Ahorita yo lo quiero –pensé— quién sabe después. -A. Mastreta.
Pensaba que Michel no era tan importante para mi. De hecho, creía que era un fastidio por su manera tan insistente de buscarme y pedirme que salieramos. Eso creía, hasta él día que se cumplió nuestra primera cita.
Como costumbre, llegaba diez minutos antes al lugar donde vería a la persona con la que me iba a encontrar. Llegué a la plaza principal. Esa, que todo pueblo tiene... con un kiosko y pinos por doquier. Con los vende-dulces y bancas viejas y oxidadas de metal con madera. Me veía los pies, tenía la manía de moverlos de adentro hacia fuera cuando estaba nerviosa. Mordisqueaba mis uñas y pensaba en si estaba bien vestida para ser la modelo de Michel.
De pronto, el bamboleo de su cabello negro azabache apareció por detrás del kiosko. Sus ojos cristalinos y azules dieron a manera de flechazo en mi y chispeó esa sonrisa tan suya. Tan hermosa, tan blanca, tan curveada. Aceleró el paso y terminó corriendo. Con sus pies, se aceleró mi corazón. de un pausado, fuerte e insistente -tum,tum- pasó a un desenfrenado y ahogado -tumtumtumtuuum-. La vida cayó a mis pies, un peso enorme cayó en mi pecho y mi estómago se convertía en un nudo ciego.
Traía un ramito de agapantos blancos en la mano. Mojados y salpicando. Estiró la mano con insistencia y espera, abrió sus ojos a todo lo que anatomicamente se podía y volvió a dedicarme sonrisas. Dejé de temblar y en cambió me relajé. Entré en un momento de meditación y me dejé fluir con la vida.-Eres hermosa Catt- Mis mejillas se acaloraron. Se volvierón rosadas como la champagne. Bajé la cabeza para ocultarme y mi cabello hizo el trabajo. Miré de reojo a Michel, por entre los mechones de cabello y sonreí incontrolablemente.
-Hola Michel- Me aclaré la voz.Mantuve la serenidad yvolví a mi ser del día a día. -¿Comenzamos?.-
-Catt, en serio, eres hermosa. Tu piel se ve espectacular con ese azul marino. Eres la mejor modelo que he tenido.- Me tomó de la mano, me jaló y besó fuertemente mi mejilla. Ese beso iba directo a otro lado, se ladeaba buscando diferentes horizontes y aunque moría por seguirlo, me contuve firme ofreciendo sólo la mejilla.
-Vamos, vamos ya.- Tomé la maleta de él.-Camina, antes de que arrepienta. Por favor.-
Sólo rió.Esperaba a que él me diese instrucciones de cómo y dónde posar. No dijo nada. Caminé sola, delante de él observando a la gente y a los acabados de ese kiosko estilo árabe que estaba ahí desde siempre. Corría tras las palomas y me acercaba sigilosamente a darles migas de pan. En otro escenario, veía a una niña jugar con su globo y no me sacaba de la mente el: por qué eso es tan divertido? No tenía sentido. Me paraba en puestesillos de aretes y pulseras a contemplar su diseño y material, a resolver como es que las hacían. Veía hacía arriba, pensando en cómo adquirían esas tonalidades las hojas; en como iban desde un verde olivo hasta un narajan oscuro y remataban en la gama de cafés.
-Terminé- Olvidaba que tenía un papparazzi en la espalda. -Me diste bastante material-
-¿De qué hablas?- Hice muecas de extrañeza, luego de enojo y terminé sonriendole tan amplio como podía.
-Tengo tus fotos. Vamonos ya.- Lo miré con desaprobación y quería reclamarle la falta de aviso, pero me dió igual y sólo le volvií a sonreir. Le tomé la mano y lo arrastré hacia la esquina de la plaza. Cruzamos la calle... me abrazó.---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Era ella y nadie más. Tenía el rollo de mis fotografías atesoradas bajo un brazo y bajo el otro, su espalda. No era baja de estatura, pero encajaba perfectamente entre mi brazo y mi torso. Olía espectacular, no era su perfume de fresas, ni su shampoo de moras silvestres. Era el olor de ella.
La quería en ese momento y en ese momento, la quería besar.Mi pretexto era cruzar la calle, mi fin era no soltarla jamás. Ella tomó mi mano y no la soltó para nada. Me contagiaba electricidad. Entramos al local que ella quería, justo a lado de una tienda cara de ropa, en una puertesilla café de vidrio... viejísima y descontinuada. Ahí, donde el único paso para la luz era una ventanita rectangular arriba de esa puerta; Ahí, donde el olor a viejo y humedad se fusionaban, donde no me importaba aguantar el abrumamiento... Ahí, donde ella completamente feliz.
Veía y veía vitrinas y señalaba. Decía cosas que no entendía, pero ella si. Que si esta vale más, que si es más dificil de conseguir, que el color era excepcional y de vez en vez exclamaba un -WOW-. Pasó las hojas de dos o tres albumes. Se acercó al mostrador y me tomó otra vez de la mano, pero ahora hizo algo que paralizó mi cuerpo... entrelazó sus dedos a los míos.
¿Qué te pasa Michel? -pensé.- Conservate tranquilo.
El querer que creía sentir por Cattherine, era aún mayor que el que imaginaba. Mayor que el que percibí el día que la conocí, con su actitud altanera sin miedo y sin ganas de soportar nada de nadie. Pero dulce, muy dulce y... fría. Muy linda y hermosa y, a veces, tornaba a lo hostil.
Su cabello se movía, tenía unas ondas increíbles y el amor me recorría el cuerpo, como las gotas que pueden andar en su cabello.
-Me gusta mirarte, más cuando tu no me miras. Cuando sonríes, aunque la sonrisa no sea para mi- Casí lo dije en un susurro. Me sentía patético, pero así era... y con el tiempo, se acabo ese miedo.Caminamos. Su imparable personalidad me dopaba. Era el ser perfecto para mi. Mi pieza faltante del puzzle... mi Lego, mi cadena, mi botón. Era ella.
Sus ondas dispersas hacían que de vez en vez me perdiera en un infinito de posibilidades curvas. tanto, que hasta me perdía de lo que sus labios me llegaban a pronunciar.Comimos cerca de ahí. A lado de la plaza del kiosko, hay un hermoso restaurante conservador. Es de esos que tienen una pequeña terraza en la entrada y que, con mesitas de a dos, esperaban que al sentarse, pudieras contemplar el ir y venir de la gente en el parque. Era de esos en los que hay servilletas por montón y todas mesas tiene un mantel de cuadros rojos y blancos. Con vasijas llenas de flores pequeñas donde Catt posaba sus dedos. Tomé una, y se la entregué como una ofrenda... Ella sólo sonrió y fijó, sin decir nada, sus ojos con insitencia en los míos.
Casi podía sentir la baba saliendo de mi boca. ¡Que vergüeza! -pensaba.Disfrutamos juntos de un buen pedazo de carne aderezada y una ensalada con arándanos y nuez. Nos dimos espacio para compartir juntos un pastel de chocolate, con más chocolate y cubierto de chocolate... jugamos con él. Iba de mi boca a la de ella, sin si quiera rozar nuestros labios. Era una escena perfecta, de esas que no pasan jamás.
Con el corazón a punto de estallar y el estómago totalmente saciado, salimos de aquel restaurante tan hermoso que tenía por título "La dolce vitta" y vaya que así fue. Jamás tuve un día más hermoso con Cattherine, que ESE día.
La tomé de la muñeca, para no soltarla jamás. Dimos una vuelta más por la plaza y al revisar su reloj, me pidió irnos. Nos dirijimos hacia mi honda gris oscuro, hice sonar la alarma unos metros antes de llegar y ella brincó. La sostuve.
Abrí su puerta y mientras se abrochaba el cinturón, sin más preámbulo y sin desición, la besé. La besé tanto como pude. Con el corazón desbocado y las manos temblando. La besé y me encantó, mis impulsos fueron más allá de la razón. De pronto la vida era de mil colores y el Sol se asomaba por mi ventana... Sorprendido y avergonzado, me quité rápidamente de ella y ella con los ojos más abiertos que platos me miró con desaprovación. Sentí salir de su cuerpo la ira. Cerré sin contemplar más la puerta y con todo el tiempo del mundo le dí la vuelta al auto.
¿Cómo pudiste O'Donnel? Te precipitaste, ya lo arruinaste. Lo más seguro es que ella ya no quiera saber de ti. Te odia.El camino hacia su casa navegó en un ambiente hostil, lleno de un silencio pesado y abrumador. Con respiraciones que ambientaban la tensión que casi se podía palpar. Me odia, se acabó.
Paré el auto enfrente de las rejas negras y bajé la cabeza.
-Disculpame, Cattherine.- No pude ni subir la frente.
-Michel... yo...- Su voz temblaba.
-No, de verdad. Fue mi culpa, yo entiendo.- Algo enojado conmigo mismo e irritado, me bajé del auto y corrí a abrirle. Le dí la mano, volvió a lanzarme esa mirada de desaprovación y bajó con ese vestido de gasa azul que le iba tan bien. Mientras ella se acomodaba, me alejé de ahí previniendo algún enfrentamiento. Recargado sobre el cofre del auto, esperaba decirle adiós desde lejos y acabar ya, con este día. De prontó, sentí que me tocó el hombro. Su perfume anunciaba que era ella... voltee la cabeza y en ese momento, ella me besó.