por la espalda en una cascada de gotas, que, veloces y sinuosas, resbalaron guiadas por las curvaturas de su cuerpo a medida que este ascendía. Sus pupilas siguieron esa estela líquida para devorar con la mirada esa hermosa escultura viviente que, por causa de la brillante titánide, parecía estar hecho de la más pura plata. Y gracias a esto fue testigo de cómo las piernas de su amigo cambiaban de aspecto para adaptarse al nuevo terreno.

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⏰ Última actualización: May 27, 2022 ⏰

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