Capítulo siete

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Junio. 1ro.

—Ry-chan, estamos a poco de tu cumpleaños. ¿Harás algo? —preguntó Takao, mientras miraba el calendario de su teléfono móvil. Increíblemente, ese año, el dieciocho sería viernes y tendrían todo el fin de semana para divertirse.

—Pues... el viernes mi familia celebrará conmigo. Se supone que debo decir quién será quien baile conmigo en la fiesta del compromiso de mi hermano mayor, pero aún no descubro a esa persona. Me dijeron que, si no la encontraba, no era necesario que baile... pero, siento que debo hacerlo. —bufó cansado antes de tirarse sobre su pupitre—. ¡Podemos salir el sábado!

—Eso iba a decirte. Hay una fiesta en la casa de uno de mis amigos. Podemos ir y divertirnos ¿Qué te parece? —preguntó, extremadamente animado, mientras los ojitos le brillaban.

—Una... fiesta... —murmuró—, nunca he ido a una. Ya sabes... mi hermano es algo...

—Sobreprotector, lo noté. Aunque podríamos decirle que te quedas a dormir en mi casa. Aunque en realidad... también me estaré escapando de la mía. —confesó antes de empezar a planificar la fuga de ambos.

—¡De acuerdo! ¡Iré! —mencionó decidido. Primero debería de hablar con Tetsukacchi para que entretuviera a su hermano. Luego podría pedirle a... Y recordó que Daiki no hablaba con él desde que se había caído encima de su persona. Bajó los brazos, mientras la antipatía volvía a su ser—. Pero... no tengo manera de huir de la reserva... verás...

—Yo te busco y vamos juntos. —una voz ronca habló y detuvo la charla. Los ojos de Ryôta se embotaron al notar que era Daiki quien se había interpuesto entre ambos jóvenes. Se había agachado para, justamente, meterse al medio. Tenía las mejillas un tanto rojitas, aunque no era notable de buenas a primeras—. Quiero... quiero disculparme por...

—Ser un pendejo. —repuso Takao.

—¡Oi! Sí, por eso...

—Estás perdonado, Aominecchi. —mencionó el rubio y se tiró encima de él, abrazándolo por el cuello. Daiki quedó con el pecho jodidamente acelerado y Ryôta no se quedaba atrás. Por alguna razón que ninguno entendía, el apegarse era algo placentero. La cosa era obvia para todo el mundo, menos para ese par de atolondrados.

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9 de junio. Sábado.

—Mooo... Aka-chin... —mencionaba una vocecita patosa y con sueño. Había llegado a USA, luego de dos meses de no hablar con su prometido, y ahora tenía que buscarlo en la empresa de Kagami Taiga. Akashi no respondía sus llamadas y, si lo hacía, le cortaba en cuestión de segundos. ¿Qué demonios pasaba?

Murasakibara Atsuko era una despampanante diosa de dos metros de alto, cabello purpureo, ojos en igual tono y un enorme par de senos que la hacían una maldita perfecta criatura junto a su cintura pequeña y sus caderas redondeadas. Ella era perteneciente al clan de osos del Ártico y osos Kodiak. Era una mezcla de ambos, por lo que su cuerpo alto se debía a tal hibridación.

La fémina llevaba una paleta en la boca y una mochila colgando de su hombro. Había decidido ir directo a la empresa, que su futuro suegro le dijo como base de trabajo de su hijo mayor, en cuanto bajó del avión.


Dos horas después. Sala de reuniones de Kagami Corp.

Atsuko no estaba para nada feliz. Hacía una hora que esperaba que su prometido apareciera y le diera alguna explicación. Lo que fuese, que tuviese algo de sentido, sería suficiente. Tenía las mejillas infladas y los brazos cruzados, al igual que sus largas y hermosas piernas blancas. Odiaba esperar, odiaba que no le hicieran caso o no le dieran lo que quería. Era una caprichosa de primera (sobre todo con los dulces).

When the wolf met LilithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora