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Calabria, 2011


Cosa Nostra ha perdido poder…

«Cosa Nostra ha perdido autoridad» saboreé en mi boca, arqueando una ceja mientras me acomodaba las mangas de la chaqueta de cuero antes de salir de la habitación.

La mafia más importante y conocida de toda Italia ya no era más que restos de cenizas que buscaban resurgir, claro que, aquello era algo que yo no permitiría, no estando en la cabeza de Ndrangheta y siendo responsable de mantener el estado de paz entre mafias.

El problema era que… no me importaba.

No me importaba en lo mínimo mantener la calma entre los jefes de mafia.  Yo quería toda Italia para mí, quería extender el legado de mi apellido por todo el país, quería que se extendiera y cobrara más fuerza de la que ya teníamos porque quería todo el control absoluto.

Hanssem significaba y significaba mucho.

A mis dieciocho años ya había acabado con La Camorra de Nápoles, al igual que con La Sacra Corona de Apulia y a mis veinte solo necesitaba terminar de hundir a los parásitos de Cosa Nostra para demostrarles, o más bien, dejarles bien en claro que el único líder de la mafia era yo.

El legado Hanssem estaba intacto y cobrando cada vez más fuerza que antes gracias a mí, habían intentado matarme en uno de mis viajes a la región y fallaron, los únicos bajo tierra terminaron siendo dos de los capos de La Sacra Corona y La Camorra. Mi dinastía no iba a terminar pronto, mi dinastía apenas iba comenzando.

Y no tenían ni idea de todos los planes que tenía para hacer caer a todos como peones en un juego de ajedrez en el que yo no era el rey, era el tablero que manejaba todo a su antojo.

Porque Ndrangheta se estaba convirtiendo en la mafia más poderosa, silenciosa y desapercibida de, no solo Italia, sino Europa general.

Hace dos noches había sucedido algo cuando salía de haber cenado en un restaurante local con la compañía del alcalde de Regio de Calabria, un auto negro me seguía mientras conducía por las calles hacia la residencia Hanssem, esa misma en la que mis padres fueron asesinados cuando yo era apenas un crío. De un momento a otro, cuando estaba a punto de llegar a los portones de la villa fortaleza, comenzaron a balear mi precioso Ferrari Portofino gris que había comprado un mes atrás.

Aceleré el motor para ir más rápido escuchando las balas y con él manos libres del auto llamé a uno de mis uomini d’onore para que alertara al resto. Me cabreó el hecho de que mi nuevo juguete estaba siendo víctima de balas, me incliné un poco hacia la guantera y la abrí buscando la Beretta 9mm en caso de que tuviera que usarla.

—A la mierda —murmuré mirando por el retrovisor, pero los vidrios del vehículo estaban completamente polarizados.

Aceleré hasta el fondo, la carretera estaba vacía y los viñedos se extendían a los lados en el panorama que no veía a oscuras, unos que otros postes de luz iluminaban el camino pero no era de mucha ayuda. Hombre precavido valía por mil, por esa razón todos mis autos estaban blindados, pero las balas impactando contra la carrocería igual dejarían consecuencia.

—Comienzo a molestarme —murmuré para mí mismo, mirando por el retrovisor a la camioneta negra que intentaba alcanzarme mientras seguían disparando desde el interior—, este auto me costó ciento setenta mil euros, malditos animales.

Hablemos de Luca©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora