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Nunca me gustaron los secretos, no sabría explicar bien por qué, pero me hacen sentir impotente.

Recuerdo ese día en que Lidia, una chica de la escuela en la que me enseñaron muchas de las cosas que hoy sé, me contó un secreto y me pidió que lo guardara en mi boca bajo llave y candado.

Ella me contó que su madre se estaba destiñendo y como nadie era amigo de nadie recurrió a mi.

Le dije ese mismo día que comprara pinturas, que repitiera el diseño y que no se bañara por un buen tiempo, que fue lo que me dijo mi mamá despues de que me maquillara de tigre en una feria en octubre.

¿Un buen consejo? No lo sé, nunca más escuche de Lidia ni de su madre desteñida. ¿Coherente mi consejo? No lo sé ¿Dónde estás vos la gente se destiñe? Porque por lo visto acá sí y en ningún libro se explica como curar el deteñido o recuperar los que fueron vívidos colores.

Tiempo después de salir de la librería, si es que puedo situarme en alguna línea de tiempo concreta o afirmar que esa librería existió para vos, mi mamá me pidió que habláramos. Y como si hubiese leído en algún libro que significaba esto, supe (o tuve una idea) de que se trataba el llamado.

Resulta ser, que nada ni nadie es completamente libre y que los libros los puede leer quien desee hacerlo, pero tiene que ser alguien suficientemente sensato para comprenderlo.

"No averigues cosas para las que no estás preparado, porque si no lo estás, te serán aún más difíciles de afrontar."

No entendí esas palabras cuando las dijo, menos su expresión tan extraña, pero supe que su intención era detenerme. Y no nacían en mí las ganas de seguir ese consejo.

Al día siguiente, a pedido de mi madre, me quedé en casa, pero en vez de quedarme durmiendo o ver el agua que nunca terminaba de caer sobre mí dentro de la ducha, busqué en un lugar distinto las respuestas. En donde había estado todo este tiempo. En mi hogar.

Porque seguro que ninguno de nosotros se atrevería a buscar en uno mismo las repuestas o los culpables.

Busqué en cada rincón, en cada habitación, en cada mueble y bajo cada cama, silla y almohadón, y solo los lugares que habían permanecido quietos por mucho tiempo, se encontraban ligeramente desteñidos.

Pero,

Pero,

Pero...

Dentro del armario de mi madre, encontré unos guantes muy, muy largos y manchados de todos los colores que hubiese podido imaginar. Eran bellísimos, pero no me parecieron bellísimos en ese momento.

"No averigues cosas para las que no estás preparado, porque si no lo estás, te serán aún más difíciles afrontar."

¿Por qué dentro de este lugar, que no llevaba a nadie a ningún lado y en el que nadie era amigo de nadie de verdad, todo tenía que perder el color?

Ese día, nació la pregunta más amplia y confusa que mi cerebro podía contener.

Corazón de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora