Luces en la oscuridad

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Jean Paul se acomodaba en una de las esquinas entre la barrica y la fría pared del sótano, buscando un nicho para descansar y poder dormir después de su maratónico turno. Steve intentaba reponerse de su pesadilla, convenciéndose de que los sueños son sólo eso, y nada más. Su cuerpo no había descansado, por el contrario, abatido temblaba de miedo.

Jean Paul advirtió la inquietud en el semblante de Steve. No era el mismo de siempre.

—¿Te encuentras bien? No te ves normal ¿Te pasa algo?

—No es nada. Pesadillas, sueños absurdos, uno bastante malo.

—Un desvarío ¿eh?

—Es un nombre muy dulce para llamarlo así. Yo utilizaría el término de sueño traumático con secuelas, un nombre más apropiado.

—Fue espantoso ¿no?

Jean Paul sostuvo la mirada con Steve por unos momentos.

—Te toca cuidar de John —le informó—. El sargento vigila la trampilla y Ellis al prisionero. Estoy completamente agotado; descansaré un buen rato.

La luz de la mañana se escurría entre las elevadas ventilas del sótano iluminándolo un poco. El ambiente era de un silencio sepulcral, roto en ocasiones por los acostumbrados quejidos de John. Andrew dormía como un bebé haciendo extrañas muecas. Las pesadillas rondaban los sueños de los Cuervos. Steve se incorporó, saludó a Ellis al pasar a su lado, y fue a revisar a John. Aún se encontraba dormido, su aspecto no había cambiado en nada, el rictus de dolor marcaba transversalmente sus facciones.

—Por cierto —susurró Ellis en el otro extremo—, no terminaste de contarme la historia de tu amigo. Brady, si no me equivoco.

El comentario sobresaltó a Steve quien aún no superaba el episodio traumático de su sueño. La irrealidad se trasmutaba en realidad y la delgada línea divisora bailaba entre los dos terrenos. Sobreponiéndose al estado de su mente, Steve hizo un gran esfuerzo por esbozar una amable sonrisa a su amigo. Respiró hondo y dijo:

—¿En dónde me quede? ¡Ya lo recuerdo! Había visitado la casa de David Brady. El tiempo de espera se me hizo eterno, pensé en darme la vuelta, en correr y nunca regresar —prosiguió Steve.

Se dio cuenta de que el relato le hacía olvidar los oníricos temores.

—Miré el reloj y el segundero luchaba por avanzar —continuó Steve—. Lo decidí, y al escuchar los pasos de David Brady en la escalera, huí como un cobarde, no podía verlo de frente. Lo peor fue que quedé como un mentiroso en el colegio, y por un comentario pasé de vidente a un charlatán. Desde luego se convirtió en un enorme chisme incluyó juntas con mis padres y pláticas con los asesores. Todos los alumnos daban por hecho irrefutable la muerte de David Brady.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Ellis—. Por lo visto conseguiste un amigo.

—No, conseguí citas con todos los brabucones de la escuela. La familia de David se cambió a otra ciudad y no volví a verlo. La última imagen que tuve de él fue la de mi sueño: en depresión con los ojos desorbitados y jalando del gatillo. Pensé en recordarlo con otra imagen pero a mi mente sólo venían las golpizas de las que fue objeto.

—Te importaba ¿no? De otro modo no lo hubieras recordado.

—La verdad, no. Fue un recuerdo traumático, pudo ser cualquiera, otro compañero caído en desgracia. Pude haber visto uno de esos tantos que llaman "perdedores" y soñar exactamente lo mismo. Otro nombre con la misma cara, seguro era mi conciencia remordiendo mis cobardes acciones, la presión nos empuja a soñar cosas extrañas y nos cuesta trabajo separarlas de la realidad.

La mansión VöllerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora