Y Por Esto Odio A Su Alteza Real Damián III

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—Lo siento—empezó a disculparse el ojiazul—, no te había visto.

—¿Me estás llamando pequeña?—mi enojo iba en aumento, primero me tiraba y luego me insultaba, no iba a irse de rositas.

—¿Qué?¡No! Es solo que... Bueno, estaba distraído.

—¡James!—una voz masculina se escuchó detrás del chico.—¿Qué has hecho ahora?

El amigo de James siguió caminando hasta llegar al lado del nombrado anteriormente.
En ese momento tenía una vista perfecta de dos de los mejores deportistas del Instituto Hécate:
James O'Donell, corredor de 300 metros, moreno de nacionalidad hispánica, ojos azules adornados con unas grandes pestañas, 1'70, pelo castaño peinado hacia un lado con un kilo de gomina, y una sonrisa... una sonrisa que te hace suspirar, pero por desgracia para muchas -incluso para mí- y para dicha de muchos, era gay.
Y a su lado Damián III, infante de Nederland, capitán del equipo de fútbol americano -su hermano antes que él y su padre mucho antes-, rubio de nacionalidad holandesa, ojos verdes, 1'78, pelo desordenado que le daba un toque sexy, y una sonrisa que destacaba su vanidad. Idiota, petulante, vanidoso y a la vez muy orgulloso, se creía mejor que los demás en todos los aspectos.

—¿Qué has hecho?— volvió a preguntar después de ver todas las hojas de mi trabajo por los suelos. Y la gente no hacía nada, seguía su camino como si no estuviera a punto de darme un infarto.

—Tu amiguito ha chocado conmigo a propósito— dije subiendo mi tono de voz en la última palabra— y mi trabajo, que tendría que haber entregado la semana pasada, está ahora mismo buscando información sobre cuándo se construyó el suelo de esta maldita escuela.

—Fué un accidente— se defendió James.

Damián respiró hondo y se agachó para recoger los folios del suelo, James lo imitó a regañadientes y yo hice lo mismo.

—¿Es el trabajo sobre el hogar español en el franquismo?— me preguntó Alteza con una pizca de amabilidad, muy extraño en él.

—Sí

—¿Has hecho el resumen? Era la...

—Mitad de la nota del trabajo— le interrumpí yo—, que a su vez supone un cuarto de la nota final del semestre, ya lo sé.

Seguimos recogiendo las hojas que estaban en el suelo con mucha rapidez. El timbre estaba a punto de sonar, lo que significaba que si no nos encontrábamos en clase en el momento que eso sucediera, no solo nos regañarían, también podrían castigarnos.

—Español es un buen idioma— Damián fue el primero en romper el silencio.

—Lo sé— le respodí con la mirada fija en el suelo.

—Bueno, no creo que Español sea una lengua del futuro, lo mejor es Francés.

Damián y yo miramos al moreno con incredulidad, y con irritación.

—Cállate— le ordenamos los dos al mismo tiempo. James pareció enfadarse pero no le hicimos caso.

Cuando por fin habíamos recogido todos los folios del suelo, faltaban tres minutos para que el timbre sonara. James tenía las hojas de mi trabajo encima de sus manos, yo estaba en frente suya contando los papeles y Damián se encontraba al lado del moreno con las manos en posicíón horizontal, que servían de apoyo para las hojas que yo ya había nombrado. Entonces se desató la locura, un sonido terrible se coló por los oídos de todos los alumnos que nos encontrábamos en el pasillo, todos empezaron a correr hacia sus clases, desapareciendo detrás de las puertas. Nosotros tres nos asustamos, cogí los dos montones de las manos de los chicos y los junté en uno solo, luego salí disparada hacia mi clase de Español.

Heka©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora