Capítulo 9: Venciendo el pasado

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—¡Terry, Terry! ¿Dónde está Candy? —Annie buscaba de manera angustiosa a su prima.

[suspiro]—Ella salió un momento para hablar con Neal—en la voz del castaño se denotaba un ligero pesar

—¡Pero Terry! ¿por qué la dejaste ir? ¡Ese gusano la puede volver a engañar! y luego...

El castaño no dejó que ella continuara hablando.  —Annie, por más que yo, o tú, o todo el batallón White se oponga, es algo que no podemos evitar.      Candy es una adulta y sabe perfectamente quién es ese gusano; así es que, la decisión es de ella y yo tendré que respetar ésta, sea cual sea.

Sin decir más Terry se marchó con rumbo a la habitación que ocupaba con Candy.      Se asomó con disimulo por la ventana para cerciorarse que Neal no le haga daño a la rubia.    Oculto por el cortinaje de la ventana, el castaño miraba con el ceño fruncido como Neal trataba de agarrarle las manos a Candy; sin embargo, ella no dejaba que este se le acercara.    Esa actitud de la rubia lo  volvió a calmar, hasta que vio como el muchacho lograba acariciar el rostro de la joven.

—¡Maldita sea! —De manera automática se alejó del cristal y comenzó a dar vueltas en la pequeña habitación.

—¡Por dios Candy! ¿Es que yo no podré sacar de tu corazón a ese idiota? ¿tanto lo amaste cómo para no darme una oportunidad?—Parecía león enjaulado  por la furia que emanaba  de su cuerpo, cerrando sus ojos trataba de aplacar su coraje y se dijo a sí mismo que Candy era quien debía tomar la decisión.

—Si ella desea volver con Neal, yo no podré hacer nada—sentado en la cama volvía su mirada hacia la ventana tratando de detener los impulsos de volver a espiar, hasta que fijó sus azules ojos en el diván.       Sabía perfectamente que en ese lugar se guardaba la respuesta de lo que él quería saber.


Sin pensar mucho en sus actos ni en las consecuencia abrió el diván y tomó el libro color marfil entre sus manos.    Acarició las letras doradas que develaban la propiedad del dueño de ese libro y sin esperar  más, lo abrió.

Hoja por hoja el diario hablaba de lo feliz que su dueña había sido.     Sus sueños e ilusiones de jovencita con su primer amor, quien no era otro más que Neal Lagan.

No pudo seguir más con la lectura y cerró de golpe aquel diario que se había convertido en su caja de pandora.      De un impulso volvió a mirar por la ventana y se percató como Neal tomaba a Candy y la besaba.        Con ojos entristecidos desvió su mirada y de manera silenciosa procedió a empacar sus pertenencias y a retirarse del lugar.


Unos ojitos curiosos que habían visto todo lo acontecido.   Miraban  con mucha curiosidad como el castaño guardaba su maleta de viaje en la cajuela de su jaguar.

—Terry, ¿por qué te vas tan rápido? ¿Te llevarás a Candy esta noche? 

Terence se sorprendió al escuchar la voz de la pequeña niña, la cual se había parado a su lado sin que él  se percatara.   La pequeña Emily se encontraba acompañada de Clint,  un puchero  tristón colgaba de su dulce carita pecosa que   causó gran ternura en el joven.

—Pequeña pecosa, tengo que retirarme,   he recibido un llamado urgente de mi jefe y dice que me necesita, pero no te preocupes que Candy se quedará unos días más con ustedes.

—¿Vendrás para pasar con nosotros la Navidad? ¡Mi mami hace unas galletas de chocolate que ni te cuento! Tom y yo siempre conseguimos robar unas cuantas antes de que todos las prueben.

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