Una guitarra sin usar.
En la vida existen las expectativas, y todos tenemos demasiadas de ellas, cantidades inmensas que solo nos hacen daño, porque sabemos que no son reales, al menos no por el momento.
Karina tenía muchas de esas, y ninguna se cumplió. No porque no podía, sino porque simplemente no quería.
Sharon tenía expectativas sobre sus hijas, y las presionaba para que las cumplieran. Las hermanas Mendes tenían expectativas sobre su madre, y sabían que ella no cumpliría ninguna por más que se lo pidieran.
Carol vivía en la realidad y solo veía lo posible, a veces complaciendo a su madre, otras solo siendo ella misma.
Hacer los exámenes para la universidad era una de las tantas expectativas que Sharon tenía sobre sus hijas, una de las tantas pesadillas de Karina, y una de las cosas hechas por Carol.
En la vida también había decepciones, y Karina estaba segura de ser una de las tantas y más grandes en la vida de su familia, una decepción para su madre, su hermana, pero, sobre todo, para ella misma.
Karina tenia esta sensación que le decía que mayoría de los días no era nada, solo un espectro que se dignaba a deambular por el mundo con miedo de lo que podría pasar si se atrevía ser feliz. Esa sensación la había estado matando desde sus 10 años, desde que comenzó la masacre en su casa, esa que era escondidas con sonrisas ante la sociedad; sonrisas que se sintieron como cuchillas entrando una y otra vez en su cuerpo.
Y es que no podía creer todo lo que había tenido que pasar desde pequeña, y sí, sabía que otras personas la pasaban peor, pero para ella esto era lo peor.
¿Tan pequeña y se sentía tan insuficiente?
¿Tan pequeña y sabía engañar a cualquiera con una sonrisa?
¿Tan pequeña y con el deseo de que un carro pasara por encima de ella?
A nadie le agradaría saber la edad exacta en la que sus problemas empezaron.
La edad en que sus miedos la empezaron a comer viva.
Esa sensación la había llevado hasta este punto, al punto en que no había salido de su cuarto, ni se había parado de la cama. Todo porque sabía que perdería las pruebas; ella no quería darle una decepción más a su madre.
Aunque ya se la estaba dando al no pararse de la cama y ocultarse de pies a cabeza con su cobija como una estúpida cobarde.
Estaba rompiendo todas las expectativas de su madre con no moverse de ese lugar sabiendo lo importante que era este día.
Ya acalorada de estar debajo de las sabanas por horas, se las quitó y se sentó en la cama. No sabía qué hacer y no pretendía salir, sabía que su familia la estaba esperando en el comedor.
Le aterraba la idea de bajar y ver a toda su familia, la que para ella solo consistía en dos personas.
La pelinegra suspiró y pasó sus manos por su rostro con ganas de llorar.
Se sentía tan perdida.
Justo en ese momento sus ganas de desaparecer del mundo eran intensas.
Examinó su cuarto, su vista cayó en el cajón donde guardaba las piedras que Altea le había regalado cuando se pelearon por primera vez, o, mejor dicho, cuando ella alejó a la cobriza por primera vez.
Se puso de pie tocando con sus pies descalzos el frio suelo, caminó hacia la gaveta con lentitud, la abrió y observó las cinco piedras que se encontraban allí, agarró la que tenía pintada a Hogwarts.
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La historia de un suicidio
RomanceProblemas familiares. Problemas con ellas mismas. Problemas con su perspectiva del mundo. Problemas para aceptar un futuro, para aceptar que ya nada era igual a cuando tenían la inocencia de una niña de 6 años. _._._._._._._._._._._._._._._._._ Prob...