|Capitulo 5|

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Viajemos juntas.

¿Cómo describiría su vida? Simple, en una sola palabra podía hacerlo, pero había múltiples opciones, muchas palabras le quedaban a su vida.

Asquerosa. Traumante. Desilusión. Temerosa. Estúpida. Triste, tal vez. Esas y muchas otras palabras podrían quedarle a la perfección, pero, ¿Para qué hablar de ello?

Como si alguien supiera todo lo que pasó. Como si supieran que su padre la golpeaba hasta sangrar, como si supieran que pasó medio año en un psiquiátrico, como si supieran que su padre estaba en la cárcel por maltrato intrafamiliar por unos quince años, como si supieran que se intentó suicidar dos veces.

Nadie sabía de aquello. Nadie, excepto su madre y su hermana, quienes han intentado de todo para ayudarla, quienes han dado todo en si intentado que sonría de forma verdadera.

Ella sabía que superar todo por lo que pasó no iba a ser fácil, pero, ¡Dios! Se le estaba volviendo un infierno intentarlo. Ya no sabía qué hacer.

Se miró al espejo una vez más, quería ser positiva y pensar de una forma más feliz, pero su padre le había arrebatado toda felicidad y toda oportunidad de pensar positivamente. Abrió el grifo y comenzó a mojarse el rostro. Eran las cuatro de la mañana y no había podido dormir nada, por lo que estaba pasando el tiempo haciendo cualquier cosa.

Cuando acabó volvió a mirarse en el espejo, sus labios estaban resecos, su mirada sin brillo, ojeras demasiado grandes y notables y un rostro demasiado pálido. Suspiró profundamente y logró sentir ese peso en el pecho.

Por mucho que lo intentara, su vida ya no era la misma que cuando tenía siete, y era obvio, ya no era pequeña y todos los traumas y golpes le quitaron toda la inocencia que ella quería justo en ese momento.

Volvió a su habitación con sigilo, y se asomó por su ventana, tenía la mínima esperanza de que tal vez ella se encontrara despierta. Era sábado, y ya había visto a la chica trasnocharse pintando, incluso la había acompañado.

Para su suerte Altea estaba despierta y estaba pintando, para su mala suerte, tenía audífonos y por la forma en que movía su cabeza, si estaba escuchando música. Suspiro y miro toda su habitación en busca de algo pequeño para poder tirárselo y llamar su atención.

¿Por qué no utilizaba su teléfono y la llamaba? Simple, aun no tenía el número de Altea, si, más de un mes de conocidas y aun no le pedía su número. Ninguna se le había ocurrido que podía ser útil tener el número de la otra.

Siguió buscando, pero lo único que encontró fue una pelota anti-estrés, no había que decir para que la utilizaba, pero si podía decir que tirarla era una pésima idea y la pelinegra se dio cuenta de ello luego de que lo hizo.

Altea miro hacia a la ventana asustada y también enfadada, pues la pelota le había golpeado el pincel haciendo que cayera encima de la pintura y la arruinara. Iba a asesinar a Karina.

—¡¿Te volviste loca?! —le riñó en cuanto se asomó a la ventana.

—¿Lo siento? —se encogió de hombros algo apenada— Tenía que llamar tu atención.

—¿Tirando una pelota? ¡Hiciste que dañara el cuadro, Karina!

Karina se mordió el labio, ahora se sentía culpable, no quería pedirle perdón, y por un momento lo estaba logrando hasta que vio como Altea regresaba a su asiento enfadada.

—Oye... Muggle. —estaba al tanto de que no le gustaba que la llamara así; ahora que sabía más sobre Harry Potter, le era una ofensa que le dijeran así. Sin embargo, logro su cometido; llamar la atención de la cobriza.

La historia de un suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora