Ya ha pasado mucho tiempo desde ese frío miércoles de Diciembre en el que nos conocimos.
Mentiría si dijera que todo era igual a cuando nos conocimos. Porque no lo era, Connor.
Los últimos días que te vi estabas frío y distante con el mundo. Apenas hablamos en la cafetería.
Yo te preguntaba que te ocurría y tú simplemente decías "Solo es un mal día, Clem". Y yo lo dejaba pasar, pensaba que se te pasaría.
Pero los días siguientes fueron iguales. Discutíamos por cualquier cosa. No me dabas la mano como habitualmente. Te enfadabas cada vez que te preguntaba que iba mal y seguías con la excusa de que solo era un mal día.
Cuando nos parábamos en la boca del metro para despedirnos, no pude ver ese brillo en tus ojos, era como si hubieran perdido el color.
Era como si estuvieran... vacíos.
Me prometiste que me contarías lo que te ocurría, me dijiste que no me preocupara, que todo estaba bien.
Pero Connor, cuando llegaba a mi casa yo me derrumbaba. Pensando en lo que podía ir mal. Echándome la culpa de todo. Sin nadie que me consolara.
La semana siguiente fuimos a la playa, como hacíamos todas las semanas ya que nos pillaba cerca. El viaje fue silencioso. Solo consistía en yo hablando y tú cortándome cada dos por tres para recordarme que me querías.
Yo no entendía porque lo hacías.
Vimos el amanecer sentados en la arena, mientras mirábamos al mar reflejado de naranja.
Después iniciamos una carrera por toda la playa, intentando hacer muñecos de arena y escribiendo nuestros nombres en la orilla. Todo parecía normal, pero yo seguía sin ver el brillo en tus ojos. Seguía mirando tu sonrisa, que estaba rota.
Cuando llegamos a la boca del metro, te giraste y me diste un sobre. Yo te miré extrañada y tú me sonreíste tristemente.
- Quiero... Quiero que te lleves esto a casa Clementine. Y quiero que no lo abras. Quiero que me prometas que no lo abrirás. No hasta mañana por la tarde. ¿Me lo prometes? - Me dijiste eso mientras luchabas por no llorar.
- Connor, ¿qué ocurre? No me voy a ir hasta que no me digas que es lo que te pasa.
- Está todo en este sobre, te lo prometo.
- ¿Y por qué me tienes que dar un sobre? ¿Por qué no me lo dices a la cara? ¿De qué tienes miedo? Joder, dímelo.
- Te quiero. - Y entonces me diste un abrazo, un abrazo de esos largos que te hacen olvidarte de todo. Tuve la sensación que llorabas. Susurraste un último "no sé qué otra cosa puedo hacer, te quiero." y bajaste por las escaleras del metro.
- ¡Connor! ¡Cómo no me lo cuentes te juro que...que no volvemos a hablar! - Claramente no lo decía en serio. En ese momento no me di cuenta de la verdad oculta que tenían mis palabras.
Bajé corriendo por las escaleras del metro. Y vi a miles de personas saliendo de los vagones y subiéndose a otros. Logré distinguir tu jersey azul y tu gorro de lana negro entre la multitud.
- ¡Connor! - Corrí hacia ti y sujeté la manga de tu jersey para darte la vuelta.
Se me cayó la cara de vergüenza al ver que no eras tú sino un chico con un jersey muy parecido al tuyo.
- L- lo siento...
Me encontré a mí misma perdida en medio de miles de persona con prisa. Podía notar la ansiedad crecer en mi cuerpo. Me sentía como una niña de tres años que había perdido a su mamá.
Me encontré a mí misma perdida en medio de miles de personas con prisa. Podía notar la ansiedad crecer en mi cuerpo. Me sentía como una niña de tres años que había perdido a su mamá.
- Chica, ¿estás bien? - Me preguntó una chica de aproximadamente mi edad que llevaba uniforme. Probablemente trabajaba aquí.
- No. - Murmuré y caminé hacia las escaleras que daban a la calle.
Mientras iba caminando por las calles, miraba el pequeño sobre amarillo que llevaba en las manos.
"Tengo que abrirlo." Me decía a mí misma.
Pero yo no solía romper promesas. Te lo había prometido. Te prometí no abrirlo hasta mañana. Asique me lo metí en el bolsillo de mi chaqueta y seguí caminando, mi mente hecha polvo sin entender la situación.
Al día siguiente, miércoles, fui a nuestra cafetería. Te esperé sentada en nuestro sitio de siempre, te esperé cinco minutos. Te esperé diez. Esperé una hora, y tú no venías.
Tenía pensado abrir el sobre contigo delante, pero no viniste.
Sentía un nudo en la garganta, sabía que iba a empezar a llorar. ¿Por qué no venías? Llevábamos un año yendo todos los miércoles a aquella cafetería, pero hoy tú no estabas.
Asique abrí el sobre, destrocé el sobre más bien. Dentro había muchas cartas.
No lo comprendía muy bien. Había muchas notas de papel con poemas desordenados.
En el título de cada uno de ellos había una "x".
¿Por qué debía esperar hasta hoy solo para leer aquellos poemas.
Pero entonces lo vi, Connor.
Era una carta.
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Clementine.
PoetryNo quiero que seas mía, quiero que seas tuya, que seas libre, que vueles por tu cielo y de repente te aparezcas en mi ventana cuando no te espere. No quiero que vengas porque te llamo, quiero que una noche cualquiera toques mi puerta, mi cuerpo y mi...