PODRÍA SER ELLA, LA TENUE LUZ
EN LA OSCURIDADEl olor a detergente congestionaba un poco su nariz, hace semanas había lavado su auto pero pareciera que el olor a productos de limpieza no quisiera desaparecer, haciéndolo recordar aquel sensual lunar y piel suave, y de soslayo podía asomarse el recuerdo de una bailarina estrella de burdeles... Sí ponía atención, aún podía escuchar sus palabras ruidosas de ruego, sí cerraba sus ojos y se concentraba en la oscuridad de su vista destellos de su rostro consternado veía, o su interior brillante mostrando todos sus órganos. El hecho de recordarlas tan vívidamente era satisfactorio, le aseguraba que todo había sido real, que su corazón estaba en su estómago y el resto de su cuerpo en envases fríos guardados en su congelador. Bajó del vehículo y puso el seguro para cruzar la calle y encontrarse más cerca del letrero discreto en el que ''Burdel Dirty Kisses'' resaltaba en letras rojas.
No había fila para ingresar, pero en la entrada pasó unos billetes al fornido hombre que se encargaba de brindar el paso hacia dentro, esté lo miraba de arriba hacia abajo intentando intimidarlo pues era la primera vez que veía su rostro, desconfiaba de él ya que en aquel lugar alejado de la urbanización era extraño ver a alguien nuevo pasearse por allí. Era un pueblo corrompido de mala muerte cerca de la ciudad, donde todos parecían sombras y en cada esquina había un lugar para satisfacer tus deseos sexuales. Era un sitio perfecto para alguien depravado, por algo se encontraba allí, tan lejos del matadero. Están en todos lados, los desquiciados que lucen pulcros, tu amante, esposo, vecino, incluso un amigo... Nunca acaban y siempre habrán más mujeres muertas mañana.
── Soy profesor en la ciudad, no sería nada cómodo encontrarme con uno de mis estudiantes en un lugar como este. ── Recibió un asentimiento por parte del hombre que parecía convencido con su explicación. No hubieron preguntas, solo aceptó el dinero y se movió para permitirle pasar. A sus ojos, era un hombre más que deseaba sentir la perversión sin ser juzgado.
Esa noche no tenía ganas de beber alcohol y las drogas no eran lo suyo, pensaba qué existían muchísimas formas más para llegar a un éxtasis que inyectarse heroína. De nuevo estaba ahí, rodeado de luces neón y los pecados más placenteros que te podía dar la vida del impuro, «Santo Dios que estás en el cielo, por sobre nosotros mirándonos con egocentrismo, vociferando que no existe más gran que tú, apiádate de nuestras almas putrefactas». Otra vez más mujeres se paseaban por sus oscuros ojos deseosos, senos grandes, cinturas pequeñas, había de todo tipo, era como una juguetería; entrabas y comprabas el juguete que querías, el preferido para tu gusto personal.
No se quedó en la barra a esperar como estaba acostumbrado, si algo había aprendido de su anterior víctima era que lo bueno se escondía entre la multitud. Abrió su chaqueta de cuero dejando ver una camisa blanca con varios botones desprendidos y emprendió su rumbo para adentrarse más en aquel infierno placentero. No eran personas las que se tumbaban unas encima de otras, eran demonios buscando libertad, el humo espeso cubría la verdadera cara de los diablos obteniendo su vicio.
Era empujado por los cuerpos alocados que bailaban por el lugar, todos acumulados se unían unos con otros, saltaban al ritmo de la música y se perdían en la oscuridad de las luces, disfrutando de una noche en la que no eran ellos realmente, eran lo que querían ser y la sociedad no aceptaba, dentro de esas paredes a nadie le importaba lo que había fuera. Manos apretaban su ropa y jalaban de el para que se uniera en un baile con ellos en aquella orgía, en el jardín de Edén donde todos se amaban y comían de la manzana podrida pero, esa noche no estaba ahí por eso.
── ¡Te he dicho que no quiero tener sexo contigo jodido puerco, déjame en paz! ── Escuchó. Se había detenido en un lugar en el que la alta música sonaba sin llegar a retumbar en tus tímpanos impidiéndote oír algo más. Miró alrededor y encontró de dónde provenía el grito. Era la voz de una mujer, un hombre estaba delante de ella por lo que no pudo ver su rostro, pero de lo que sí se dió cuenta era de qué, ella forcejeaba con el quién parecía sostener sus brazos.
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Viekilig
Short StoryCada pieza era importante, a él le gustaban todas. Jugar era su pasatiempo y probar el dulce placer de la seducción también. Cada pieza de sus cuerpos era esencial, las necesitaba, escucharlas gritar de placer y terror, como un animal feroz degollan...