Redbeard

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Ésto lo escribí la segunda vez que vi la serie de Sherlock, luego del último capítulo, donde aparece Redbeard. Casi me largué a llorar mientras lo veía, y luego mientras lo escribía.

Es una de las relaciones más bonitas de la serie.

Espero que lo disfruten.

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El perro ladra meneando alegremente la cola. Un niño de no más de seis años ríe echándose sobre él y ambos caen al suelo en una confusión de brazos y patas.

Un muchacho alto de mirada seria comenta con gravedad:

— Sherlock no muestra nunca su cariño excepto cuando está con ese chucho. ¿Te has dado cuenta, Sherrinford?

El aludido, un joven desgarbado, le dirige una mirada y luego mueve los ojos hacia el par de compañeros que siguen riendo y ladrando en el suelo.

— Me pregunto qué pasará cuando Redbeard muera. Un perro no dura toda una vida humana, y quién sabe cómo se pondrá Sherlock cuando eso suceda. Es por eso, Mycroft, que yo procuro no encariñarme con cosas que puedan desaparecer.

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Un adolescente de enrulados cabellos negros está de rodillas en el suelo. Sostiene en su regazo la cabeza de su fiel Redbeard. Las lágrimas se deslizan por su nariz y van a caer en el pelaje castaño del animal.

La sangre mancha todo. Sangre en sus manos. Sangre en el suelo. Sangre en el hocico de su perro. Dijeron que tenía hidrofobia, rabia, que iba a atacarlo, y Sherrinford fue el que disparó.

Sherlock cava una tumba. Pone flores rojas en la tierra fresca. Luego se encierra en su habitación.

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El dolor es fuerte. El shock es paralizante. El hombre con rostro desencajado por el sufrimiento recorre los pasillos de su palacio mental.

Buscando algo que lo mantenga consciente, abre una de sus puertas.

En medio del dolor sonríe. Se agacha y palmea sus rodillas.

— ¡Redbeard! ¡Aquí, Redbeard! ¡Ven, amigo!

Otra vez Sherlock es un niño, abrazando a su perro entre risas y lágrimas, aunque sabe que no es real, pero Redbeard siempre estuvo ahí a su lado para cuando él abriera la puerta.

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Sus cabellos ya son blancos como la nieve. Sherlock se sienta en su sillón y cierra los ojos. Una luz va creciendo a través de sus párpados cerrados, y cuando los abre, ahí está Redbeard. El fiel perro mira con adoración a su amo, y detrás sonríen todos a quienes éste ama. Ahí están John, y Mary, y su rubia hija Kathleen, Lestrade, Mrs Hudson, Molly, Mycroft, y hasta Sherrinford. La sonrisa de éste es real, y sus ojos brillan al hablar.

— Es hora de viajar, Sherlock. Es hora del Gran Viaje. ¿Tienes hechas tus maletas?

El hombre se levanta. Redbeard salta hacia él. Y entonces sonríe.

— Sí, estoy listo.

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Espero que les haya gustado.

Dejen sus comentarios y opiniones.

Kisses!

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