Capítulo 4.

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Septiembre.

-¡Sofía, mi niña!- Exclamó Cristiano al ver a la muchacha aproximándose a él con dos maletas grandísimas y una mochila.

-Hola papá- sonrió con timidez antes de darle un abrazo.

Cristiano observó a su hija de pies a cabeza, estaba mucho más alta que la última vez que se habían visto, la navidad anterior, si mal no recordaba. Podía apostar que medía más de un metro setenta y cinco, de hecho, Sofía medía un metro setenta y siete, o setenta y ocho, tal vez.

-¿Cómo estás, Cristiano?- Escuchó la voz de Pía tras él.

Volteó y observó a madre e hija, comparándolas. Sofía era alta como él, le sacaba más de una cabeza a Pía. Sin embargo, ambas se parecían a más no poder, la piel de Sofía era igual de pálida que la de su madre, su cabello era liso y castaño como Pía en su adolescencia. Y los ojos marrones brillaban con cierto halo dorado alrededor de la pupila por el reflejo de la luz, en eso si no se parecían, Pía tenía los ojos mucho más oscuros, mientras que él los tenía más de un color miel.

Sonrió con orgullo. Tenía una hija bellísima, más que la familia de Pía y la suya, y eso para él, como para cualquier padre, era un gran orgullo.

-Muy bien Pía, ¿y tú? Veo que bien acompañada- señaló a Marco con recelo.

-Ay Cristiano- soltó una carcajada. -¿Puedes dejar tu ironía para otro momento? Marco es mi esposo ahora y tú, como ya sabemos, eres el ex- sonrió. -Y el ex no controla mi vida.

-No te preocupes, dios me libre de controlar tu vida- rodó los ojos. -En fin, yo me llevo a Sofía a casa, tú y tu... Marido- carraspeó. -Todavía tienen que tomar otro vuelo.

|...|

Sofía observó su nueva habitación boquiabierta. Su padre se había encargado de redecorarla y prepararla para que fuese lo más cómoda y adecuada posible para una adolescente.

Había pintado las paredes de un gris muy sutil, había comprado cuadros de imitación de sus pintores favoritos. Había colgado una copia de Las Meninas de Velázquez en la pared frente a su escritorio, y una copia de La primavera y otra de Venus de Botticelli en la pared sobre su cama.

El escritorio, al igual que la cama y el armario, eran de una madera delicada color wengué. Le había comprado un ordenador de mesa bastante moderno y colgó de la pared una tv en una esquina adyacente a su cama. Justo en la pared frente a su cama había un espejo grandísimo con una cómoda vacía en la que ya sabía que guardaría su maquillaje y cosméticos.

Las manos de Cristiano comenzaron a temblar al ver que su hija no decía nada:

-Pensé que podría gustarte así, si no te gusta alguna cosa o quieres cambiarla puedes hacerlo, hay un Ikea cerca y...

-¡No, no, no! Está perfecta así- se acercó con vergüenza y le dio un abrazo. -Muchas gracias, papá.

Cristiano correspondió el abrazo con felicidad. Lo estaba logrando, iba a ser un buen padre, el padre que Sofía se merecía.

|...|

El instituto Laforet era mucho más grande que su instituto en Sao Paulo, también más antiguo, las paredes grises no combinaban para nada con las columnas carmín y el mosaico de la fachada estaba que casi se caía a trozos. Las rejas mojas frontales estaban demasiado oxidadas y chirreaban al abrirse.

Cristiano arrugó el ceño con molestia, no podía creer que le habían asignado a su hija tal instituto de mala muerte, habiendo escogido otros como opción prioritaria. El instituto Carmen Laforet era de mala fama, había oído muchísimos rumores y se negaba a que su hija estuviera allí.

Sofía (Temática Lésbica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora