Descubrió su secreta vulnerabilidad la noche que Rhadamanthys abandonó su cuarto, amparado por las sombras que proyectaban las antorchas del vasto y oscuro pasillo. Valentine le escuchó huir del castillo, y apostó todas sus suposiciones a un pañuelo de incierto color. Hacía tiempo que comprendía el significado de la "tensión". Hacía el mismo tiempo que se negaba a asumir la inmunidad de Rhadamanthys hacia ella. Él mismo se había descubierto frágil y vulnerable cuando la visión de la señal le conducía a la parte trasera del establo, le sentaba en el húmedo pasto, le agudizaba el oído y le azoraba la imaginación.
Tras sus párpados firmemente sellados, los protagonistas que gozaban con candentes gemidos y jadeos estaban perfectamente definidos. Poco le importaban los actores reales. Su mente le dibujaba con nitidez lo que su cuerpo le reclamaba con fruición. Su mano, deslizada y activa bajo la protección de sus pantalones, obraba el milagro que le perlaba la frente de sudor, le encendía las mejillas y le atoraba la respiración.
Esa noche esperó insanamente desvelar la oculta simpleza de su mentor. Le espió internarse en el establo, desconcertándose al no descubrir ninguna señal de prohibición. Rhadamanthys entró únicamente para salir al galope sobre el lomo de su yegua. El camino elegido sólo podía conducir a un lugar: el pueblo contiguo a su todavía misterioso hogar.
Hacía ya algunos años que Valentine sabía montar. La frondosidad de la noche ya no era un inconveniente a temer.
Su señor no había dado parte de su escapada, detalle que velozmente enlazó a una salida perpetrada en clandestinidad. Llegar al pueblo no resultó difícil. Dar con la yegua amarrada a un abrevadero público, tan sencillo como respirar. Cerca, una taberna bullía en vida, y emergiendo en la puerta, vaso en mano y con una desconocida sonrisa sobre sus labios, Rhadamanthys lució más humano que nunca.
Amenizando el ir y venir de la empedrada calle, un joven violinista de cabellos castaños sujetos en su nuca y vestido con exquisitas facciones, arrancaba lamentos al Stradivarius que honraba talentos nacidos en tierras vecinas. Rhadamanthys parecía deleitarse con su música al tiempo que Valentine, protegido por las sombras y una oportuna capa oscura cubriendo parte de su faz, se deleitaba con la visión de una expresión desconocida; Rhadamanthys sonreía en medio de la fijación de su mirada ámbar sobre el violinista. Y el violinista, entre deliciosas notas y extensos lamentos, le correspondía.
El paso de un carruaje le codificó la visión y le ensució el oído, y cuando la claridad de ambos regresó a Valentine, Rhadamanthys ya no custodiaba el umbral de la taberna y los lamentos del violín habían desaparecido, tan veloces como el paso de la brisa.
El adolescente muchacho anduvo sumido en un torbellino de dudas, miedos y recelos. Su mirada buscaba desesperadamente cualquier señal que avalara la presencia de su señor aquí o allá y que le confirmara su bienestar. Valentine temía que su furtiva escapada, la de ambos, hubiera sido descubierta y necesitara ser castigada, olvidándose aún con dejes de inocencia del principal motivo de su irrespetuoso espionaje.
Los jadeos que traspasaron las barreras de un establo ajeno le devolvieron presurosos a la realidad. Los lamentos que necesitados de satisfacción brotaban de allí, cantados con una gravedad de voz demasiado familiar, le confirmaron sus deseos más descabellados e íntimos: descartar la supuesta inmunidad de su señor a la "tensión".
En ese establo no hizo falta ningún pañuelo. El violín, con prisas olvidado tras el acceso, actuó como tal.

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Lealtad
Fanfiction"Lealtad él ya la había ofrecido. Lo hacía cada día desde que su incierto futuro le adjudicó lecho en un lóbrego y lejano castillo. Para él su lealtad era una y única. Indiscutible. Obedecerle las órdenes a él, algo incuestionable para su todavía in...