Era tarde, por la noche. Harold ya ni sabía qué hora era. ¿Sería media noche o estaba ya a punto de amanecer? No lo sabía, pero tampoco le importaba. «Esos gilipollas se van a enterar cuando sepan que su caballito ha perdido», pensó, recordando a dos amigos suyos del bar de apuestas que ese día no habían ido.
—Volverán —dijo—, estoy seguro. —Miró por el retrovisor, pero solo percibía manchas, borrones ininteligibles que no podía distinguir. No sabía a quién le había hablado; no le importaba, ya todo le daba igual. Vivía deseando volver a ese bar de apuestas, ver a sus amigos de hace ya tantos años y evadirse de su realidad: de su trabajo, de su mujer y de su hija.
Harold empezó a escuchar algo, un ruido dentro de su mente. Parecía una sirena de policía, por lo que paró el coche a un lado de la carretera. Todo estaba oscuro, y le extrañaba no ver las luces por ninguna parte. ¿Se lo habría imaginado? No, eso era imposible, se convenció. Estaba completamente seguro de que lo estaba escuchando, cada vez más cerca, y sentía la presencia del coche a su lado. Se bajó de su coche y se quedó esperando de pie. Le empezó a entrar sueño, y en verdad se sentía aliviado de que la policía no hubiera aparecido.
Tras un largo rato de espera, se volvió a montar en su coche y retomó el viaje. Puede ser que condujera durante unos minutos, o quizá durante una hora. El tiempo estaba difuso, y, claramente se había perdido en su camino a casa. Fue una luz lejana lo que lo distrajo, e hizo que atropellara algo. Paró rápidamente el vehículo y vio que había un rastro de sangre colina abajo desde delante de su coche. A quien hubiera atropellado debía haber bajado rodando. Harold sintió miedo por la persona, y gritó para ver si se encontraba bien. Al no obtener respuesta se vio obligado a bajar la colina, cosa que no era sencilla al estar borracho. Rodó, como seguramente había hecho la persona que estaba huyendo.
Con dificultad consiguió incorporarse y caminar. Miró a todos lados, pero estaba todo tan oscuro que era imposible distinguir nada entre la hierba alta. Dio un par de pasos y se topó con lo que había atropellado: una especie de perro deforme que seguramente había quedado así por el golpe contra el coche. Pero ¿qué hacía un perro en medio de la carretera?, se preguntó. Si había un perro tendría que haber un dueño. Harold recogió al animal del suelo y lo llevó hasta donde estaba su coche aparcado. Llamó a voces a alguien que, de primeras, no sabía siquiera si existía, y, como esperaba, no obtuvo respuesta.
Su respiración aumentó al darse cuenta que el animal seguía respirando, por lo que se subió al coche y condujo durante dos horas más en busca de su casa. Pero tampoco corría demasiada prisa, pues el perro no tardó en dejar de respirar. Harold se sentía demasiado culpable como para dejarlo tirado, así que nada más llegar a casa escondió el cadáver en el garaje.
Entró a la casa por la puerta trasera, pero se sorprendió al ver a su mujer sentada en el salón mirando a la nada. -Te he estado esperando -dijo ella de brazos cruzados.
—Yo... —se intentó justificar—. Lo siento, cariño.
Su mujer se levantó y lo abrazó. —Estaba preocupada. Mañana hablamos, ¿vale?
Él asintió, y dando tumbos llegó hasta su cama, pero, por muy tarde que fuera y lo cansado que estuviera, la culpa le impedía dormir, y las dudas invadían su mente. ¿Qué era eso que había atropellado?
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El hombre gris
Mystery / Thriller2019. Kathy tiene un sueño por el cual acaba encerrada en un hospital psiquiátrico. 1977. Harold descubre una criatura extraña que le obliga a cambiar su vida para siempre.