Tras dos horas de trayecto en completo silencio y unos cuantos forcejeos para intentar salir del coche de policía, Kathy cayó rendida y apoyó la cabeza en la ventanilla para observar el paisaje: una explanada de arena, un desierto con una carretera kilométrica, carente de vegetación y sin señales de vida en el horizonte. El calor había calado por el techo hacía ya un rato, y, como ocurre siempre con las altas temperaturas, toda la realidad comienza a verse en ondas, como si las rocas del camino comenzaran a deformarse y se pudiera ver el aire, denso y seco.
En uno de esos momentos de aburrimiento, o quizá, muy posiblemente, de locura, Kathy notó algo corriendo a su lado por la carretera. Las ilusiones del calor no le dejaban identificar qué era, pero fuera lo que fuese era rápido, del tamaño de un niño y gris.
El coche comenzó a acelerar al aumentar la respiración de Kathy; cuanto antes llegaran a su destio mejor. Kathy miró por la ventana, pero aquello que acababa de ver hacía tan solo una fracción de segundo había desaparecido por completo. No quedaba rastro, y, entonces, cayó en la cuenta de que el calor, a pesar de estar a principios de abril, la estaba haciendo ver cosas que no eran realidad. «Ha sido un espejismo», se dijo.
Tardaron otra hora más en llegar a un lugar medianamente civilizado. De pronto aparecieron algunas casas sueltas, y, en el horizonte, un edificio grisáceo mucho más grande que los demás. Era una caja de zapatos inmensa, con muchas ventanas llenas de barrotes, y seguratas en la puerta. Pararon en la puerta y dos enfermeros la sacaron y la cogieron por los brazos.
—Bienvenida, Katherine —dijo una mujer con bata de médico cruzada de brazos—Chicos, llevadla dentro.
Ellos la fueron arrastrando, y Kathy miró hacia atrás para cerciorarse de quién era conductor del coche que la había traído. Se decepcionó al encontrar a un hombre anciano, no a su hijo Alex. Todavía le quedaba la esperanza de que fuera él... Los dos enfermeros la llevaron por los pasillos blanquísimos hasta un cuarto, en donde la sentaron en una silla. Al poco tiempo llegó la doctora y le inyectó un líquido en el brazo, y Kathy cayó dormida.
Despertó en una cama, atada de manos y pies, y vestida con un pijama blanco en donde estaba su nombre bordado: Katherine Roberts. No le quedaba otra opción que quedarse mirando el techo mientras esperaba a que apareciera alguien en el cuarto. Le comenzó a venir esa misma sensación que en el sueño que había tenido la noche anterior, en donde se había despertado en esa habitación futurista, con ese traje futurista, y en el cual había visto la Tierra desde una nave. Volvió a ese momento de terror, a esa voz que la llamaba.
—Kathy —dijo, pero esto no había sido un sueño. Esta vez no. Esta vez estaba despierta, y sabía perfectamente que no lo estaba soñando.
—¿Hola? —Kathy estaba aterrada, pero necesitaba confirmar que aquella voz que estaba oyendo era real.
—Kathy.
—¿Quién eres?
La voz volvió a resonar en su cabeza. —He prometido...
La puerta del cuarto se abrió y la doctora entró, y, al hacerlo, la voz que hablaba con ella desde dentro de su cabeza desapareció.
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El hombre gris
Mistério / Suspense2019. Kathy tiene un sueño por el cual acaba encerrada en un hospital psiquiátrico. 1977. Harold descubre una criatura extraña que le obliga a cambiar su vida para siempre.