El Piso Que Se Desvaneció

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Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Reynolds se despertaron y encontraron a su, ahora, hijastra en la puerta de entrada, pero esa calle no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba de latón sobre la puerta de los Reynolds y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Reynolds había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años.

Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Camila Reynolds ya no era una niña pequeña, y en aquel momento las fotos mostraban a una chica grande y castaña frente a su primera casa de muñecas, con un enorme helado en la feria, jugando con su madre en el corredor, besada y abrazada por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otra niña.

Sin embargo, Bella Price estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. La señora Carla se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.

—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

Bella se despertó con un sobresalto. La señora Carla llamó otra vez a la puerta.

—¡Arriba! —chilló de nuevo. Bella oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. La niña se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba.

Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

La puerta volvió a sonar.

—¿Ya estás levantada, mocosa? —quiso saber.

—Casi —respondió Bella.

—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el desayuno. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de mi nena.

Bella gimió.

—¿Qué ha dicho? —gritó con molestia desde el otro lado de la puerta.

—Nada, nada...

El cumpleaños de Carla... ¿cómo había podido olvidarlo? Bella se levantó lentamente y comenzó a buscar sus zapatillas. Encontró el par debajo de la cama

—¿Qué haces allí? —preguntó sonriendo, sacando a una pequeña araña de un zapato—. No deberías estar acá, si te ve ella te matará.

Y, como si la hubiese entendido, la pequeña araña comenzó a andar hacia la puerta, perdiéndose por la rendija. Bella estaba acostumbrada a las arañas, porque el ático que había en la casa estaba lleno de ellas, y allí era donde dormía.

Cuando estuvo vestida salió al recibidor y entró en la cocina. Sobre la mesa estaban casi tres regalos de cumpleaños para Camila. Parecía que ésta había conseguido todo lo que quería que quería. La razón exacta por la que Camila podía en demasía era porque era una caprichosa.

Y el momento del día favorito de Camila era fastidiar a Bella, no importaba con qué, solo hacerlo la ponía de muy buen humor.

Por ello Bella dormía en el ático, a pedido de Camila. Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en un oscuro ático, pero Bella había sido siempre caucásica, flaca y muy baja para su edad. Además, parecía más pequeña y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Camila, y su hermanastra era más alta y comía mejor que ella.

Bella tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo rubio y ojos de color rojo brillante, una condición extraña que nadie aún le había sabido explicar, pero también había sido siempre su mal comienzo en todo, puesto que, como era bichito raro, nadie quería ser su amigo.

Bella Price y La Piedra Filosofal©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora