2.

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𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 2.
𝐋𝐚 𝐕𝐢𝐨𝐥𝐢𝐧𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐃𝐞𝐥 𝐏𝐚𝐫𝐪𝐮𝐞.

𝒟ℯ 𝓊𝓃𝒶 𝓅ℯ𝓈𝒶𝒹𝒾𝓁𝓁𝒶 𝒶 𝓊𝓃 𝓈𝓊ℯ𝓃̃ℴ.

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Mikasa había conseguido un empleo. Trabajaba en un almacén cercano a su alojamiento. Agradeció este hecho, así no tendría que gastar dinero en pasaje de autobús o taxi. El trabajo, podría decirse, le quedaba a la vuelta de la casa. Mikasa se despertaba temprano, se preparaba un té, y se disponía a caminar. También, por fortuna, la dueña del local al verla muchas veces sin comer durante todo el día en lo que duraba la jornada de trabajo, le daba un almuerzo gratis, cortesía de la casa, y también a veces le regalaba galletas de las vitrinas. Mikasa tenía dos días libres a la semana, y los escogía ella. Solía escoger los jueves y los viernes, pues sabía que en días de semana se asistía a la academia, y en especial esos dos días porque el turno del castaño recaía en la mañana y podía verlo. Mikasa había ido otras veces al parque, en otros días, pero nunca lo veía en la mañana, sólo lo pillaba los jueves y viernes. Y se percató del patrón en los horarios, el cual siguió casi con la misma metodología que el joven hombre.

Había algo interesante en él.

Como se dijo desde un principio. Le rodeaba un aura misteriosa.

Mikasa continuó tocando los días restantes. Le gustaba esperar en la banca a que el hombre entrara o saliera de la academia, mientras ella tocaba y tocaba. Se hizo de harto dinero en esas ocasiones. La gente que pasaba le arrojaba monedas, billetes, y su rostro era ya bien conocido. Por supuesto, no todo era siempre color de rosa. Habían días en los cuales era ignorada fatalmente por las personas, no pasaba nadie, o el dinero que dejaban no era mucho. Mikasa no era exigente y menos quisquillosa, así que se conformaba y agradecía por el dinero recibido, aunque fuera poco y su cuenta doliera.

Así, se volvió costumbre. Para ella y para él.

No sabía porqué, pero aunque ambos sabían que estaban ahí el uno para el otro. Que ella esperaba a por él y él esperaba verla tocar, ninguno de los dos se atrevió a hablar. Se miraban por un largo instante desde la lejanía, a veces, descarados y pudorosos se sonreían de lado, y a veces, simplemente ninguna interacción ocurría más que un destello visual fugaz.

Misterioso.

Todo misterioso como la niebla borrascosa.

Hasta que un día, Mikasa decidió ir al anochecer. No tenía en mente verlo, sabiendo que no se encontraría ahí. Más bien quería disfrutar de la vista de la academia con la luz de las estrellas encendidas en el denso manto negro de la oscuridad. La luna en medio del mar como un barco surcando las potentes olas de alquitrán azulado. Distinguió los faroles de luz encendidos alrededor del terreno rectangular de la academia. Apuntaban al gran y sublime patio. Mikasa distinguió los naranjos en fila, y los demás árboles perdidos más allá donde su vista no alcanzaba a vislumbrar. Traía su violín en una mano, y en la otra el arco. Se resolvió a tocar al ver que ningún cuerpo foráneo merodeaba por el lugar. No pretendía tocar para nadie, sino para las estrellas y la madre luna en la lejanía. Tocar para ella, y arruinar el silencio perfecto de la noche. Tocar para sanar la herida aún abierta, como un método de sanación alternativo. Mikasa aún recordaba los golpes, los insultos, las críticas, las quemaduras. Aún recordaba el trágico desenlace. Aún si se esmeraba en llevar una vida común y corriente, apacible y sin temores, no lo conseguía. Las pesadillas recurrentes, las malditas pesadillas en donde ya no era él quien era acribillado por un cuchillo sino ella, hasta la muerte, no dos, sino cinco, diez, veinte puñaladas. El sólo pensarlo cristalizó sus ojos de terror.

EL MURMULLO DEL VIOLÍN. {𝐄𝐑𝐄𝐌𝐈𝐊𝐀}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora