1.

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𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 1.
𝐂𝐨𝐫𝐚𝐳𝐨́𝐧.

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Para los hebreos, el corazón es algo mucho más interno. Comprende los sentimientos, el amor y el odio, el júbilo y la tristeza, así como también comprende la memoria, el espíritu o la conciencia.
El corazón no es tan sólo un músculo, es la esencia de la vida misma.

















Dejando el instrumento guardado en su estuche, Mikasa se dispuso a salir. Luego de haber terminado una extensa y agotadora jornada de ensayo, Mikasa estaba resuelta en lo que debía hacer. Había esperado casi con ansias y emoción el término del día para llevar a cabo sus planes. Así, habiendo sonado el timbre de la clase, Mikasa guardó el instrumento, acarreó el estuche consigo y abrochándose los botones de su gabardina negra hasta arriba, salió por la gran puerta de la academia. Olvidando y dejando atrás a la institución, Mikasa estaba condenada a seguir el rumbo de sus sórdidos planes. Le temblaban las manos, y la respiración rasgaba el interior de su garganta con cada inhalación y exhalación, empero, ahí se encontraba, y ya no tenía derecho a arrepentirse.

Nunca lo había hecho, y nunca creyó que un ser humano normal lo hubiera hecho en su sano juicio, pero ella estaba en el límite, y si no era aquella opción, terminaría siendo su propia vida.

Era normal que temblara y se exasperara en cada paso, las rodillas amenazando con fallarle y estampar contra el asfalto. Por fortuna pudo llegar al bloque de casas en el cual residía, y girar la llave dentro de la rendija de la puerta. Antes de entrar, se permitió inhalar una gran bocanada de aire, y escupirla rápidamente, purificando sus pulmones y su cuerpo íntegro. Entonces, abrió la puerta parsimoniosa, con cuidado de no perturbar lo silencioso del ambiente. Sabía que, a pesar del silencio espectral, la casa no se encontraba desolada. Había alguien ahí, durmiendo o esperando a por ella para reanudar la misma cruel rutina de golpes y críticas. Estaba cansada. Y más si pensaba que las posibilidades del hombre de estar despierto eran más válidas y acertadas.

Sin embargo, cuando abrió la puerta y se metió, no se encontró con lo esperado. El hombre de cabellos negros, nariz afilada, mandíbula enmarcada y piel blanca, pudiendo realizarse una típica comparación con la nieve más prístina, no estaba despierto, sino acurrucado en una posición de bebé en el sillón, durmiendo plácidamente. Mikasa detectó su pecho subiendo y bajando a ritmo y sintonía de su respiración. Se dedicó un buen tiempo a estudiarlo, y pensando que esta noche, sería su última.

Regodeándose en estos pensamientos y de la tranquilidad del ambiente, Mikasa caminó hacia la cocina. Dejó el estuche del violín en la mesa de centro mientras pasaba. Rebuscó en los cajones de la cocina un cuchillo para carne de estrafalario tamaño y afilada punta capaz de romper intestinos y vísceras. Al encontrarlo, lo sacó y cerró el cajón en silencio y aguardando la calma. Si bien había temblado en el trayecto, la sola vista del hombre durmiendo cómodo y sin preocupaciones luego de hacerle tanto daño y mantenerla obligada, retenida a amarle, le vitalizó de una forma sospechosa, casi perversa. Deseaba verle muerto, acabar con él de la forma más miserable y cruel posible. Así, se dirigió lentamente a él, empuñando el cuchillo en su mano, sintiendo el baño de hormonas, cortisol y adrenalina, por sus venas. Sintiendo el retumbar de su corazón en su garganta, en sus manos, en su cabeza.

Y una vez delante, mirándolo por última vez con ira y resentimiento, se resolvió a matarlo. Empuñó el cuchillo en lo alto y entonces dejó caer la punta afilada y temible con cólera sobre su cuerpo. Sintió el crujir pulposo de la carne siendo abierta, la sangre salpicando a su rostro y a su gabardina. Por fortuna era negra, y las briznas de sangre no lograban percibirse en la tela. El cuchillo impactó en el hombro del pelinegro, no procurandole una muerte rápida y sagaz más que un intenso dolor, que vino acompañado de un estremecedor griterío, alaridos manando de la boca del hombre con fuerza y descontrol. Abrió sus ojos de golpe, incrustandose en los ojos de Mikasa, quien sintió que las fuerzas antes reunidas para asesinarlo flaqueaban. Casi dejó caer el arma blanca, pero entonces, de los puros nervios su corazón apresurado actuó y volvió a acuchillarlo, esta vez en el estómago. Incierta al respecto de saber si lo había matado o no, y viendo que el hombre intentaba abalanzarse a ella, o quizá sólo estaba cayendo moribundo al piso, Mikasa prefirió marcharse, no sin antes coger el cuchillo y el estuche de violín para no dejar pruebas que la criminalizaran.

EL MURMULLO DEL VIOLÍN. {𝐄𝐑𝐄𝐌𝐈𝐊𝐀}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora