Epílogo

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Había muchas historias que giraban en torno a él.

Algunas relataban que era hijo de los Dioses, nacido en una cuna de oro macizo, bañado por la bendición de las siete deidades se le había entregado el don de la guerra para que su espada jamás fallara al enfrentarse a un oponente. Otros le daban toques más oscuros, lo acusaban de haber hecho un pacto con criaturas del mal para obtener la victoria en cada una de sus batallas. Incluso habían compuesto una canción con aquel relato; los versos aseguraban que se había sumergido en mismísimo río de la muerte, entregándole su alma al Dios del Inframundo para adquirir habilidades sobrenaturales. 

Minho sabía que ninguna de esas cosas eran ciertas, todo se debía a un intenso entrenamiento y suerte, mucha suerte.

Durante su vida siempre buscó ser un hombre sabio, como su padre. Pero más que sabio él era justo. Lee el justo, lo apodaron en la primera década de su gobierno, relevando el seudónimo de "Príncipe cruel" que jamás le gustó, pero que había servido para intimidar a sus enemigos en la guerra. 

Ascendió al cargo unos años después de la caída del Imperio de los Han, su hermano Seungmin murió gracias a la enfermedad que lo había confinado a la silla de ruedas. Sin otra persona que ocupara el trono, Minho se convirtió en Emperador de Andalat.

Y logró muchas cosas, entre ellas la liberación de los esclavos que tanto anhelaba el primer Emperador Lee. Cada ciudadano de Andalat era dueño de su propia vida, la transición fue complicada al inicio, pero después de años de arduo trabajo al fin se respiraban aires de libertad.

El paso de las estaciones fue continúo y persistente y cuarenta primaveras habían pasado desde aquel día en el que Óreleo cayó. A pesar de que afuera las flores empezaban a brotar llenas de vida y color, a Minho le había llegado el invierno, pintando sus castaños mechones casi por completo de gris, sus manos volviéndose nudosas como dos ramas y llenas de pecas, las molestias en su cuerpo poco a poco se iban agudizando, como aquel doloroso traqueteo de rodilla que adquirió años atrás en un combate. 

Podía sentir la inquietud crecer en su pueblo y en su consejo. Si bien le quedaban un aproximado de veinte años de vida con los cuidados necesarios, no había dejado heredero alguno para su sucesión, ya que nunca se casó ni engendró algún hijo. Y eso ponía nerviosos a todos, despedirse de un buen líder sin alguien que tomara su asiento después. 

Pero él sabía que en su círculo había buenos hombres, se encargó de eso durante mucho tiempo, cualquiera que se atreviera a tomar el mando, siempre y cuando fuera de su consejo, Andalat estaría en buenas manos. Sobre todo le tenía fe a su joven mano derecha, un muchacho con la capacidad de llevar un Imperio sobre sus hombros. 

—¡Adelante!— Dijo cuando escuchó golpes en su puerta. Una mujer llamada Min, encargada del servicio del castillo, se asomó por la puerta. 

—Su majestad, ha llegado el encargo que pidió.— Informó entrando con la caja de cristal. 

— Déjala en la mesa.— Indicó Minho.— Y por favor, para cualquiera que venga a buscarme, diles que no atenderé a nadie por el resto del día. No quiero que nadie me moleste hoy.— La mujer asintió, dejó el encargo donde se le había indicado y con una profunda reverencia se despidió. 

Minho se dirigió a una de las repisas junto a su cama. Buscó entre papeleo importante de Andalat que tenía guardado allí, hasta que sus dedos tocaron la fina madera, extendió su brazo y tiró sacando la cajita. Era mediana y hecha de roble oscuro con incrustaciones de oro. 

Luego se dirigió a la mesita donde reposaba la caja de cristal, junto a la ventana de su alcoba. Se sentó en la silla permitiendo que lo azotara la fresca brisa con aroma primaveral. 

La ciudad yacía dormida en la espesura de la noche y solo la luz tenue de la luna alumbraba las solitarias calles. Paisajes como estos hacían que el vacío en su corazón le pareciera abismal. Jadeo tratando de recuperarse de la sensación. 

Todos se habían ido, estaba completamente solo en el mundo; su madre, su padre, sus hermanos, Felix, Changbin y... Jisung. Todos habían partido hace mucho tiempo atrás.

Trató en varias ocasiones tomar eso como un regalo, como si el universo lo hubiera escogido a él para poder vivir a través de todas las personas que había perdido. Pero eso nunca le funcionó. Por eso intentó ser la mejor versión de sí mismo, para sentirse menos miserable. 

Abrió la cajita dejando al descubierto un frasco y una nota. 

Tomó el frasco entre sus dedos. Había elegido para aquella ocasión una mezcla de arsénico y belladona pues sabía que sería mortífera. 

Lo planificó desde hace mucho, esperando el momento adecuado para que todo estuviera en su lugar y no dejar cabos sueltos. Ese momento había llegado. A diferencia del rey Han Jisoo, él no lo hacía como un sinónimo de irreverencia, lo hacía para liberarse de sí mismo, para poder descansar de su dolor que jamás cesó desde el instante en que algo se rompió dentro de sí. 

Reposó el frasco en la mesa y pasó su atención al pequeño trozo de pergamino perfectamente doblado. Lo tomó con la fragilidad de un objeto sumamente delicado y lo desplegó para leer su contenido. 

"Las luciérnagas me recuerdan a nosotros, a nuestros días de luna, nuestro lugar seguro y nuestro pequeño paraíso. Hay que cazar luciérnagas por siempre, Lee Minho. Feliz cumpleaños.

Con todo mi amor,

tu querida Jennie.

P.D: No olvides liberarlas. "

Leyó con detenimiento aquellas palabras que eran lo único que le quedaba de él en vida. Lo único que pudo mantener consigo. 

Cerró los ojos imaginando que volvía a ese momento, que él se encontraba abajo, en el gran salón del palacio de Óreleo del brazo de la mujer que lo acompañaría al altar. 

Tal vez, en otra vida él pudiera ser esa persona que entrelazara su mano. Si la reencarnación existía, deseó poder reencarnar en un humilde leñador y que él fuera esa hermosa muchacha que le ofrecieran en matrimonio, de esa forma no tendrían que esconderse jamás, y su amor tendía una oportunidad. Podrían tener aquellos hijos de los que hablaron alguna vez bajo el cielo estrellado. 

En otra vida, tal vez tuvieran una segunda oportunidad. 

Siguiendo las indicaciones de su amado, Minho tomo la caja de cristal con las luciérnagas destellando y las liberó. Revolotearon a su alrededor en un hermoso espectáculo, sonrió reviviendo un recuerdo. 

Luego tomó el frasco y trago su contenido. 

Había llegado el momento de liberarse a sí mismo. 

FIN.

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Y con esto Firefly Hunter ha llegado a su fin.

Muchas gracias a todas las personas que sé que me leyeron, fue una bonita experiencia poder mostrarles esta historia que yacía en mi cabeza.

Gracias por compartir esta experiencia conmigo, los amo mucho.

Hay que cazar luciérnagas por siempre ❤️

Firefly Hunter (Minsung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora