Donde no puedas amar, pasa de largo. –F. Nietzsche-
Era tarde ya, en un domingo por la mañana, cuando Nicolas Camilleri, está ya en acción. Al salir el Sol él ya había tomado sus alimentos y dejado su ropa y cama hechas un desastre total. Tomó un balón de futbol y salió a un campo deportivo cerca de su casa.
Catherine, por lo contrario, se levantó después de varios rayos de Sol. Limpió su habitación y dejó su cama lista para la próxima noche. Tuvo la charla cotidiana con su abuelo y se quedó en su casa ordenando, de nuevo, su álbum de estampillas postales, las cuales son colección de toda la vida.
Que bien pintaba el día para Nicolas, que era encantado con los rayos de Sol y podría pasar horas recostado en el pasto. Y que fastidio es ser Catherine cuando el Sol estaba en todo su esplendor, a lo alto entre las nubes. Por el contrario ella vivía feliz bajo la lluvia y el frío, recostada en un sofá y con café en mano.
-¡¡Podrías ir por una mendrugo de pan, Catt!!- gritó la cansada voz de la abuela Rosy, desde el sofá donde reposaba los pies, entretejiendo tela para dar con una bufanda abundante moteada.
Se acercaba la hora de la cena y por supuesto, en la mesa no debía faltar jamás. Era algo que el abuelo no perdonaría, una cena sin su trozo de pan con algo de queso, sería matarlo en vida. Solo una, pues en esta ocasión su padre no estaría y su abuela no come.
Entro por la puerta a la tienda, sonando la clásica campanilla al entrar. Unos cuantos ojos la miraron y del mismo modo, regresaron la cabeza.
El día se comenzaba a poner oscuro y con un ambiente helado. Cosa que no le molestaba en lo absoluto.
Al pagar la hogaza de pan y contar el dinero, entro Nicolas haciendo tal ruido que todo quedaron espantados. Su bicicleta se había atorado en la puerta y como pretendía llover, él no quería que su bicicleta se mojase.
-¡¡Saca de aquí tu bicicleta muchacho!!- Gritó el viejo Thomas desde el aparador. Meneándose y señalando con su puño. Veías al viejo y parecía deshacerse. Un señor grande con canas en los costados, calvo por el centro y unos grandes lentes con un cordel que pasaba por sus grandes orejas; con manchas en la frente y delgado, tan delgado que parecía que sus huesos eran solamente forrados por la piel.
La bicicleta ya no salía, ni entraba del local y había gente, tanto afuera, como adentro del establecimiento.
Catherine se acercó, echó un vistazo y movió unas maderas y unas cajas que estorbaban. Le dio vuelta al manubrio y salió con la bicicleta y la hogaza de pan a un costado. Bajó la bicicleta y cayó al suelo la hogaza de pan envuelta en una bolsa de papel y rodó por el suelo de madera.
-¿Podrías ser menos torpe?- Dijo Nicolas.
-¿Qué dices?- volteó rápidamente la cara Catherine lo enfrento. Lo retó con los ojos y estos chispearon. Se le subió el color y dejó caer la bicicleta, de la cual uno de los espejos se rompió.
-Te ayudo con tu bicicleta, mi pan se cae y me dices que soy torpe? !!¡¡Si que eres un caballero!! Pero baah! que te ha de importar.- Después de su sarcasmo, dio media vuelta y se inclinó para recoger el pan. Observó el espejo roto, pero no se preocupó.
-¡¡Rompiste mi espejo criatura tonta!!-
De la nada y más rápida que el viento, Catherine le soltó un puñetazo en la cara. Nicolas se dobló del dolor.
Catherine se volteó y caminó en torno al sendero que estaba ya marcado por entre los árboles. No regresó la mirada, ni se detuvo. Él solo la observó de lejos, con ganas de perseguirla, pero no fue así. Se contuvo, levantó la bicicleta y la acomodó a la entrada, le miró de nuevo y aún con el fuego en sus ojos, entró a la tienda.
-¿Me podría dar una lata de conservas y un litro de leche?- Habló rápidamente y sin balbucear. Tomó aire y esperó.
-¿Qué dices muchacho?-
Respiró, respiró y respiró; tan profundamente que en todo el lugar se escucho su exhalación.
-Una lata de conservas- inhaló- y un litro de leche… por, por favor-
-¿Tienes tu vasija?- Dijo el señor Thomas regresando de traer las conservas.
-Aquí tiene, es un poco más grande. No me molestaría que la llenase por completo.-
El viejo solo lo miró de manera sería y sin bromear como él lo había hecho.
Llenó el recipiente hasta la marca de un litro exacto, lo tapó y se lo entregó. Nicolas se acercó, le dio las monedas y un billete, casi con la justa cantidad.
-Te debería de cobrar por el destrozo que hiciste en mi puerta- Señaló hacia ella, donde se apreciaban las cajas tiradas y las maderas a un lado que había quitado Catherine; un rayón en la puerta y otro en el vidrio. -No te alcanzará con esto, pero creo que ya te dieron tu merecido-
Nicolas enfureció. -Nadie me ha dado mi merecido, solo que no le podía golpear. ¡¡Maldita sea!! Era una niña, tonta que rompió mi espejo!!!-
El tendero rió.-Mira que te ha dejado la cara morada, bien pudo haber sido un chico-
Tomó las monedas que estaban sobre el mostrador y salió enfurecido.