|Capítulo 9|

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Aléjate.

Naces, creces, ¿Te reproduces? Y mueres. Esa es la ley de la vida, el orden, pero, ¿Quién te dice que no mueres mientras creces? Como dicen por ahí; muerto en vida.

Hay muchos factores para que algo así suceda; muerte cerebral, quedar inválido de todo tu cuerpo sin oportunidad de hacer lo que te gusta, sentirte vacío a tal punto en que no sabes cómo sobrevives el día a día, y podrían haber más, muchas más. Sin embargo, estas son las más comunes, las más diagnosticadas. Y creo que las más dolorosas.

Para Karina era la tercera. Se sentía vacía, como si su cuerpo solo fuera un recipiente sin contenido, como si estuviera de adorno, y muchas veces como un estorbo inservible. Así se sentía, como un cuerpo sin alma, ¡Pero si tenía alma! Porque de no ser así, no sentiría todo lo que sentía.

No sentiría la felicidad recorrer cada poro de su cuerpo cuando ve la sonrisa de la chica de cabello cobrizo. No sentiría el orgullo al saber que su madre sacaría el último libro de su trilogía en dos meses. No sentiría ese amor tan grande y protector que tenía por su hermana. No sentiría las emociones cada que escribía alguna canción.

No sentiría ninguna de esas cosas que ahora le encantaban, y digamos que también odia.

Lo primero que sintió cuando abrió los ojos fue cierto sentimiento de decepción, sin embargo, lo borró al instante. Tenía que agradecer que estaba viva, ¿No?

La luz blanca parecía más resplandeciente al reflejarse en las paredes blancas de la habitación en de hospital. Karina cerró los ojos con fuerza y fastidio.

«¿Por qué un hospital?» pensó y maldijo por lo bajo.

De forma lenta comenzó a sentarse en la cama del hospital, sintió una pequeña presión en su pecho al recordar todas esas veces que se despertó en una cama de hospital, y en todas sintió ese sentimiento de decepción al saber que no lo había logrado; que no había logrado deshacerse de su propia e inepta vida. Sus pies no tocaban el suelo por unos tres centímetros. Observó meticulosamente cada rincón de la habitación, parecía ser que no tenía compañero.

Pero su rostro se llenó de sorpresa al ver un lienzo con demasiados colores que formaban un lindo árbol llorón. Frunció el ceño y agarró el libro que estaba al lado de este con una nota pegada en la portada. Resopló y leyó la nota.

"Querida Karina.

Ok, eso suena tontamente romántico y, no somos novias, ¿No es así?

Voy al punto. No sé por qué me has estado ignorando, sin embargo, espero que este detalle te guste demasiado. El libro ha sido leído por mí, "Hecha de estrellas". Me hablaste de el, y quise comprarlo, es lindo. También dijiste que querías que alguien te regalará un libro ya leído y con notas y esos... ¿Cómo los llamas? ¿Pots-it...? Creo que se llaman así.

Espero que con este detalle me dejes de ignorar.

Atentamente; tu muggle."

Karina se dio cuenta de que una sonrisa estúpidamente enternecida había apropiado de sus labios y por un momento sintió ese alivio de estar viva. Y ese sentimiento la asustó, ¿Cuánto debes querer a alguien para que eso pase? No lo sé y ella tampoco. Sin embargo, ese sentimiento la aterraba.

Minutos después, una enfermera entró a la habitación para revisarla. Y luego entró su hermana junto a Luis.

Las dos se miraron por un largo tiempo, y con esa mirada se dijeron todo, absolutamente todo. Carol caminó azarada hasta su hermana y la abrazó. Karina solo le pasó una mano por la espalda algo incómoda.

La historia de un suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora