Fuego

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Capítulo nueve: Una eternidad compartida

El ejército de Noritoshi no había disminuido considerablemente su número pese al reciente ataque del enemigo. Los hombres, con semblantes victoriosos y conversaciones mezcladas en risas contagiosas, cabalgaban con maestría por detrás de su líder, a un buen tiempo y sin romper las filas. Estaban disfrutando del paseo devuelta a su reino, y como no, si habían alcanzado la victoria en lo que dura un pestañeo. El rey los llenaría de alabanzas y recompensas, los pueblerinos los tratarían como héroes y festejarían por varias semanas antes de tener que volver a enfrentarse a una batalla contra los bárbaros.

Mientras tanto, Megumi y Sukuna mantenían su debida distancia a uno de los costados de la formación, esto con el fin de no romper la vigilancia sobre el ejército. Sukuna le había insistido a Megumi que llegarían mucho más rápido volando, pero el brujo se había negado rotundamente, no solo aún tenían trabajo que hacer asegurándose de que el ejército llegara a salvo al reino, sino que también le causaba desconfianza la poca experiencia del dragón en su forma natural.

Megumi prefirió no llamar la atención y usar los caballos, era la decisión más sabia. Sukuna, por otro lado, había aceptado la decisión de Megumi sin chistar, algo muy extraño en él.

—¿Cómo te sientes después de la metamorfosis? ¿Fue doloroso? —preguntó Megumi.

—Los primeros segundos duele, como el dolor que se debe sentir cuando te despellejan la piel vivo, pero si te soy sincero, no presté atención al dolor, solo quería aplastarle la cabeza al sujeto que te amenazaba con el cuchillo.

—Debo admitir que me asuste por un segundo —dijo Megumi, llamando la atención de Sukuna—. No por el bárbaro, era fuerte, pero no para hacerme temblar. Yo... me asusté cuando vi tus ojos, era como mirar de frente a la muerte. Eso me hizo pensar, los dragones son realmente impresionantes.

—Impresionantes, pero escasos, nacen tan pocos, un dragón es raro, pero un semidragón... Es como lanzar una aguja a un pajar y esperar encontrarla. Dudo que vea a otro de mi especie dentro de los próximos años.

—No lo sé. Quizás y hasta te encuentres a una semidragona que te soporte y te dé crías.

—Eso es ridículo ¿Me veo acaso como un padre responsable? Ya hice mi promesa de permanecer a tu lado, sabes que mi cuerpo cambió, pero no mis sentimientos. Te esperaré si así lo quieres, y si no, estoy bien de todas formas.

—¿Eso no es doloroso?

—No lo es. Quererte ¿Cómo podría ser doloroso?

Megumi no respondió, solo dejo que el silencio se apoderara del ambiente. Ahora que Sukuna había madurado, sus palabras no se sentían como una presión o un castigo, todo lo contrario, disfrutaron de ese silencio en conjunto, junto con el viento que recorría la pradera y sacudía el césped verdoso de los campos.

Después de unas horas cabalgando, divisaron la ciudad de Sunji en el horizonte. Los sólidos muros de aproximadamente veinte metros de altura rodeaban la ciudad impidiendo el acceso de los forasteros, solo era posible la entrada a través de las diferentes puertas ubicadas en puntos estratégicos y, además, protegidas por guardias reales. De esta manera, Sunji se había ganado la fama de la ciudad más segura de la nación, además de poseer grandes riquezas que atraían a los turistas y benefactores.

—Es un lugar enorme —comentó Sukuna, y sus ojos tenían un brillo particular—. Nunca vi un lugar como este.

—¿Nunca visitaste Sunji en tus viajes? —le preguntó Megumi, con una ceja alzada.

—¿Es una broma? ¿Crees que por haber vivido en una vieja carreta de un vendedor me la pase disfrutando de viajes de primera clase? —preguntó Sukuna, con sarcasmo.

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