II. Pañuelo
Se lo había prometido a sí mismo, y había cumplido. Valentine no volvió a caer del caballo. Aprendió a agarrar las riendas, a subir sin resbalarse de la silla, aún excesivamente alta para su estatura en evolución. Su observación era intensa, dedicada. Paso a paso se esforzaba en aprehender cada uno de los gestos que escapaban de él, asimilarlos con avidez, hacerlos suyos y no defraudar en el intento.
Sus labios habían aprendido a vetar palabras como "no puedo", "duele", "descansemos un rato"... Él no las admitiría. Y en intrínseca consecuencia, Valentine se las prohibía.
Ese atardecer Valentine lucía agotado y agradeció el cese de la práctica de equitación con una tímida sonrisa, escapada a traición de la seriedad que también deseaba emular de su mentor. Radamanthys nunca sonreía. Apenas le dedicaba palabras más allá de las directrices necesarias para evolucionar con disciplina y dignidad.
Los pasos de regreso al establo se sucedieron pausados, acompasados por el silencio que a Radamanthys no parecía molestarle; el mismo que a Valentine comenzaba a resultarle cómplice. Los equinos marchaban calmados a su lado, deseosos de alcanzar el soñado abrevadero y las raciones de heno, esperando quizás el posterior cepillado. El menor andaba con la cabeza gacha y los sueños de un futuro esplendoroso tomando el control de su mente, hasta que algo le detuvo: la mano de Radamanthys se apoyó en su hombro y cuando él alzó la vista, incapaz de ocultar una brizna de sorpresa por tan inusual gesto, su mentor mantenía la mirada fija en la puerta de madera, cerrada y con un pañuelo colgando de ella.
- No entres, Valentine.
- ¿Por qué? Los caballos tienen sed...
- El pañuelo. Volveremos cuando ya no esté.
Radamanthys no añadió nada más. Se dio media vuelta, cambió las riendas de mano y deshizo sus pasos con respetuosa determinación.
Valentine arrugó su sudada frente con incomprensión y deslizó la mirada hacia la raída tela, que parecía olvidada en una oxidada percha clavada al azar sobre la madera. No era la primera vez que lo veía antes de comenzar con la equitación. Pero sí que fue la primera vez que se preguntó el por qué de su esporádica presencia. Siempre en el mismo lugar, aunque mutable en color.
Al intentar ubicar a Radamanthys en su campo de visión, este ya había alcanzado un riachuelo cercano. La castaña yegua bebía con frenesí mientras el inglés le regalaba inconsciente ternura deslizando la mano desde la crin hasta la cruz, y vuelta a empezar.
- El pañuelo...- susurró Valentine no sin cierto temor una vez su caballo se unió al catado del agua - ¿Por qué no entrar cuando está?
Radamanthys sostuvo un tenso silencio por unos instantes en que Valentine no cesó de admirarle. Suspiró levemente, frunció más su frondoso ceño y acarició de nuevo la piel de la sedienta yegua. Sus labios parecieron partirse con la intención de hablar, aunque se cerraron otra vez acompañados por una inesperada inspiración, seguida de una rápida e inconclusa resolución.
- Es una señal. Se debe respetar.
Para Valentine no hubo nada más que cuestionar.
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Lealtad
Фанфик"Lealtad él ya la había ofrecido. Lo hacía cada día desde que su incierto futuro le adjudicó lecho en un lóbrego y lejano castillo. Para él su lealtad era una y única. Indiscutible. Obedecerle las órdenes a él, algo incuestionable para su todavía in...