Los trazos del carboncillo sobre el rústico pergamino rasgaban el canto de los pajarillos, únicos espectadores del talento secreto de Valentine.
Sentado sobre una bancada de piedra, bajo las movedizas sombras que proyectaban las frágiles ramas de los árboles, el joven aspirante a espectro esbozaba nostalgias y recuerdos. Sobre su regazo descansaba el fajo de papel de pergamino que tiempo atrás había adquirido con armas ilícitas. Los cordeles de uno de sus chalecos fueron los elegidos para dar unión a su colección de íntimas destrezas, personificadas en bellezas vivas y muertas, en aves, caballos y coloridas naturalezas reflejadas en una premonitoria gama de rasgos monocolor. Unos rasgos exquisitos, finos...atormentadoramente fríos.
La espada, cuidadosamente enfundada y dormida sobre la misma bancada, esperaba la llegada de su maestra, cada día menos mentora y más rival.
Valentine seguía prendido de su propia entrega con el carbón. Sus gestos al esbozar misteriosos trazos y líneas se percibían naturales, libres y relajados, y por primera vez en años, la inspección a la que le sometía Rhadamanthys, amparado por una preciosa distancia de seguridad, comenzó a mutar su severidad por una curiosidad que le regaló detalles inadvertidos hasta entonces. Nunca antes Rhadamanthys había reparado en que su fiel pupilo fuera zurdo, pese haber compartido infinitas prácticas de esgrima con él. Jamás le había permitido liberar algún indicio de risa, ni tan sólo un boceto de sonrisa, y ahora se preguntaba cómo sonaría, y cómo luciría sobre un rostro que comenzaba a dejar los rasgos infantiles atrás, pero que aún no podía moldearse completamente adulto.
Rhadamanthys había estado día tras día, mes tras mes y año tras año a su lado, adiestrándole en las artes de la guerra, viéndole crecer...ignorándole más allá de las disciplinas que él asentó y que Valentine jamás contradijo.
Ahora Rhadamanthys asumía con cierta tristeza que en realidad no sabía nada de aquel muchacho que siempre le admiraba, obedecía y veneraba. Sólo había atesorado su lealtad, asumiéndola natural debido a sus posiciones sociales y a su diferencia de edad, ignorando que Valentine, entre sus silencios guardaba celosamente toda la sustancia que había extraído de él. Para no defraudarle, para hacerse ver y valer y para, algún día, poder ser tan audaz y valiente como él.
Rhadamanthys quiso acercarse con cautela, aunque la altivez de sus pasos le delató. El carboncillo ejecutor de delicias privadas se precipitó sobre el arenoso terreno. Todas las fibras del cuerpo de Valentine se tensaron y el delicado boceto ensombrecido por un bello gris necesitó ser ocultado con torpe rapidez.
- Lo...lo siento...se me pasó el tiempo...
Quiso agarrar el carboncillo, agachándose a la vez que abrazaba sus decorados pergaminos, protegiéndoles de cualquier inoportuna inspección con su posterior reproche de rigor.
Unas manos más adultas lo hicieron por él, y al entregárselo dudaron un instante antes de agarrar los atados papeles y descubrir en ellos un hermoso mar, custodiado por gaviotas vecinas de un pueblo costero...de pescadores quizás.
- Es hermoso.
El intenso ámbar de la mirada de Rhadamanthys se deleitó con la belleza de unos trazos exquisitos. Quizás tanto como el sano rubor que tomó las mejillas de su pupilo al saberse descubierto mostrando la tierna desnudez de su alma.
- Es mi pueblo natal...- dijo Valentine, huyendo de la profunda mirada que le dedicaba su mentor-. Temo olvidarlo...por eso lo dibujo...
Rhadamanthys deseó descubrir mas allá de esas pequeñas casas chipriotas, pero se contuvo. Cerró la artesanal libreta y la tendió a su legítimo dueño, quien la tomó entre estremecimientos al descubrir, expuesta y sin censura, una sonrisa tímida y pura-.Tienes mucho talento.
- Gracias...
Esa mañana, las estocadas de espada no le supieron tan mal.
Entre ficticios ataques y defensas de mortales filos sedientos de sangre futura, la brisa matinal acariciaba devota estampas de carbón. Paisajes y recuerdos plasmados en blanco y negro.
Pronto ya no serían sólo los bocetos de Valentine los que vivirían en un mundo monocolor, aunque ellos aún no lo sabían.
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Lealtad
Fanfiction"Lealtad él ya la había ofrecido. Lo hacía cada día desde que su incierto futuro le adjudicó lecho en un lóbrego y lejano castillo. Para él su lealtad era una y única. Indiscutible. Obedecerle las órdenes a él, algo incuestionable para su todavía in...