Jarom, un joven convertido en duende como castigo de un hada.
Exiliado del mundo de los duendes, atado al bosque por un tesoro que debe entregar para poder librarse del castigo, sin poder ser visto por los humanos que no creen en los duendes y sin p...
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Narrador: Jarom Bradley
La loca roba manzanas me ha descubierto; después de veintiséis años sin hablar con un humano por estar escondido para que nadie pudiera verme otra vez, y ahora ella no solo me ha visto sino que sabe quién soy.
Nunca imaginé que Gabriel le iba a hablar a su hija sobre mí, pensé que me odiaba por lo que hice, sin embargo, le habló a su hija de mí aunque eso implicaba que no volvería a verme, ¿acaso quería que ella algún día me viera?
No sé cuál era la razón de Gabriel, pero esta situación no me agrada, esta joven me descubrió y ahora debo cumplirle su deseo. ¿Y si Gabriel le habló de mi tesoro? No, no creo que quiera que su hija lo encuentre con el riesgo que correría, aunque viéndola me parece una chica buena, podría ser mi última oportunidad.
¿Por qué ahora? Justo cuando solo faltan unos meses para transformarme completamente en un duende. No me gustaría tener que quitarle la vida a otra persona inocente, pero siendo sincero, no quisiera desperdiciar esta oportunidad que tengo delante de mí, de igual forma ya he asesinado a muchas personas y ella probablemente sea la última si no consigue librarme de este encanto.
La veo caerse y dar un grito, al parecer se enterró algo en el pie. Camino hacia ella y la tomo por el brazo, ella enseguida me mira y la levanto de golpe sin nada de amabilidad.
—¡Ay! ¿Qué haces? ¿No ves que estoy herida? —Exclamó enojada.
Me pongo en cuclillas y levanto su pie con mis manos, ella se sostiene de mis hombros para no caerse. Saco una pequeña espina de su talón y deja escapar un chillido. Me pongo de pie delante de ella y le muestro la espina.
—Es solo una pequeña espina, no te vas a morir por eso —mascullé con el ceño fruncido—. No seas tan dramática.
—¿Dramática? —preguntó como si no creyera lo que acababa de decirle—. ¿Acaso no ves que tengo los pies lastimados por venir corriendo detrás de ti?
—Yo no te pedí que vinieras detrás de mí —comenté ladeando la cabeza.
—Eres un estúpido duende —murmuró y luego tapó su boca con las manos.
—¿Qué dijiste? —La miro con mi ceja izquierda en alto.
—Nada, nada... —curvó sus labios en una sonrisa nerviosa.
Nos observamos por un momento y en sus ojos noto que implora que la ayude.
—¿No estarás esperando que te lleve en mis brazos hasta la casa o sí? —Pregunto cruzando mis brazos sobre mi abdomen.
—Claro que no —vociferó. Coloca su mano derecha en su cadera —no necesito tu ayuda.
Se da la vuelta y comienza a caminar hacia la casa. Sus pasos son muy lentos y casi no puede afincar el pie en donde se enterró la espina. Sus pies están muy lastimados pero eso no es mi problema, yo me voy.