Café.

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Salí de la pequeña tienda de discos sin un CD en la mano, por primera vez.

Pero eso ya no me importaba. No tenía un CD de música en la mano como un miércoles cualquiera. Pero tenía tu mano.

Cualquiera nos llamaría locos por ir de la mano sin apenas conocernos. Podrías haber sido un psicópata. Pero por alguna razón, no me importaba.

Me enamoré de la idea de la gente pensando que éramos dos enamorados. ¿Realmente lo éramos? A mí me gustabas, y podría decir por tu mirada que yo te gustaba a ti. ¿Pero era eso amor? Claro que no.

- Es aquí. - Te paraste al lado de una pequeña cafetería con un gran cartel que ponía "Cafetería de café, no de agua." Realmente no entendía muy bien el significado profundo de esa frase, pero me hizo sonreír igualmente.

Era una cafetería de esas típicas. Música de ascensor sonando de fondo, una señora no muy mayor fregando un vaso, y algunas parejas sentadas de dos en dos.

Lo que más me sorprendió fueron los carteles colgados de la pared. No eran carteles cualquiera, tenían metáforas y frases de libros conocidos. También había muchas fotografías de estilo hipster o grunge.

Nos sentamos en la mesa del fondo, la que da a la ventana que da a las grandes calles de Nueva York. En ese momento no me di cuenta de lo importante que iba a ser ese sitio.

- Antes me has dicho que te cambias el pelo dependiendo de tu estado de ánimo, ¿cómo va eso?

La pregunta me pilló totalmente desprevenida, ni si quiera sabía que me habías prestado atención.

- ¿Qué vais a pedir? - Preguntó la camarera, que salió literalmente de la nada.

- Lo de siempre, dos cucharadas de café y sin azúcar. - Dijiste, sin apartar la mirada de mí.

- Yo quiero una de café y dos de azúcar.

La camarera nos sonrío, probablemente dándose cuenta de lo diferentes que éramos.

- El azul es soledad. - Dije finalmente y tú arrugaste la frente al no comprender. Poco tiempo después descubriría que ese era uno de mis gestos favoritos junto con tu sonrisa.

- ¿Soledad?

- Hace unos meses lo llevaba morado. No sé, soy una chica muy impulsiva. Sería por el momento.

- ¿Y por qué sientes soledad? - Preguntaste ladeando un poco la cabeza.

- Todos nos sentimos solos de vez en cuando.

Asentiste con la cabeza mientas sonreías y tus hoyuelos aparecieron. La camarera trajo los dos cafés.

- ¿Y qué te gusta? - Te pregunté mientras mezclaba con la cucharilla el azúcar en el café.

- Pues, me gustan muchas cosas, me gusta el café sin azúcar, me gusta escuchar música, me gusta este sitio, me gusta el chocolate negro y los gatos obesos, me gusta tu pelo, me gusta tu nombre. Y me gustas tú.

Lo dijiste así sin más, como si no fuera gran cosa. Como si no importara. Y mientras me lo decías me mirabas y yo te miraba a ti.

Mis mejillas se volvieron rojas como la pared de la cafetería y bajé la mirada, pensando en lo tonto que era que estuviera sintiendo eso habiéndote conocido hace apenas una hora y lo agradecida que estaba de que eso había pasado.

- ¿Y a ti? ¿A ti que te gusta?

Y Connor, te conté todo. Te conté mis gustos y manías. Mi historia, lo que me gustaría del futuro.

Pero me faltó algo. No te dije lo mucho que me gustabas, lo mucho que me gustaban tus ojos. Y hoy, aunque no sirva de nada, te lo digo.

Clementine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora