La Maldición Florece

1 2 0
                                    

Después de cinco años, el pequeño bebé ya es todo un niño, tan hermoso, con su trajecito café y sus botitas oscuras. Él puede pronunciar todo un alfabeto entero y hasta cantar entre los sonidos del silencio, correr entre los orcos y volar en las espaldas de los grandes murciélagos.  
Es la luz y el orgullo de todo el reino, los padres y todas las bestias lo protegen como la joya más hermosa jamás vista, se olvidaron de aquel hechizo y de aquella maldición, pero aún continuaban por conquistar las siete tierras.  
Entre muchas guerras, Zomar era la corona. Las riquezas y muerte estaban afuera de la montaña. Ferck salía con su grande ejército y regresaba con el gran botín. Las bestias y orcos obedecían a todo lo que decía el dragón, era muy fácil ganar para ellos porque su rey era ese gigante dragón.  
Una tarde helada un presentimiento extraño llega al corazón de Nilla. Los ojos de ella tiemblan y su voz se torna aguda. Su piel se estremece ante el cambio del clima. Tapándose con un manto blanco, toma al niño y lo sube a la habitación más alta del lugar. Observa de occidente hasta donde se oculta el sol; un grito se escucha en la lejanía, haciendo a su corazón latir más fuerte, más veloz. Ella mira las antorchas encendidas y sale corriendo atravesando la gran puerta.   
— ¡No! ¡¿Qué paso?! — Arrodillada, abraza el cadáver de Ferck. Empiezan a correr las lágrimas por sus mejillas, el manto blanco está manchado de sangre de un dragón. Un grito inesperado suelta, haciendo oír a todas las montañas que los rodea—. Ferck, perdiste ¡¿por qué perdiste!? Rey de Zomar, el mejor de todos. Hoy estás muerto, compañero de la vida, lloro encima de tu cuerpo pues me has dejado sola con este dolor y todo el silencio. Me has abandonado cuando luchamos iguales contra este mundo frío y despiadado, cuando vencimos a muchos humanos. Hoy tú te has alejado, dejándome un gran vacío que solo tú podías llenar. Entre tantos vacíos hoy solo hay uno y te tendré ahí, en este vacío, recordándote. Por siempre vivirás en mí. Llévenlo adentro y prepárenle una habitación para que descanse hasta que pueda hacerle compañía.   
Los pocos orcos que sobrevivieron a esa cruel batalla lo llevan atrás del castillo, hacia una habitación de paredes rojas y de piso de piedra helada. Lo cubren con rosas oscuras; lo rodean con velas, dejándole el cuerpo reposar sobre una gran piedra   
Nilla entra con el niño vestido de negro, con un ramo de rosas rojas entre sus manos, sin llorar aguántandose por dentro. Se ve ella descalza, arrugando los pétalos oscuros. Se acercan al cuerpo de Ferck.  
—Mira mamá, papá aún sigue durmiendo. Desde ayer no despierta, es un dormilón y duerme más horas que yo.  
—Así es, mi pequeño, él aún continua en su largo sueño, debemos dejarle que descanse, que continúe durmiendo. Es más, este sueño es por toda una vida, Belmur.  
— ¿Toda una vida, por qué no le despertamos? — Le acarició el rostro a su padre—. Papá, despierta por favor, me prometiste que me enseñarías a luchar, a manejar una espada, me lo prometiste, vamos papá despiértate de ese largo sueño, aún tenemos cosas que hacer, vamos papá, aún no llega la noche y tú ya estas dormido.  
Nilla le baja la mano de Belmur del rostro de su padre.  
—No Belmur, él continuara en su sueño, es mejor que no le molestes, déjalo dormir tranquilo, déjalo ir. Belmur, él seguirá con nosotros. — Su rostro no puede negar las ganas de llorar—, él aún está aquí, en tu corazón. Ya no podrá despertar, pero seguirá entre nosotros, dragoncito, vamos abrázalo por última vez, él te cogerá en sus brazos y te sentirá una y otra vez.  
El niño lo abraza, apretándole. Por su pecho siente la fría piel de su papá, entonces una lagrimita cae en el rostro de Ferck.   
—Te echaré de menos, papá, sígueme cuidando desde donde estés, aun soy un niño y pueden hacerme mucho daño. Yo estaré aquí en este mundo siguiendo tus pasos….  
Nilla abraza fuertemente a su hijo.   
—Pequeño, aún estoy aquí, tú madre te protegerá con garras, no temas por lo que ha de venir.  
Salen cerrando ese cuarto con una gran piedra en la puerta. Lo dejan ahí que descanse para siempre. La reina con un fuerte dolor es todavía valiente.  
Los días pasan, las noches se acuestan y las madrugadas ya no son las mismas, pero la valentía llega a sus corazones. Las bestias emocionadas con un gran número están en su reino.   
Una novedad se oye desde el horizonte: los cuatro ejércitos de los hombres y el reino de Veres, caminan desde días para llegar a las montañas, dispuestos a desaparecer a toda bestia, a todo dragón. Se dice que el humano está tomando lo que es suyo y reclamando toda la tierra: todo lo que un día les perteneció.   
Nilla, dominada por su valentía, mira a todas sus bestias, a su familia; desde la cúspide del castillo les grita:  
— ¡El momento llegó, esta lucha decidirá el final de los tiempos o el comienzo de una nueva era, ustedes que no tienen belleza alguna, demuestren que en su corazón gobierna la valentía y el honor, demuéstrenle quiénes somos en verdad! ¡No perderemos con nadie, estoy con ustedes y ustedes están conmigo!  
El grito de los orcos, murciélagos y los gigantes es uno solo y la dragona ruge sin parar.  
Una vez más la noche llega y Nilla consiente a su pequeño: juega con él, lo mima, lo abraza, lo besa, lo llora, mirándole a sus ojitos cafés.  
—Pequeño, prométeme una cosa.  
—Sí, mamá  
—Prométeme que siempre lucharás en tu vida, así las tormentas te agarren. Prométeme que no te darás por vencido así te caigas y te duela. Prométeme que gobernarás en esta tierra y que castigarás aquellos que te hagan algún mal, porque tú no mereces mal alguno.  
La mirada del pequeño se enfoca en la de su madre   —Te prometo, madre, que seguiré mi larga vida y gobernaré en esta tierra, te lo prometo. Un abrazo de consuelo siempre falta en los momentos tristes.  
Nilla lleva a su pequeño en su espalda, caminando entre la noche y piedras filosas atrás de las montañas, más arriba hasta llegar a una cueva caliente y seca.   
—Dormiremos aquí, Belmur, mañana exploraremos otro lugar. Duerme, pequeño, duerme, y cuando despiertes no me busques.  
Los tambores de guerra se escuchan y los ejércitos empiezan con la masacre: la sangre se derrama y muchos caen, pero el hombre sigue con la ventaja, los murciélagos gigantes retroceden, los orcos ya son cada vez menos y los grandes gigantes ya se revuelcan por el suelo. Un grito se escucha en lo alto y los hombres empiezan a temblar observando a un dragón blanco que se dirige hacia ellos; escupiéndoles fuego de su gran hocico los chamusca. El arco y las flechas no le hacen nada, y entre el sol, las águilas quemando salen; brillando como el oro dorado, en sus picos un fuego que no consume, ataca a la dragona, pero no pasa nada, el fuego no hace algún daño a cualquier dragón. Los hombres gritan porque ya casi derriban a todos, solo falta aquel dragón que observan en lo alto de los cielos, las águilas no pueden, solo rasguñan y también caen, pero no hacen nada más que gritar y rosar la sangre.  
Jhodre, el capitán de Monjanasted, enfurecido observa desde el suelo. Estremecido, su piel se calienta.  
— ¡Es el momento! Las flechas no le hacen nada, ni las garras de las águilas, solo hay una cosa que puede atravesar ese caparazón no debemos fallar. ¡Prepárense y que su puntería no falle!   
Los hombres de Monjanasted apuntan con sus grandes lanzas de hierro a la dragona que continúa luchando. Desde el suelo están doce arcos con sus lanzas construidas para el dragón mismo, los doce guerreros apuntan, los doce no pueden fallar, la victima está al frente y los doce no tienen miedo, solo esperan la orden de su capitán y él grita:  
— ¡Fuego!  
Las doce lanzas de hierro salen disparadas a gran velocidad. Destrozan el caparazón de su víctima y lastiman su piel, pero Nilla aún continua en su masacre. Los hombres recargan y una vez más disparan. La dragona cae herida y sus alas no pueden más; ella, muy débil, lanza sus respiros, su aliento es escaso y su piel ya es rojiza, las lágrimas caen por su hocico, y el corazón está dejando de latir. Una guerrera está en su último momento y su última palabra es “Belmur”.  
Todos los hombres se alegran y gritan de felicidad pues ahora ya no habrá más dragones, ya no existirá quien los gobierne ni quien les cause horror. Ahora el hombre es completamente libre  
Todos los sobrevivientes regresan a sus hogares. Las montañas se incendian y todo el castillo cae. Zomar es borrado del mapa y de las memorias.  

DRAGÓN OSCURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora