PEDAZOS DE UNA
FLOR INOCENTESu mirada estaba atenta al on the rock, el vidrio dejaba ver que traía aquella sustancia acompañada de un trozo de hielo que estaba logrando hacerlo sentir mareado, vaya, tal vez había tomado demasiado de aquel tequila blanco esa noche, pero a pesar de la sensación de tambalear no se detendría, porque aquel éxtasis le encantaba. Lo había probado tantas veces que se había vuelto adicto al efecto que causaba en él el alcohol, tan crudo y duro al bajar por su garganta que lograba hacerlo querer más.
Su cuerpo se encontraba bañado en unas luces que variaban sus colores, el neón era molesto pero lograba mantenerlo atontado, todo allí daba vueltas, todos estaban locos tratando de escapar de la realidad que había tras aquellas puertas, fuera de aquel lugar lleno de personas, alcohol, sexo y drogas. Todos se habían subido a la montaña rusa, y entre los bullicios alocados y un montón de gente se encontraban en lo más alto, lástima que vomitarían hasta lo ingerido una semana antes cuando desciendan, y vuelvan a su verdadera vida en la mañana. Tocó con su nudillo índice el mármol de la barra, ningún sonido escuchó más allá de la música alta que retumbaba en sus oídos, pudo reconocer aquella movida canción, entonces, levantó su cabeza y giró levemente su cuerpo, su mirada recorrió aquel lugar lleno de delirio.
Poca ropa y cuerpos sudados, eso había allí, en aquel prostíbulo. Sus codos tocaron la barra que se encontraba detrás, recostando su cuerpo allí y siguió observando, buscando algo que verdaderamente llamara su atención más allá del show de sexo público que algunas personas se dedicaban a dar ya que se encontraban lo suficientemente ocupados como para buscar una habitación. Suspiró, se estaba rindiendo, no había nada nuevo en los alrededor, sólo más de lo mismo, tal vez aquella no sería su noche.
── ¿Qué hace un chico tan guapo como tú, solitario en un lugar como este? ── Escuchó a su costado, una voz que se alzaba sobre el estrépito del sitio.
Su atención la recibió aquella chica de cabello rojizo lleno de rizos desordenados que caían rebeldes por sus costados y los veía asomarse desde su cintura. Sus labios eran rojos como cerezas, grandes y brillosos de aspecto dulce, por un momento se preguntó si sabrían igual a ellas. Aquella pelirroja le sonreía coqueta, con su vestimenta ajustada sin dejarle crédito de nada a la imaginación, ansiando una respuesta de aquel apuesto joven que había estado viendo durante un tiempo en la lejanía, indecisa entre si acercársele o no.
── Esperando por una señorita tan guapa como tú. ── Eso bastó para tener a aquella audaz muchacha levemente sonrojada y con una sonrisa coqueta. Antes, varias mujeres con escasez de ropa se habían acercado buscando de su cortejo, rechazándolas a todas, pero ella y sus rasgos poco vistos en lugares como ese le habían cautivado.
── ¿Debería de creer esas palabras o sólo intentas seducirme? ── Levantó su ceja intuitiva, acercándose un poco más a aquel pelinegro que gritaba peligro por donde sea que lo mirases, pero eso la atraía, de hecho, a todas lograba atrapar con su aura reservada e interesante, demasiado sexy como para ignorarlo. Cada chica era un cliché, sería lo que cada una deseara, y a la mayoría, parecía gustarles aquel personaje. Había tenido tantas personalidades que no sabría decir cuál de todas era la real, posiblemente no tendría un auténtico "yo", sino puntos de pintura de todos los colores representando a cada persona con la que se cruzó. Se moldeaba a ellas, a sus preferencias, para agradarles, excitarlas y comerlas.
── ¿Está funcionando? ── Imitó su gesto y su sonrisa, mostrando un lado lo bastante atractivo como para hacerla morder su labio inferior. Abandonó su posición poniéndose sobre sus pies, revelando su verdadera altura, siendo más alto a pesar de que su compañía montaba unos tacones. Un embrujo, eso era, ¿era consciente de que hasta su altura era igual de atrayente? Ella estaba lo bastante absorta en aquel hombre como para ignorar totalmente el estruendo de su entorno. Una adolescente, pensó que eso parecía, pues se estaba emocionando por la altura de un hombre.
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Viekilig
Short StoryCada pieza era importante, a él le gustaban todas. Jugar era su pasatiempo y probar el dulce placer de la seducción también. Cada pieza de sus cuerpos era esencial, las necesitaba, escucharlas gritar de placer y terror, como un animal feroz degollan...