1
Ellis, nervioso, daba vueltas una y otra vez por la despensa, angustiado por lo que pudiera sucederle a su compañero. Tardaba demasiado. Pensó salir corriendo para ayudar a Steve, algo no iba bien. Ya habían pasado diez minutos. Era una mansión, cierto, una pequeña, sin embargo, no dejaba de ser una gran casa. No tenía por qué preocuparse tanto.
Un par de golpes sonaron en la puerta.
"Esa no es la clave", se dijo Ellis entre dientes.
De nuevo ahí estaban el par de golpes que resonaron en la despensa. Sabía que no era Steve. Habían acordado una clave para identificarse. Ellis sintió el peligro al acecho, arrepintiéndose de no haber llevado el rifle consigo. Tomó el mango del zapapico con ambos brazos, siendo lo único a mano que encontró para defenderse, pero decidió que no caería sin pelear.
Tres golpes seguidos sonaron, esta vez, en la puerta. La duda creció en Ellis. Esa era la clave: antecedida de dos fallidos intentos. No sabía si abrir o poner una barricada en la puerta atorada por la pala recargada en ángulo. Reunió todo el valor que poseía y abrió la puerta dispuesto a enterrar la afilada punta del zapapico en algún pecho enemigo. Su sorpresa fue grande, al ver a su amigo, Steve, a gatas frente a la puerta. Levantó su rostro, completamente lívido, con una expresión de histeria y los ojos desorbitados.
—¿Qué te pasa, Steve? ¿Estás bien? ¡Dime! ¿Qué fue lo que te ocurrió? —Ellis se alteró al contemplar el semblante de su amigo.
Al no recibir respuestas, dejó caer la herramienta, levantó a su compañero pasando el brazo de Steve sobre su cabeza. Casi lo levantó en vilo, mientras Steve arrastraba los pies, sentándolo sobre una de las cajas de la despensa. Recogió el zapapico y cerró la puerta.
—¡Vamos, Steve! ¡Reacciona! ¡Mírame Steve! Espera aquí, voy por ayuda. No te muevas.
Ellis bajó por la escalera brincándose la mayoría de los escalones después entrar por la trampilla y atrajo la atención general. Todos voltearon con los ojos abiertos al ver la actitud de su compañero que a todas luces parecía presa del pánico.
—¡Por favor! —dijo sin aire—. Necesito ayuda.
—¡Tranquilízate, Moon! —exclamó el sargento Reznor, aproximándose a él— ¿Qué te sucede? ¿Por qué bajas así, tan intempestivamente? ¿Y dónde está Mcpearson?
—Es Steve, necesita ayuda.
—¿Le pasó algo a Steve? —preguntó Jean Paul, mortificado, al tiempo que tomaba su arma y se incorporaba velozmente.
—¿Lo descubrieron? —preguntó Andrew en seguida.
—¡No! Estamos bien, bueno, Steve no del todo. Y no, no nos han descubierto...
—Si hablas tan rápido, no puedo entenderte, Moon. Respira hondo y cuéntanos lo que paso.
—Steve esta allá arriba y necesito ayuda para bajarlo.
—¿Esta herido? —Jean Paul voló por la escalera, seguido de Andrew.
—No, no lo creo, no lo sé. Está despierto, pero no está consciente.
—Boucher, Miller, vayan por McPearson y tráiganlo inmediatamente.
El sargento aún no había terminado la frase cuando Jean Paul y Andrew ya habían cruzado la trampilla.
—¿Dónde está? —preguntó Jean Paul antes de salir.
—Justo arriba, sentado en una caja —contestó Ellis.
Momentos después, bajaron con el cuerpo de Steve, totalmente inconsciente, desvanecido. Lo tendieron en el suelo. El sargento Reznor revisó su cuerpo. Jean Paul y Andrew observaban con los nervios de punta.
ESTÁS LEYENDO
La mansión Völler
HorrorSteve McPearson tiene una vida ligera y despreocupada, obsesionado con Loretta, su primer gran amor del colegio. En casa de sus padres, sin necesidad de estudiar ni de trabajar pasea en el auto por el pueblo de Yorkshire junto a sus amigos. Pronto...