Andén 9¾

1.9K 171 44
                                    

El último mes de Bella con los Reynolds no fue divertido. Es cierto que Camila le tenía miedo y no se quedaba con ella en la misma habitación, y que la señora Carla no la encerraba en el ático ni la obligaba a hacer nada ni le gritaba. En realidad, ni siquiera le dirigía la palabra. Se comportaban como si la silla que Bella ocupaba estuviera vacía. Aunque aquello significaba una mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco deprimente.

Se escribía con Harry por medio de Hedwig, la lechuza de Harry. Él le contó que decidió llamarla Hedwig porque encontró el nombre en el libro Una historia de la magia, le contó también que los Dursley lo estaban tratando de una manera muy similar a como los hacían los Reynolds con ella. Mitad aterrorizados, mitad furiosos.

Los libros del colegio resultaron ser muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde, mientras Hedwig entraba y salía por la ventana abierta, puesto que Harry y ella se escribían mucho. Era una suerte que la señora Carla ya no entrara en la habitación, porque Hedwig llevaba ratones muertos en algunas ocasiones. Cada noche, antes de dormir, Bella marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta el uno de septiembre.

El último día de agosto pensó que era mejor hablar con la señora Carla para poder ir a la estación de King's Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón, donde estaban viendo la televisión ella y su hija. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Camila gritó y salió corriendo.

—Hum... ¿señora...?

Ella gruñó, para demostrar que la escuchaba.

—Hum... necesito estar mañana en King's Cross para... para ir a Hogwarts.

La mujer gruñó otra vez.

—¿Podría ser que me lleve, usted, hasta allí?

Otro gruñido. Bella interpretó que quería decir sí.

—Muchas gracias.

Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando la señora Carla finalmente habló.

—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las alfombras mágicas estarán todas ocupadas?

Bella no contestó nada.

—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?

—No lo sé —dijo Bella, dándose cuenta de eso por primera vez. Sacó del bolsillo el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana —leyó.

La mujer la miró asombrada.

—¿Andén qué?

—Nueve y tres cuartos.

—No digas estupideces —dijo—. No hay ningún andén nueve y tres
cuartos.

—Eso dice mi billete.

—Equivocados. Totalmente locos y equivocados, todos ellos. Ya lo verás. Tú espera. Muy bien, te llevaré a King's Cross. De todos modos, tenemos que ir a Londres mañana. Si no, no me molestaría.

—¿Por qué van a Londres? —preguntó Bella, tratando de mantener el tono amistoso.

—Llevaré a Camila al hospital. Para que le quiten los brackets.

A la mañana siguiente, Bella se despertó a las cinco, tan emocionada e ilusionada que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso los tejanos: no quería andar por la estación con su túnica de bruja, ya se cambiaría en el tren. Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar segura de que tenía todo lo necesario y luego se paseó por la habitación, esperando que la señora Carla se levantara. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Bella estaba cargado en el coche de los Reynolds y Bella pensó que era una suerte que el señor Reynolds, que ya no lo veía tanto, al menos le haya dejado el coche a su esposa.

Bella Price y La Piedra Filosofal©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora