"Es una señal. Se debe respetar."
Valentine lo hizo. Respetó la presencia del pañuelo. Lo hizo ese atardecer, y todas las posteriores ocasiones que siguieron a la advertencia pronunciada por Radamanthys. Pero su infantil curiosidad, todavía existente, palpitante y sin domar, comenzó a exigirle respuestas.
Respuestas que Radamanthys no estaba presto a alumbrar.
Pasó durante una noche de invierno. Un retazo de sedosa tela morada prohibía el acceso al lecho de los equinos, pero la puerta al establo lucía tentadoramente entornada. Valentine no pensó. Ni siquiera respiró cuando sus pasos se convirtieron en felinos y su mirada se acostumbró a la húmeda penumbra del lugar.
Los caballos resoplaban con desídia. Los cascos repicaban de vez en cuando contra el pavimento. Valentine se adentró unos pasos más. Divisó a su caballo, acostado tranquilo. Al departamento contiguo, la yegua de Radamanthys se alimentaba con calma. Ninguno de los dos dio muestras de reconocer o siquiera otorgar importancia a su nocturna presencia. El muchacho los contempló sintiendo cómo el creciente ritmo del bombeo de su corazón le alertaba que su intromisión allí comenzaba a augurarse punible. Los nervios que ya se palpaban a flor de piel exhalaron una bocanada de vaho que precedió a otra contenida respiración y a la consecución de dos pasos más, ganados al peligro y la desobediencia.
Todo parecía normal. Demasiado normal como para tener que acatar una incomprensible prohibición.
Poco a poco Valentine fue perdiendo miedo y ganando valor para erguirse y andar sin cautela ni protección. Allí no había nadie.
O no lo hubo hasta que sus sentidos percibieron una consecución de gemidos lastimeros.
Gemidos humanos. Largos a momentos, entrecortados en otros y angustiosamente sostenidos antes de agotarse entre pesadas respiraciones. Predecesores al fin de un repentino silencio, unas posteriores risas y el característico sonido del heno al ser pisado, aplastado o removido.
Sus pies apenas alcanzaron la celeridad con la que su razón le demandaba salir de allí para respetar tardíamente la violada señal.
Su descontrolada huida se coartó en seco y el muro del cuerpo de Rhadamanthys le heló la sangre.
Ahora, frente a él, la ambarina mirada del mayor le laceraba más que cualquier palabra que pudiera recibir como castigo. Su brazo fue afianzado con rudeza, convidándole a ejecutar un necesario alejamiento. Valentine no hablaba. Su cabeza gacha denotaba la interna preparación para recibir el castigo que su desobediencia había tentado. Sus doce años de edad asumieron al acto que así debía ser.
- Valentine...
La voz de Radamanthys, cada día más gruesa y grave, colmó sus oídos y alimentó aún más su desazón.
- Lo siento...
- No vuelvas a entrar cuando esté la señal -el mayor habló con sequedad y dureza, aunque no en dosis superiores a la habitual. Valentine negó con la cabeza; atreverse a alzar la vista simplemente fue algo que su repentina vergüenza no le permitió-. A veces hay tensiones... No es bueno que se acumulen y repriman. La guerra las libera, pero ahora no hay batallas. Liberarlas allí -Rhadamanthys desvió su mirada hasta posarla un instante sobre la faz del lóbrego castillo que ahora era su hogar- no es respetuoso. Algún día lo comprenderás.
Valentine asintió. Ladeó el gacho rostro y se restregó la ancha manga de su camisa por los llorosos ojos.
"Algún día lo comprenderás"
Rhadamanthys apenas hablaba, pero nunca mentía.
Y en eso tampoco mintió. Meses después la "tensión" nació de forma inesperada, abrupta y desconocida en las entrañas del muchacho: un hormigueo en su bajo vientre, transformado en una molesta y placentera hinchazón de su intimidad al compartir un refrescante baño primaveral en el riachuelo.
Cuando sucedió, Rhadamanthys ignoró que fue él quien se la presentó.

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Lealtad
Fanfiction"Lealtad él ya la había ofrecido. Lo hacía cada día desde que su incierto futuro le adjudicó lecho en un lóbrego y lejano castillo. Para él su lealtad era una y única. Indiscutible. Obedecerle las órdenes a él, algo incuestionable para su todavía in...